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El Aniversario de la Revolución convertido en el Buen Fin

A partir de la creación de los “fines de semana largos”, la mayoría de la población identifica el feriado del 20 de noviembre con el “puente” y, más recientemente, con el Buen Fin, pero se ha olvidado la fecha histórica. | Ricardo del Muro

Escrito en OPINIÓN el

Desde su creación en 2011, durante el gobierno de Felipe Calderón, el Buen Fin se ha realizado casi siempre en el fin de semana previo al 20 de noviembre, aprovechando el puente laboral por el aniversario de la Revolución Mexicana, uno de los descansos obligatorios establecidos por la Ley Federal del Trabajo.  

En consecuencia, para muchos mexicanos y para la mayoría de los adolescentes y jóvenes de la generación Z y buena parte de los millennials, el 20 de noviembre es, ante todo, un puente vacacional, una fecha para descansar, viajar, distraerse un rato de la escuela o aprovechar las ofertas comerciales, pero ignoran o han olvidado que es una fecha histórica.  

De esta manera, la conmemoración del inicio de la Revolución, que antaño era un día especial, feriado para ver el desfile militar conmemorativo, parece  diluirse entre ofertas del fin de semana largo que ofrecen los supermercados y que este año se extendió cinco días, del 13 al 17 de noviembre.  

Durante la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Monumento a la Revolución simbolizó principalmente la legitimidad histórica e ideológica del régimen. La Revolución fue tema recurrente en los discursos oficiales y en más de cincuenta películas mexicanas, realizadas entre 1930 y 1960, convirtiéndose en parte de la identidad de varias generaciones de mexicanos.  

La primera Ley Federal del Trabajo, promulgada el 28 de agosto de 1931, incluyó el 20 de noviembre como uno de los días de descanso obligatorio; este día feriado se mantuvo en la  nueva Ley Federal del Trabajo de 1970, pero durante el gobierno de Vicente Fox, en 2005, el Congreso aprobó una reforma a los artículos 74 y correlativos de la ley laboral, creando por primera vez los “fines de semana largos” para homologar con los modelos de “holiday weekends” como en Estados Unidos.  

A partir de ese año, la mayoría de la población identifica el feriado del 20 de noviembre con el “puente” y, más recientemente, con el Buen Fin, pero se ha olvidado la fecha histórica. De hecho, la vigencia de la Revolución Mexicana es un tema muy debatido entre los historiadores, desde que en 1996 apareció el libro de Stanley R. Ross: ¿Ha muerto la Revolución Mexicana?.  

Casi todos los mexicanos conocen los nombres de los principales héroes revolucionarios: Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa. Existen monumentos, calles y estaciones del Metro de la Ciudad de México con sus nombres, pero en general el conocimiento histórico sobre la Revolución entre la población es bastante limitado.  

En el examen ENLACE 2010, el 79.1 % de los estudiantes de primaria quedó en los niveles “insuficiente” o “elemental” en la parte de Historia y en secundaria, el 75.6 % no alcanzó un nivel satisfactorio en esta materia.  

Paradójicamente, la desconexión puede ser leída como síntoma de un desencanto más profundo: la Revolución dejó de convocar a los jóvenes porque la narrativa oficial la convirtió en sustento ideológico de lo que fue el Partido de la Revolución.  

Durante décadas, el PRI se ostentó como el heredero de la Revolución Mexicana. Sin embargo, tras el intermedio presidencial del panismo (2000 – 2012), el tsunami político que en 2018 significó el triunfo  del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), encabezado por Andrés Manuel López Obrador, obligó a que el nuevo grupo gobernante modificara el discurso de la Revolución, presentándola como un proceso traicionado, interrumpido o que fue desviado por los priístas, especialmente por los neoliberales. 

De esta manera, López Obrador y algunos morenistas han intentado recuperar las figuras históricas de Francisco I. Madero, Francisco Villa, Felipe Ángeles, Emiliano Zapata y, por supuesto, Lázaro Cárdenas, como símbolos de la resistencia popular y la defensa de la soberanía, más que como constructores del Estado posrevolucionario.  

Ante el agotamiento de las metas de la Revolución Mexicana, en la primera mitad del siglo pasado (1947), escribió Daniel Cosío Villegas, “el término mismo de revolución carece ya de sentido”. Esa carencia va a provocar que, incluso en el discurso público, la utilización del concepto pierda relevancia, como se planteó en el libro de Ross.  

En 1954, durante un informe presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, el concepto ya no hizo acto de presencia, observó Rafael Rojas. El sociólogo José Iturriaga decía en 1947 que “la fraseología usada por la Revolución ha perdido el poder de seducción, la fuerza como de encantamiento que antes poseía”. Y Jesús Silva Herzog, por su parte, hacía ver que el “lenguaje revolucionario va perdiendo su sentido y eficacia, las palabras se gastan, se quedan vacías y dejan de tener su virtud galvanizadora”.  

El aniversario de la Revolución de 1910, como tal, ha pasado casi inadvertido, escribió José R. Colín en el periódico Excélsior el 21 de noviembre de 1950. Fiesta de obligación, desfile “deportivo” de ritual, las notas de la Adelita, la Valentina y la Cucaracha en la Hora Nacional y alguna que otra inauguración aprovechando que el día 20 cayó en lunes y que alargó el asueto de fin de semana, pero, de la Revolución, como dice la letra del Mambo de moda: ¡Ni hablar!.  

Al paso de los años, la ceremonia y el ritual se han repetido. Aunque la reciente conversión de Morena en el partido hegemónico, ha reavivado el debate en torno a la Revolución Mexicana, que permite distinguir entre historiadores afines al morenismo como Lorenzo Meyer, Pedro Salmerón, Armando Bartra y Adolfo Gilly (fallecido en 2023) y los antimorenistas como Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín.   

Sin embargo, para los morenistas no es una tarea sencilla recuperar el discurso de la Revolución Mexicana, evitando que el tema genere recuerdos nostálgicos y referencias a la “dictadura perfecta” que fue el priísmo.

 

Ricardo del Muro

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