A los 66 cumplidos recién esta semana —¿la edad de la bestia?—, me sobreviene un ominoso déjà vu nuclear.
LA AMENAZA VIVIDA
Viví mi infancia consciente de la amenaza nuclear, pero al menos sabedor de que se habían proscrito los ensayos nucleares en superficie, por acuerdo que entraría en vigor en octubre de 1963.
Pero antes tuve que enfrentar el riesgo de la contaminación radioactiva producto de las pruebas nucleares en Nevada, desde mi nacimiento hasta que dejé la ciudad de Monterrey en abril de 1963.
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Es claro: existen patrones de circulación atmosférica que podrían transportar desechos radiactivos de pruebas nucleares en Nevada hacia el noreste de México, aunque el alcance y la concentración de estos desechos dependía de varios factores: vientos predominantes, sistemas de presión, altitud, humedad y desde luego el tamaño y la densidad de las partículas radiactivas que influyeron en su transporte.
Es importante tener en cuenta que la concentración de desechos radiactivos disminuía significativamente a medida que se desplazaban desde Nevada hacia el noreste de México. La dispersión atmosférica, la deposición y la dilución reducían el volumen de material radiactivo que llegaba a México. Pero, aunque pudiera ser baja la cantidad de desechos, estos existían y amenazaban la salud de los residentes aún en zonas distantes. Entre ellos yo.
LA AMENAZA POSIBLE
Aunque el mundo ha cambiado drásticamente desde la Guerra Fría, la naturaleza fundamental de las armas nucleares, y el peligro que representan, permanece inalterada. La escalada retórica en torno a los preparativos para ensayos nucleares expresados por la administración estadounidense y respondidos de igual manera por la cúpula rusa, aunque dejan aún distante el lanzamiento de una prueba real, tiene un significado profundo y plantea preguntas cruciales sobre la estabilidad global y el futuro del control de armas.
Estas amenazas no son una ocurrencia aislada, sino que surgen de un trasfondo de crecientes tensiones geopolíticas. La invasión rusa de Ucrania ha fracturado la confianza entre Occidente y Rusia, reviviendo viejos antagonismos y creando nuevas líneas divisorias.
El despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia, las acusaciones mutuas de violaciones de tratados de control de armas y la suspensión por parte de Rusia del tratado New START (el último acuerdo bilateral que limita las armas nucleares estratégicas) son todos signos de un deterioro constante en la seguridad global.
Las amenazas de reanudar las pruebas nucleares deben entenderse como una forma de señalización estratégica. Cada parte busca enviar un mensaje a la otra, y al mundo, sobre su determinación y capacidad militar.
UN RIESGO QUE ES REAL
Sin embargo, el juego de la disuasión nuclear es inherentemente peligroso. Las amenazas pueden salirse de control, generando una espiral de acciones y reacciones que conducen a una escalada inadvertida. El riesgo de error de cálculo es siempre presente, especialmente en tiempos de alta tensión.
Hoy es crucial comprender que una reanudación de las pruebas nucleares no es inevitable. Hay fuertes incentivos para que ambas partes eviten cruzar ese umbral. Lo que se espera es una nueva etapa inestable en la que el control de armamento se encontrará en un estado de incertidumbre.
La reanudación de ensayos nucleares por parte de las mayores potencias tendría consecuencias devastadoras en múltiples dimensiones, generando una crisis de seguridad global sin precedentes.
La reanudación de ensayos nucleares es una de las mayores amenazas para la paz y la seguridad global. Las consecuencias políticas, económicas, sociales y ambientales serían devastadoras, y el riesgo de que la situación se descontrole y conduzca a una guerra nuclear es real y significativo.
Ante ello, es imperativo que las potencias nucleares demuestren responsabilidad y compromiso con el desarme, y que la comunidad internacional redoble sus esfuerzos para fortalecer el régimen de no proliferación y construir un mundo más seguro y pacífico.
