Como hace tiempo no se veía, la indignación por el homicidio del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, fue aumentando con el paso de los días por el contexto en que se dio, por su personalidad y también por el cansancio de la sociedad ante tanta violencia e impunidad, sobre todo en estados como Michoacán. Recordemos que Carlos Alberto Manzo es el séptimo presidente municipal asesinado en lo que va del gobierno de Alfredo Ramírez Bedolla, hace apenas 12 días le arrebataron la vida a Bernardo Bravo, productor de limones y presidente de la asociación de citricultores del Valle de Apatzingán, quien había estado denunciando la extorsión del crimen organizado así como la inacción de las autoridades, y recientemente se reportó la desaparición del ex presidente municipal de Zinapécuaro.
La situación en Michoacán -y en muchas otras regiones del país- ha sido delicada desde hace por lo menos dos décadas en las que ninguna estrategia del gobierno federal (PAN, PRI, Morena) ni de los gobiernos locales ha funcionado. Sin embargo, tal parece que el asesinato de Manzo en presencia de sus dos pequeños hijos y de cientos de personas durante un evento público por la celebración del Día de Muertos, se está convirtiendo en un parteaguas.
Sin duda se trataba de un personaje singular. Después de haber sido diputado federal por Morena -sin ser militante-, se distanció de ese partido para encabezar un movimiento social al que llamó “Los del Sombrero” y lanzarse como candidato independiente a la presidencia municipal de Uruapan, que ganó por más de 46 puntos al candidato oficialista que buscaba la reelección, con el compromiso de romper el pacto con las organizaciones criminales. Era un político cercano a la gente, que decía lo que pensaba, lo mismo criticó la guerra contra el narco de Felipe Calderón que la política de “abrazos, no balazos” de López Obrador, se plantaba de frente al crimen organizado con declaraciones muchas veces polémicas, y no se amilanaba ante las constantes amenazas que recibía.
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Recientemente sostuvo que no quería ser otro presidente municipal en la lista de ejecutados, pero si decir la verdad le costaba la vida, que se la cobraran caro. Era muy querido por la gente, pero incómodo tanto para los grupos criminales -hace poco reveló que habían descubierto un campo de entrenamiento en las montañas-, como para la clase política por su autenticidad, independencia, valor y creciente popularidad que lo convertían en un serio aspirante a la gubernatura. Ahora su esposa, Grecia Quiróz, lo sustituirá en el cargo y buscará seguir con su legado.
Aunque ya identificaron al asesino material que murió en el acto, todavía no se sabe quiénes fueron los autores intelectuales. La muerte de Carlos Manzo no puede quedar impune, ya que sería como resignarse a que los cárteles son quienes en realidad mandan en nuestro país y nadie se debe meter con ellos, pero no se trata únicamente de este caso por su nivel de exposición e impacto político y social. Hay muchos otros como el del alcalde de Chilpancingo, Alejandro Arcos, quien fue degollado y a un año no se conoce a los responsables, al igual que en el caso de la secretaria particular y el asesor de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Ximena Guzmán y José Muñóz, del abogado David Cohen, de la madre buscadora Teresa González Murillo o del periodista Miguel Ángel Beltrán entre tantos otros.
Tampoco se sabe del paradero de Kimberly, estudiante del CCH Naucalpan, o de Carlos Emilio desaparecido en un restaurante de Mazatlán, quienes asesinaron a Debhani Escobar en Nuevo León o incluso quien ordenó el atentado contra el Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch. La lista es interminable y cada una de las víctimas y sus familias merecen justicia, como también todas y todos merecemos recuperar la paz.
