La UNAM no solo es una de las instituciones de educación superior más antiguas del continente y se ubica en diversos rankings internacionales como una de las 200 universidades más importantes del mundo –apenas en 2024 estuvo considerada entre las 100 primeras–, sino que además de su calidad académica, de su significativa contribución a la formación de profesionistas, a la investigación y divulgación científica, así como a la difusión de la cultura, ha jugado un papel fundamental en nuestro país tanto en la generación de pensamiento, como conciencia crítica y factor de movilidad social. Sin duda las aulas de la UNAM han representado una oportunidad única para cientos de miles de jóvenes de distinto origen y condición social, y son un espacio donde convive la pluralidad.
Sin embargo, en las últimas semanas se han presentado una serie de eventos que han obstaculizado el desarrollo normal de actividades en más de un tercio de sus planteles (facultades, preparatorias y colegios de ciencias y humanidades) y han causado destrozos en otras instalaciones como el Museo de Arte Contemporáneo y el Centro Cultural Tlatelolco con lo que, además de su impacto en la vida académica y afectaciones patrimoniales y culturales, han causado gran inquietud e incluso miedo en la comunidad universitaria.
Como señaló hace unos días un connotado profesor universitario, José Woldenberg, lo que está sucediendo en la UNAM llama la atención y preocupa, y hace un recuento de algunos de estos eventos que deben tomarse como focos de alerta. El 17 de septiembre se desalojó la FES Zaragoza por una amenaza de bomba, lo cual se repitió al día siguiente en la Facultad de Economía. El 22 de septiembre es asesinado Jesús Israel, estudiante de apenas 16 años en el CCH Sur en pleno horario escolar, a manos de un ex alumno sin motivo aparente detonando marchas y cierre de planteles en demanda de justicia y mayor seguridad; el 24 de ese mes se difunden en redes sociales amenazas de violencia y hasta de bomba en la Prepa 6 y en la Prepa 7 con el consiguiente desalojo, el 26, 27, 29 y 30 de septiembre se reciben diversas amenazas en las facultades de Ciencias Políticas, de Química, de Medicina Veterinaria, en la FES Cuautitlán, así como en la Prepa 8.
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En la marcha en memoria de la matanza del 2 de octubre escaló la violencia provocada por un grupo de choque, y durante este mes se han seguido registrando amenazas en forma anónima de colocación de explosivos o tiroteos en las facultades de Ingeniería, Psicología, Administración, la FES Iztacala, la FES Acatlán, la Prepas 3, 5 y 8, y el CCH Vallejo. Apenas este lunes por la noche estallaron dos cohetes de pirotecnia en un cubo de escalera en la Prepa 8, mientras que el pasado martes también se recibieron amenazas en el Instituto de Investigaciones Filológicas.
Parece claro que hay quienes están tratando de aprovechar algunos hechos muy lamentables, como el homicidio en el CCH Sur y la natural reacción principalmente de estudiantes y familiares al convocar a marchas y paros para exigir respuesta, con la intención de provocar irritación y miedo, exacerbar los ánimos y desestabilizar a la UNAM.
Por supuesto las autoridades universitarias deben escuchar a la comunidad, generar espacios de diálogo y atender con toda diligencia las demandas –aquellas que sean razonables y se encuentren dentro de su ámbito de actuación– para garantizar su tranquilidad y el adecuado desarrollo de actividades, pero también es necesario que todas las personas estudiantes, docentes, investigadoras, trabajadoras y egresadas, cerremos filas contra el asedio a la UNAM y poner un alto a los grupos de provocadores –y a quienes estén detrás–, y se defienda la autonomía universitaria. No es momento de dejar sola a nuestra gran Universidad.
