NICOLÁS MADURO

Nicolás Maduro ¿con las horas contadas?

La permanencia de Maduro depende menos de su legitimidad y más del control del aparato de seguridad, la división de la oposición y la capacidad de repartir beneficios a una élite fiel mientras la población se hunde en la precariedad. | José Luis Castillejos

Escrito en OPINIÓN el

El reloj no perdona y Nicolás Maduro enfrenta un tiempo que parece agotarse. En Caracas y en Washington crece la idea de un desenlace rápido que, antes de iniciar el 2026, podría provocar un derrumbe en una operación relámpago que cambie el curso político de Venezuela.

El futuro del mandatario se juega en varios tableros al mismo tiempo. Uno se mueve dentro de un país herido por el deterioro económico, la erosión institucional y una sociedad exhausta que ha visto partir a millones de personas. Otro se libra fuera de sus fronteras y tiene un nombre que altera el equilibrio. Donald Trump ejecuta una estrategia que mezcla presión militar, operaciones encubiertas y cálculo electoral en Estados Unidos.

Maduro llegó a este punto tras una elección presidencial cuestionada en 2024, cuyos resultados le dieron un nuevo mandato en medio de acusaciones de manipulación, represión y ventajismo estatal. Su permanencia depende menos de su legitimidad y más del control del aparato de seguridad, la división de la oposición y la capacidad de repartir beneficios a una élite fiel mientras la población se hunde en la precariedad.

Washington mantiene sanciones financieras y petroleras acompañadas de permisos específicos para empresas energéticas. A inicios de 2025 se anunciaron nuevas medidas contra figuras del régimen y se ratificó el rechazo a los resultados electorales. El mensaje apunta a un aislamiento creciente que reduce el margen de maniobra de Caracas ante la comunidad internacional.

El retorno de Trump a la Casa Blanca añadió incertidumbre. El presidente autorizó operaciones encubiertas de la CIA contra el círculo de Maduro, reforzó la presencia militar en el Caribe y duplicó la recompensa por información que lleve a su captura. Esa combinación de presión económica, demostración de fuerza y retórica afilada busca debilitar al régimen y enviar señales internas y externas.

Desde Caracas la reacción ha sido presentar la situación como una guerra impulsada desde Washington. Maduro denuncia un intento de intervención y moviliza a Fuerzas Armadas y milicias bolivarianas como muro político y emocional. El Gobierno afirma que solo una parte mínima del tránsito de drogas pasa por territorio venezolano y acusa a Estados Unidos de usar ese tema para avanzar objetivos geopolíticos.

En medio del ruido han surgido versiones de una operación para eliminar físicamente al mandatario y a su entorno. Washington niega cualquier vínculo con ese tipo de acciones. No existe prueba pública que confirme una orden directa con ese fin. Presentar ese escenario como hecho consumado responde más a la propaganda que a una evaluación seria.

Trump ha mencionado la posibilidad de enviar tropas a Venezuela y también ha expresado interés en dialogar con Maduro. Esa ambigüedad sirve para aumentar la presión y conservar cierto margen diplomático, una táctica que confunde a aliados y adversarios.

El destino político de Maduro no depende solo de Washington o del Pentágono. Está marcado por el deterioro económico, por la lealtad real de las Fuerzas Armadas y por la capacidad de la oposición para ofrecer una ruta convincente a las clases populares. Una fractura militar, una explosión social o un acuerdo entre facciones podrían cambiar el panorama en cuestión de semanas.

Venezuela observa varios posibles caminos. Uno mantiene a Maduro en el poder durante años con represión selectiva, combustibles baratos para sus bases y acuerdos discretos con potencias interesadas en petróleo y financiamiento. Otro abre la puerta a una transición negociada con garantías para parte del chavismo y un lento intento de reconstrucción institucional. Un tercero hunde al país en un escenario más violento provocado por una ruptura interna o por una intervención externa que terminaría en una guerra prolongada.

El mandatario teme un golpe rápido, aunque su mayor enemigo es el tiempo. Cada año de recesión, migración masiva y deterioro de servicios reduce la base social del proyecto bolivariano. Ahí se encuentra el riesgo más profundo para su permanencia, no en la llegada de un comando extranjero.

La pregunta no es solo si Maduro resistirá la presión de Trump. La cuestión central es qué país quedará después. Un cambio impuesto por la fuerza dejaría heridas duraderas y un Estado debilitado, un terreno fértil para nuevos autoritarismos. La salida más favorable requiere negociación, justicia y garantías para quienes hoy gobiernan. Nada de eso será sencillo y exige paciencia política.

Mientras ese camino no se abra, Venezuela seguirá suspendida entre un Gobierno que resiste mediante el control y una potencia que amenaza desde el norte sin ofrecer una ruta clara para el día siguiente. En medio de ese vacío, millones de ciudadanos sobreviven entre apagones, remesas y despedidas en los aeropuertos. Ellos deberían ser el centro de cualquier debate sobre el futuro del país.

 

José Luis Castillejos

@JLCastillejos