El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, duele y complica la vida. Pero el dolor no puede ser finca de nadie para sembrar engaños. En estos momentos hay quienes, en lugar de buscar la verdad, se aferran a la mentira para ganar un puñado de votos. Son los oportunistas políticos: llegan con palabras rápidas, con promesas que no exigen esfuerzo, con ataques creados para dividir y para que otros parezcan culpables. Son mercenarios de la tragedia: venden soluciones fáciles cuando lo que la gente necesita es verdad, responsabilidad y justicia.
No se trata de debatir opiniones; se trata de defender la ética mínima de la política. Es inaceptable que alguien aproveche la muerte de un líder para hacer campaña o para colocar la culpa en quien les guste más en cada momento. El dolor de una familia, el miedo de una comunidad, no deben servir de escenario para lucimientos personales. Quien quiere gobernar debe hablar con claridad, rendir cuentas y, sobre todo, trabajar con pruebas y hechos, no con consignas que buscan sacar una foto o un titular.
Los políticos oportunistas buscan encender el resentimiento, sembrar desconfianza y convertir cada hecho en un arma contra rivales. Hablan de “verdades” que no son verificables, empujan narrativas simplistas y, cuando la verdad exige paciencia y datos, cambian de discurso para no perder la oportunidad de engañar a la gente. Eso no es competencia pública; es traición a la confianza ciudadana y a la memoria de la gente que sufre. Quien actúa así no aporta, roba tiempo y erosiona la convivencia.
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La investigación debe avanzar con rigor y autonomía. No hay atajos para la justicia. Quien intente desviar la atención con acusaciones prematuras o con chismes, está haciendo exactamente lo contrario de lo que el país necesita. La transparencia es la medicina contra la manipulación: que se explique qué se sabe, qué no se sabe y qué falta por esclarecer, con acceso real a la información para la ciudadanía.
Una ciudad que llora también debe unirse para impedir que la política se coma a sí misma. Es imprescindible evitar señalar a ciegas, evitar descalificaciones fáciles y evitar que el dolor se convierta en un refugio para la impunidad. La memoria de Carlos Manzo debe ser un llamado a la responsabilidad y a la seriedad, no a la rapiña de la opinión pública. Que su nombre impulse políticas públicas que reduzcan la violencia, que fortalezcan las instituciones y que protejan a la gente, y no la engañen para servir intereses ajenos.
¿Qué podemos hacer como vecinos, como maestros, como trabajadores, como familias? Primero, cuidar la verdad: compartir información verificada, cuestionar afirmaciones sin base y exigir evidencia. Segundo, acompañar a la familia y a las víctimas con respeto y apoyo real. El duelo es largo y merece dignidad. Tercero, exigir resultados concretos de las autoridades: planes de seguridad serios, presupuestos claros, mecanismos de fiscalización y acciones que reduzcan la violencia en la vida cotidiana de la gente. Cuarto, fortalecer la solidaridad comunitaria: redes de apoyo, diálogo permanente y convivencia que enseñe a vivir sin miedo.
La memoria de Carlos Manzo nos recuerda una verdad básica: la vida de cada persona vale más que cualquier interés político. La política debe servir a la gente, no al ego de unos cuantos. Por eso, cualquier idea que busque lucrar con el dolor, cualquier intento de convertir la tragedia en escalera para subir en las encuestas, debe ser visto, denunciado y rechazado sin tergiversaciones.
Si hay voces que intentan sacar provecho de la desgracia, que sepan que los ciudadanos no se dejarán comprar con palabras bonitas ni promesas fáciles. La gente quiere hechos: justicia, transparencia y un compromiso real con la seguridad y el bienestar común. La historia no absolverá a quienes, desde el poder, manipulan el dolor para ganar ventaja. Pero tampoco olvidará a quienes, con valor y humildad, trabajan para construir un mañana más seguro y justo.
En memoria de Carlos Manzo, pidamos verdad, justicia y unidad, y exijamos que la ética vuelva a ser guía en la política local. Que la tragedia no se convierta en instrumento para provocar división, sino en motor para avanzar hacia una ciudad donde la vida de todos sea protegida y valorada.
