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La marcha del 15N: calló palacio o ¿cayó palacio?

Lo verdaderamente decisivo no es la marcha, ni las pancartas, ni la estética del caos; es la disputa por el relato que pretende explicar lo que ocurrió. | Eduardo Zerón

Escrito en OPINIÓN el

Para Mauricio Yovani Molina Medinilla

La movilización de la Generación Z no es un fenómeno aislado ni espontáneo; más bien, parece responder a un cambio en la cultura política, la percepción de la violencia, de un ecosistema digital saturado y una visión profundamente incierta del futuro. Los jóvenes están cansados de la crispación maniquea —los buenos contra los malos—, de la falta de opciones políticas reales y de la ausencia de representación. Han atravesado una pandemia, inflación, empleos mal remunerados pese a su preparación y una corrupción sistemática que rara vez es perseguida o castigada.

En este contexto, los jóvenes tomaron un símbolo. Para el académico Pedro Izquierdo, de la Universidad George Mason, One Piece funciona como un estandarte que parece generar una simbiosis con la realidad actual del país. La historia inicia hace 22 años con la ejecución del rey de los piratas, Gol D. Roger, cuyas últimas palabras —“¿Quieren mi tesoro? Si lo buscan pueden quedárselo. ¡Búsquenlo!”— detonaron la gran era de los piratas. En el presente narrativo, Monkey D. Luffy emprende una travesía para encontrar ese tesoro, formando una tripulación que enfrenta injusticias, enemigos poderosos y un gobierno mundial corrupto y opresivo. El manga cuenta con 1,165 capítulos y el anime, estrenado en 1999, con más de 1,150 episodios.

El asesinato del alcalde Manzo -que también usaba sombrero de paja- parece haber sido el catalizador que “prendió la mecha”. Si bien su muerte no originó la protesta, sí la incendió y le dio alcance, primero en Uruapan y Morelia, y luego a nivel nacional. A esto se suma que los traidores y antagonistas del gobierno que se incorporaron rápidamente, aglutinándose en el malestar para consolidar su propia disidencia.

El 15 de noviembre miles de jóvenes se movilizaron; sin embargo, como ya es costumbre, la protesta terminó infiltrada por advenedizos y grupos de choque como el “Bloque Negro” y colectivos antisistema. Estos actores recurrieron a su estrategia habitual: incentivar la violencia, exacerbarla y buscar una respuesta del Estado para amplificar el conflicto y dotarlo de una estética políticamente útil —el Estado represor, la indignación juvenil, la narrativa del abuso— difundida desde un ecosistema digital total, no desde estructuras tradicionales.

El movimiento, hiperpublicitado, mostró un mosaico de narrativas, perspectivas y discursos que buscan consolidar, como ha ocurrido desde la era Peña Nieto, la figura del Estado represor, asesino e ineficiente. Un Estado que —dicen— opera por símbolos más que por instituciones. Las imágenes, los relatos y las interpretaciones incendiaron las redes, algo que parecería sin precedentes para el proyecto de izquierda que estaba siempre del otro lado. 

Ante esto, tanto el gobierno de Claudia Sheinbaum como la propia Generación Z deberían abrir bien los ojos: detrás de ellos hay actores con intereses muy distintos. Vimos en los entretelones a un Guadalupe Acosta, al siempre acomodaticio Emilio Álvarez o Claudio X. González, como si representará algo. Detractores de la 4T, opositores organizados, infiltrados y grupos oportunistas dentro del movimiento juvenil que se mueven en un terreno donde la disputa narrativa está entre “lo que está pasando” y “quién tiene la razón”. La victimización de la protesta, el debate sobre el uso excesivo de la fuerza y la posible consignación de 40 personas por intento de homicidio crispa aún más el escenario.

Los mensajes ahora están desbordados entre la interpretación emocional y una cargada de política, lo cual poco ayuda al análisis. Las posiciones son estridentes, pasionales, factuales, morales cada una reclama tener la verdad y la responsabilidad de su lado, absolutistas. Pero esto resulta imposible de consolidar cuando la narrativa se está construyendo momento a momento, las posiciones son estratégicas, sin voceros visibles y en la discusión aparece un componente digital donde los algoritmos impulsan guerras argumentativas para las que los gobiernos rara vez están preparados, menos aún si no entienden cuál es la hipótesis central del problema.

