En la nueva entrega de la saga política mexicana, el Partido Acción Nacional decide presentarse ante el país con un resplandor de marca que, para muchos, parece haber costado más que cualquier propuesta programática reciente: un logotipo nuevo, colores que se asoman como un atardecer en una agenda de promesas, y una puesta en escena que promete modernidad, mientras el guion central insiste en seguir siendo el mismo. Sí, señoras y señores: la revolución parece haber llegado en formato de tipografía.
La noticia, en sí, podría haber sido un hito. Un cambio de imagen que acompañe un cambio de rumbo, una renovación que vaya más allá de la paleta cromática y un logotipo visiblemente más agradable. Pero, ay, no. Porque aquí el giro de tuerca no es de ideas, es de logo. Cambiar el logotipo sin cambiar la ideología ni a los mismos líderes de siempre es, para muchos, la definición exacta de “renovación democrática” en tiempos de marketing político: una etiqueta nueva para un contenido antiguo, un paquete chic para un cuerpo que ya conocemos demasiado bien. Se podría decir que el partido ha descubierto un talento natural para vender humo con una firma tipográfica impecable.
Se podría incluso celebrar la intención de presentar un camino distinto, si la realidad no traicionara a cada frase de presentación. En el mundo real, el que cambia un logotipo sin tocar lo esencial de su programa, por supuesto, sin mover a los protagonistas que han conducido al partido durante años se enfrenta a la sospecha de que la campaña no busca un verdadero cambio político ni ideológico, sino una reedición estética de lo que ya fue. Y esa sospecha, cuando se vive con cierta dosis de cinismo público, se transforma en una carcajada nerviosa. Porque, de fondo, lo que se anuncia como “renovación” podría ser más bien una renovación de escaparate: una vitrina con un brillo nuevo para exhibir las mismas cajas de Pandora que ya se abrieron en gestiones pasadas.
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El detalle de que no se presenten, o no asistan, “los dos ex presidentes que llegaron al poder” (Fox y Calderón) sí, esos nombres que una vez simbolizaron un giro en el tablero político, añade una capa de ironía que no se disimula con un eslogan pegajoso. La ausencia de figuras que históricamente han sido el rostro de la transición entre candidaturas y gobiernos provoca, para el observador escéptico, la pregunta incómoda: ¿hubo un intento de distanciamiento para evitar que el pasado se proyecte sobre el presente, o simplemente es señal de que el partido teme que el público compare demasiado y el nuevo logo no alcance para encender una ilusión de cambio?
La crítica, que en otros tiempos podría haber sido recibida con defensas retóricas y un montaje de “nosotros también cambiamos”, encuentra ahora un escenario en el que el logotipo brillará, tal vez, pero la columna vertebral del proyecto que es la ideología, las políticas centrales, las personas que las ejecutan permanece inalterada. Es una paradoja de la era de la comunicación en la que la forma puede parecer una promesa de fondo, pero la promesa del fondo no llega a la sala de máquinas. Y cuando la maquinaria sigue idéntica, la novedad del envoltorio corre el riesgo de parecer más un truco de marketing que un plan de gobierno serio.
Claro, el marketing político no es trivial. Un logotipo, una tipografía sobria o una paleta de color que sugiera “seriedad responsable” pueden influir en la percepción pública. Pero la columna de la crítica democrática insiste en algo más simple: la ciudadanía vota por ideas que puedan transformarse en políticas concretas, por liderazgos que enfrenten la complejidad de los problemas y por una coalición que esté dispuesta a renovar no solo la imagen, sino las prácticas. Si la versión actual de Acción Nacional pretende venderse como el reloj que, tras la aguja nueva, no marca otra hora que la de siempre, probablemente terminará oliendo a marketing barato y a repetición de guiones que ya nos conocemos.
En este contexto, la ironía funciona como una lupa: cuanto más reluce el nuevo empaque, más claro se vuelve que el contenido no ha cambiado tanto. Porque, al final, un logotipo puede ser bonito, una letra puede parecer más elegante, una velocidad de microtexto puede sugerir eficiencia, pero ninguna de esas cosas reemplaza una agenda pública con metas verificables, con incentivos para la rendición de cuentas, con políticas que logren acuerdos y cambios reales en la vida diaria de la gente. Y sí, la gente quiere ver cambios, quiere ver que la promesa de renovación no se detenga en la puerta de la sala de prensa ni en la conferencia de lanzamiento, sino que se traduzca en atención a derechos, a empleo, a seguridad, a servicios públicos y a las instituciones que deben garantizar esas conquistas.
Quizá la lección más clara de este episodio de branding político sea: la identidad de un partido no es solo un logotipo, ni siquiera un conjunto de colores o una tipografía. Es la suma de sus decisiones, de sus acuerdos, de su capacidad para posicionarse ante el escenario cambiante del país y de su capacidad para construir coaliciones que amplíen la oferta política sin traicionar principios básicos. Si todo se reduce a una identidad visual sin una narrativa de fondo que se sostenga, la audiencia y los ciudadanos terminaran por desconfiar del truco y buscará en otra parte aquello que no encuentra en el escaparate: claridad, compromiso, resultados.
Lo que sí queda claro es que el Partido Acción Nacional está buscando capitalizar a todos aquellos ciudadanos descontentos con el actual gobierno y la cuarta transformación, recibir a todos aquellos priistas que están decepcionados de su partido y de su líder Alejandro Moreno, a todos aquellos inconformes con MORENA no será fácil poder cooptarlos ya que por simple ideología es meta imposible, pero por ahí se asoma Movimiento Ciudadano quien está esperanzado en poder recibir a todos aquellos decepcionados del morenísimo, y más con la soberbia que tienen algunos de sus líderes que prefieren apoyar a artistas decadentes que pasan más tiempo en reality shows que cumpliendo su función parlamentaria, o todos aquellos chapulines priistas o panistas por encima de sus afiliados de base que siempre están apoyando al movimiento, como ya les pasó en algunos municipios de Veracruz y Coahuila.
Entonces, ¿qué queda cuando la noticia es “nuevo branding” y no “nuevo programa”? Queda una invitación a la crítica, a la vigilancia y a la esperanza de que, detrás de la fotografía de presentación, haya planes tangibles y una agenda que sí merezca el voto, el voto informado y la responsabilidad cívica. Queda, también, la responsabilidad de la sociedad: exigir transparencia sobre qué cambios de políticas acompañan a cualquier cambio de imagen; preguntar con rigor qué líderes están dispuestos a innovar, proponer y negociar en favor de un México distinto; y recordar que una marca puede ser atractiva, pero el país necesita reformas que resistan la prueba del tiempo y el escrutinio público, ya que querer fundar un relanzamiento de un partido político bajo tres palabras como Familia, Patria y Libertad, no parecen ser suficiente ante la realidad que se vive en el país.
