Hace unos días se desató un intenso debate en medios digitales e impresos tras la publicación de un ensayo de Bill Gates en su blog Gates Notes donde afirmaba que el cambio climático no representaba una amenaza existencial para la humanidad. En el texto, Gates afirmaba que, si bien el cambio climático tiene efectos negativos, estos no son lo suficientemente graves como para provocar la extinción humana ni el colapso de la civilización. La publicación generó reacciones entre diversos actores políticos, incluso de alto nivel, ya que contrasta con declaraciones previas del propio Gates, en las que advertía sobre consecuencias alarmantes del calentamiento global.
Las declaraciones se produjeron a pocas semanas del inicio de la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas (COP30), que se celebrará en Belém do Pará, Brasil, y donde se espera reforzar los compromisos internacionales en materia ambiental. Activistas, científicos y líderes políticos reaccionaron con preocupación, señalando que emitir este tipo de mensajes tan cerca de la cumbre podría debilitar el impulso global hacia la descarbonización y restar importancia a la evidencia acumulada sobre los efectos del cambio climático —como el aumento de fenómenos meteorológicos extremos, la pérdida de biodiversidad y la migración forzada— que amenazan con desestabilizar regiones enteras y generar nuevas crisis para las naciones y sus poblaciones. Preocupa también que cuando Gates sugería que los recursos destinados a combatir el calentamiento global podrían ser mejor aprovechados si se redirigieran hacia problemas más inmediatos como la pobreza extrema, la desnutrición y las enfermedades infecciosas, se perdiera el financiamiento climático existente y con ello proyectos en comunidades locales que enfrentan los efectos negativos del cambio climático se perdieran.
Como suele suceder, el debate generado por estas declaraciones dejó de lado el tema central, la desigualdad, las pandemias y el cambio climático no son problemas aislados ni mutuamente excluyentes. Son distintas manifestaciones de un mismo reto global, profundamente interconectado. Las pandemias y la desigualdad se agravan por los efectos del cambio climático, y las naciones más vulnerables carecen de los recursos necesarios para enfrentar los desafíos de mitigación y adaptación con la misma eficacia que los países desarrollados y menos vulnerables. Además, los países que más contaminan no son necesariamente los que sufren con mayor intensidad los impactos climáticos, mientras que las pandemias pueden propagarse y causar estragos a escala mundial, sin importar su punto de origen.
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Para muchos, Gates abrió un debate incómodo pero necesario sobre cómo equilibrar la lucha climática con otras urgencias humanitarias, especialmente en un contexto marcado por crecientes presiones y contradicciones dentro del sistema global. Lo cierto es que los efectos del cambio climático exponen una estructura económica y social profundamente desigual. Los más desaventajados terminan siendo los más afectados, y no atender los efectos negativos del cambio climático contribuye a perpetuar las estructuras de desigualdad, tanto a nivel internacional como dentro de cada país. Ignorar esta interdependencia no sólo limita la eficacia de las soluciones, sino que también refuerza un sistema global que distribuye los riesgos de forma injusta y desequilibrada, dejando a las poblaciones más vulnerables expuestas a los mayores impactos sin los medios para enfrentarlos.
Si no reconocemos la desigualdad social y sus consecuencias de forma paralela a los demás desafíos mundiales —como la salud, la movilidad humana, el acceso a la tecnología y la sostenibilidad ambiental— será imposible alcanzar soluciones verdaderamente globales y duraderas. Las sociedades resilientes son, al mismo tiempo, sociedades justas –aquellas que cuentan con estructuras capaces de proteger a las personas frente a los grandes desafíos sin que estos se traduzcan en golpes catastróficos para sus economías ni para las de sus gobiernos. Son también aquellas que fomentan redes de solidaridad a escala global, reconociendo que el planeta no pertenece a unos pocos, sino que es responsabilidad compartida de todos.
