Este domingo llegué muy temprano al centro de la ciudad. Mi propósito no era tomar fotos, pero me distraje unos 10 minutos haciéndolo. Lo primero que me atrajo fue la luz: me pareció perfecta, un sol frío parcialmente oculto tras una suave nubosidad que anulaba brillos y sombras.
Salí del Metro Bellas Artes. Cuando tomé la primera foto no noté las murallas que hoy lo protegen, no sé si de manifestantes o de un gobierno que no hace política. Para la segunda foto ya tenía claro que debía aprovechar la ocasión: poca gente, buena luz y un escenario surrealista que se fue acentuando con cada pisada.
El primer surrealismo relevante fue la estatua de Francisco I. Madero a caballo, imposibilitado para avanzar hacia la calle que hoy lleva su nombre y que, en su momento, se llamaba Plateros, por las actividades joyeras que, aún hoy, la caracterizan.
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Las pintas sobre las barreras metálicas también forman parte del surrealismo. Se han vuelto expresión de los manifestantes: denuncias de mujeres a hombres, con nombre y apellido; consignas de siempre como “2 de octubre no se olvida”; y muchas otras frases incompletas, pues las placas siempre tienen una ubicación azarosa.
Frente a Bellas Artes vi a una pareja de novios, quiero decir, vestidos para la boda, tomándose fotos, como si intencionalmente quisieran recordar su unión con las murallas metálicas de fondo y no sólo con la cúpula, como probablemente tuvo que hacer el fotógrafo. Era domingo de Muévete en Bici, y la gente pasaba trotando, en patines y en bicicleta, como si la zona no estuviera absolutamente sitiada.
Frente al antimonumento por los feminicidios, más personas se tomaban fotos, pero entre las cuerdas con las que reservan el espacio quienes allí venden. Los edificios del Banco de México, blindados, y varios espacios sobre Juárez, como el antiguo templo de Corpus Christi y un centro comercial, también lo estaban.
El blindaje más antiguo de la Alameda es el Hemiciclo a Juárez que, al volverse permanente, en vez de rendir homenaje a Benito Juárez, hoy es “La Plaza de Palestina”. Allí abundan consignas contra Israel y banderas palestinas. Mi caminata y fotografías llegaron hasta ese punto, pero en realidad los monumentos de Paseo de la Reforma también están protegidos e inaccesibles, cubiertos con murallas metálicas llenas de consignas.
Lo que comenzó en espacios específicos tras movilizaciones feministas, hace unos años, se volvió parte del paisaje. Bajo el razonamiento de esas reivindicaciones, la idea era visibilizar que es más importante proteger a las mujeres que a los monumentos. El problema es que hoy vivimos en un país que no protege ni a las mujeres, ni a los monumentos, ni mucho menos la libre manifestación, porque todos los días se juzga a quien se manifiesta.
Las murallas no protegen edificios ni monumentos: retratan una sociedad en la que ya no se hace política, sino zalamería hacia el poder. Si yo quisiera convocar a una gran movilización por la defensa del patrimonio de la Ciudad de México, mi primer fracaso no sería la falta de concurrencia, sino que, desde el poder, se distribuirían fotos mías con líderes de la oposición para descalificarme y construir un arquetipo negativo en torno a mí.
Las murallas protegen al poder y demeritan lo público, como un acto simbólico de derrota de la efervescencia participativa de la ciudadanía que predominó hasta 2018, y que dejó de mostrar interés por los detalles.
En mi lógica, es inconcebible una ciudad como la capital mexicana, “La Ciudad de los Palacios”, con patrimonio prehispánico, colonial, de la era independiente, del porfiriato y del modernismo, blindada, amurallada... humillada. Y todo porque nadie hace política. Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación federal, no hace política; César Cravioto, secretario de Gobierno de la Ciudad de México, no hace política; sus jefas, no hacen política. Se acabó la política, se amuralló la ciudad, y sólo nos quedó la oda al surrealismo que nos acompaña.
Ambulantaje por doquier, comercios formales clausurados en todos los rincones de la ciudad, basura, cifras simuladas de un supuesto éxito en seguridad ciudadana; pero también desapariciones y anécdotas que crecen en paralelo. La Ciudad de México vive una terrible descomposición. No veo un panorama esperanzador. Bajo el supuesto complot para desestabilizar al gobierno de México, viviremos los próximos meses y años refugiados en la propaganda y las murallas metálicas, sin que nadie haga política... ni ciencia.
Cierro con una cita del antropólogo Marc Augé: “el pensamiento científico ya no se basa en oposiciones binarias”. Pues vaya que me parece muy poco científica la realidad de un México binario y pertrechado, y el estilo de gobierno de quien presume, justamente, una formación científica.