Palacio Nacional calló y se replegó, resistió, contestó con su discurso de fuerza, legitimidad y respaldo popular casi sectario y supremacista, y la verdadera pregunta en una palabra ¿Cayó? Difícilmente: no existen incentivos suficientes para sostener que el gobierno fracasó, los operativos y la reducción de ciertos indicadores de violencia no pueden ocultarse, aunque cada paso se vuelve más riesgoso y vulnerable a un error. Contención económica y social, por un lado; ebullición política por el otro, pero ¿es real o sólo es un espejismo de la virtualidad?

Si bien las movilizaciones expresan una indignación social legítima, ¿podrían observarse elementos que sugieran una amplificación a elemento de una “guerra suave”? La sincronía atípica de cuentas nuevas, marcos narrativos idénticos replicados y la coordinación poco natural entre grupos que usualmente no interactúan constituyen indicios, sin embargo, estos no son suficientes para afirmar la existencia de una acción encubierta por ejemplo, pero todo lo que ha pasado si justifica un mayor escrutinio por parte de los organismos de inteligencia para identificar quién se beneficia y quién busca empujar estas narrativas de erosión institucional y desgaste del gobierno, además de los opositores comunes. 

Al final, lo verdaderamente decisivo no es la marcha, ni las pancartas, ni la estética del caos; es la disputa por el relato que pretende explicar lo que ocurrió. Toda protesta masiva es un terreno fértil para que la indignación legítima conviva con la manipulación oportunista. Y en un país donde el algoritmo dicta la temperatura política, quien domine la narrativa dominará el conflicto.

Por eso, la hipótesis que debería en este momento preguntarse el Gobierno Federal no es quién gritó más fuerte, sino quién capitaliza el desorden.

Moneda al aire: por la boca muere el pez y Carolina Viggiano 

La senadora hidalguense Carolina Viggiano fue citada por la Procuraduría General de Justicia del Estado después de declarar en un podcast que tenía pruebas sobre la llamada “Estafa Siniestra”. En pleno ejercicio de sus facultades, el procurador estatal giró un citatorio para que aporte las evidencias que dice poseer la excandidata al gobierno y la ahora Senadora.

Viggiano no dudó en victimizarse, denunciando un acto ilegal y una presunta persecución política. Sin embargo, olvida —como abogada, como ex servidora pública y como ex presidenta del Tribunal— que el citatorio no es ilegal, no es ilegítimo y sí es una obligación procesal cuando una persona afirma públicamente poseer pruebas de un delito. Pero porque salió a colación todo esto, porque pretende culpar de cualquier manera y de lo que sea al exgobernador Omar Fayad de su fracaso.

Si somos honestos Viggiano no logra ver las razones por las que perdió diversas elecciones en su estado, habla de que en sus encuestas era la favorita, pero no ganó ni en su casilla, habla que Hidalgo lo perdió por Omar Fayad cuando dos veces fue candidata y en las dos perdió por más del doble de los votos, no logra ver que su dirigencia nacional fracasada con Alito Moreno no ha sido capaz de poner candidatos a gubernaturas y a duras penas gana algunas regidurías. En realidad, Viggiano no perdió por conspiraciones, ni por traiciones internas: aunque eso es lo que desea perdió porque Hidalgo no la respalda, porque no es un actor que cohesione, ni en lo local, ni en lo federal. Perdió porque su proyecto político fracasado no tuvo la fuerza donde incluso no hubiera ganado la contienda interna para su candidatura y entonces tuvo que ser impuesta por el PAN. Hidalgo se agotó de ella y de su ambición de poder, Viggiano perdió porque, al final, los ciudadanos no encuentran en ella ni en su partido nada que aportar al estado que dice representar. 

Eduardo Zerón García

@EZeronG