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El 25N y la urgencia de transformar la violencia estructural de género

La memoria de las hermanas Mirabal nos recuerda que la violencia contra las mujeres sigue siendo estructural; transformar ese sistema desigual es urgente y es un deber ético para toda la sociedad. | Cristopher Ballinas

Escrito en OPINIÓN el

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, establecido por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en 1999 en homenaje a las hermanas Mirabal —Patria, Minerva y María Teresa—, activistas políticas de la República Dominicana asesinadas en 1960 por orden del régimen de Rafael Trujillo. Tuve el honor de recibir a sus familiares en México hace algunos años, como oradoras principales en las celebraciones nacionales que organizamos con motivo de esta fecha.

Esta jornada no fue concebida únicamente como un acto de memoria, sino como una oportunidad para renovar el compromiso activo con la igualdad, la dignidad y los derechos humanos de las mujeres y las niñas. En muchos espacios, se utiliza el símbolo de la mariposa como emblema de esta lucha, ya que las hermanas Mirabal eran conocidas como “Las Mariposas”, nombre que empleaban como seudónimo en su labor clandestina contra la dictadura. Este símbolo, adoptado inicialmente por Minerva, representa su valentía, libertad y resistencia, y con el tiempo se ha convertido en un ícono internacional de la lucha contra la violencia de género.

A pesar de que esta fecha se ha conmemorado durante 26 años, y de que han pasado ya 50 años desde la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en México, y 30 años desde la histórica Conferencia de Beijing —donde se adoptó la Plataforma de Acción más ambiciosa en favor de la igualdad de género—, los desafíos siguen siendo enormes. Las deudas sociales, económicas y políticas con las mujeres y las niñas persisten, y muchas veces se profundizan.

Uno de los principales obstáculos para avanzar en los derechos de las mujeres es el entorno social violento que enfrentan. La violencia no es un fenómeno aislado, sino la expresión de una estructura política, económica y social profundamente desigual entre géneros. Esta estructura no sólo afecta a las mujeres, sino que crea las condiciones para permitir, tolerar, minimizar, ocultar e incluso justificar la violencia. Esta estructura se construyó sobre una división histórica del trabajo que ya no tiene sustento en el contexto actual. Sin embargo, se han institucionalizado mitos y justificaciones que hacen que la violencia se perciba como “normal” o incluso como parte de un “orden divino”, cuya alteración —según algunos discursos— pondría en riesgo la estabilidad social. Es fundamental entender que no se trata de casos individuales, sino de un sistema que asigna roles sociales en detrimento del desarrollo pleno de las mujeres y las niñas.

Reconocer que esta estructura social desigual es violenta y que normaliza la violencia es el primer paso para transformarla. Las mujeres enfrentan agresiones en todos los ámbitos: en el hogar, en el transporte público, en el trabajo, en espacios educativos, en actividades sociales, en el acceso a la justicia, a los servicios, e incluso en situaciones de emergencia o desastre. Esta violencia limita su desarrollo personal y, en los casos más graves, reduce drásticamente su esperanza de vida.

Todos los hombres nos beneficiamos de esta estructura desigual. Desde el hecho simple de recibir un salario más alto por el mismo trabajo, hasta la ventaja de competir sólo con pares masculinos en espacios profesionales. Esta estructura mantiene a las mujeres en roles sociales históricamente asignados, impidiéndoles desplegar todo su potencial. En igualdad de condiciones, muchas mujeres podrían superar a los hombres en diversos ámbitos, pero el sistema les impone barreras estructurales.

Los detractores de los avances en los derechos de las mujeres suelen sostener que estos implican una pérdida de derechos para los hombres. Esta afirmación es una falacia que contradice los principios fundamentales de los derechos humanos. Tal es el grado de negación y normalización de la violencia que incluso se llega a tildar de “traidores” a los hombres que actúan como aliados en la defensa de los derechos de las mujeres. Se celebra a quienes se comportan como deberían hacerlo todos, cuando en realidad simplemente están cumpliendo con su deber ético y humano.

Los derechos humanos no son un juego de suma cero. Reconocer los derechos de las mujeres no implica restar derechos a los hombres, sino fortalecerlos. Una sociedad que respeta los derechos humanos es una sociedad mejor para todas las personas. Por ello, es urgente —hoy y todos los días— transformar la estructura desigual que perpetúa la violencia. No se trata de venganzas históricas ni de divisiones aritméticas, sino de asumir un deber ético y moral –construir sociedades justas donde todas las personas, sin importar su género, puedan desarrollarse plenamente.

Cristopher Ballinas

@crisballinas