México vive hoy un momento altamente polarizado, politizado y en tensión. Bloqueos de organizaciones campesinas y transportistas ahogan las principales vialidades en muchos estados del país; grupos antisistémicos se apoderan con fuerza de las marchas, y si bien la violencia sigue, el esclarecimiento del asesinato del alcalde dejó las cosas, al menos por ahora, en una paz tensa.
La SEGOB ha sido asidua en instalar mesas de diálogo con transportistas y campesinos, a quienes ha planteado diversas alternativas para destrabar el conflicto. Las instancias de seguridad han logrado bajar los índices delictivos y de homicidios; sin embargo, no hay resultados porque los incentivos están rotos. Las organizaciones no confían, no quieren ceder y el gobierno advierte efectos macroeconómicos importantes que podrían afectar con severidad al Estado.
Por un lado, el llamado del gobierno para levantar las movilizaciones y sentarse a negociar está encima de la mesa: apertura e interés existen. Por el otro, se normaliza la idea de que el gobierno sospecha de conspiraciones sin pruebas suficientemente sólidas. Después, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, enciende la mecha al criminalizar parcialmente la protesta al advertir que existen carpetas de investigación. Esto se convierte —haya sido su intención o no— en una advertencia velada. La presidenta matiza, pero la sociedad ya percibe el costo: tensión y desgaste. Es política.
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A esto se suma la discusión de la Ley de Aguas, que la presidenta también fustigó a sus detractores por buscar intereses ajenos a la sociedad. Y como en el caso de la marcha de la Generación Z, el gobierno insiste en preguntarse quién está detrás de estos movimientos. Todo parece una conspiración por todos lados, sin un rostro claro. Si lo tuvieran identificado, ya estaría en la palestra; hoy no es así.
Señalan a la derecha, a enemigos y opositores. Nadie puede decir que no sea cierto, pero tampoco parece haber evidencia tácita que lo respalde. Y, siendo francos, resulta increíble que quienes durante décadas alimentaron la protesta social hoy no puedan identificar quién está detrás de todo esto.
Por ejemplo, a diferencia de ayer, cuando el presidente López Obrador sostenía un conflicto abierto con el empresariado, la presidenta ha buscado sentarse con ellos, escucharlos, no confrontarlos, sumarlos. Sabe que depende de ellos, sobre todo cuando las finanzas públicas no están del todo bien debido al enorme gasto en becas y apoyos. Parece que el gobierno tiene poco dinero: apenas ayer, al proyecto más relevante del sur, el Tren Interoceánico, le asestaron un duro golpe al quitarle 21 mil millones de pesos, casi el 85% de su presupuesto.
Luego está el PRI y el PAN. En el caso del PRI, que alguna vez tuvo fuerza con movimientos agrarios y obreros, hoy esos agremiados parecen estar dispersos, lejos de la causa de los partidos y sin interlocutores. Sin fuerza y sin liderazgo, difícilmente el partido puede encauzarlos, más aún cuando sus únicos bastiones —Durango y Coahuila— no van a gastar su capital político y económico en lastimar la relación con la presidenta… y menos por Alito.
En el caso del PAN, si bien cuenta con intereses capitalistas importantes que siguen la causa blanquiazul y podrían consolidarse como los opositores más visibles, por ahora —al menos en la opinión pública— su base no parece tan articulada como para haber detonado movilizaciones de esta magnitud. Más aún cuando los opositores y los reventadores naturales del PAN son también sus antagonistas.
¿Ricardo Salinas Pliego? En su caso, el empresario parecería no tener nada más que perder después de perder el juicio en contra del Estado que lo hará pagar 45 mil millones de pesos en impuestos? Parecería más concentrado en salvaguardar sus intereses, quizá incluso en alinearse para incursionar en la política. Sin embargo, sería muy temerario hacerlo ahora, con la crispación y los riesgos que pesan sobre él. Meterse en presiones adicionales podría lastimarlo más.
Pueden ser todos o pueden ser ninguno; pueden ser más. Hay intereses de todos lados. No es una sola causa: es una saturación de descontentos. Sin embargo, no podemos dejar de ver que también existen intereses legítimos. No hay avance; están entrampados porque el gobierno no quiere ceder en subir la tonelada por encima de 7,200 pesos en el precio del maíz mil doscientos más del precio fijado Hacerlo podría generar una escalada inflacionaria que afectaría a todo el país, como advirtió puntualmente el secretario Berdegué.
Esto nos lleva a la conclusión de que México vive una ola de conflictividad desorganizada, sin liderazgo opositor, pero también sin capacidad gubernamental para desactivar tensiones. Y, no me malentienda: no es que la 4T no encuentre al enemigo… el verdadero ya lo tiene en casa y el otro, se llama: el descontento social.
Moneda en el aire: más de Viggiano
¿Qué habrá declarado Carolina Viggiano en su comparecencia? Pues nada menos que lo que escuchó que le dijeron que alguien dijo, porque según le contó su compadre —que casualmente era presidente— algo había pasado. Testimonio de oídas, de terceras voces y de ecos lejanos; pura filigrana jurídica.
A tres años del inicio de la Estafa Siniestra, parece que la que va ganando es la calumnia, ese deporte nacional que Carolina practica con disciplina olímpica. Y ahí va, trepándose de nuevo al escenario, no con pruebas, sino con puro viento en la mano y mucha nostalgia de los tiempos en que aún lograba llenar una casilla… aunque fuera la suya.
