La marcha del sábado 15 convocada entre otros por la Generación Z ha provocado reacciones encontradas en el ecosistema de los medios y periodistas cercanos a la 4T.
Por un lado, la protesta detonó una teoría conspiracionista que asegura que hay un gran complot en contra del gobierno federal y de la presidenta Sheinbaum.
El relato se construyó desde la propia mañanera, con la supuesta exhibición de las redes sociales convocantes, de acuerdo a un trabajo del propio gobierno bajo el paraguas de la Infodemia. Ese discurso fue amplificado por las propias redes de usuarios, bots y medios afines, que desde antes de la movilización hablaban de “montajes de la derecha y de Ricardo Salinas Pliego”. Expresiones como “plan orquestado”, “campaña internacional”, “disfraz roto de la oposición”, aparecieron en medios como el Soberano y otras cuentas similares.
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En esa misma lógica, se inscribió también el titular de La Jornada del pasado 20 de noviembre, que haciendo eco de algunos legisladores de Morena en el Congreso de la Ciudad de México, afirmó como nota principal que quedó “al descubierto, la conjura opositora en manifestación Z”.
Sin embargo, no todas las voces que suelen coincidir con el gobierno han acompañado esta vez al manejo de la situación.
Denisse Maerker, por ejemplo, publicó en Milenio que “la estrategia de los opositores puede gustar o no, pero la legitimidad de los marchistas no puede ponerse en duda (…). Le toca a quien es gobierno saber manejar estas situaciones (que de milagro no son más frecuentes dada la situación)”. Maerker también afirmó que “las manifestaciones tendrían que poder realizarse sin vallas intimidantes, sin amurallamientos vergonzosos que proyectan la impresión de que enfrentan a un poder amenazado y débil, y manifestantes potencialmente vandálicos y subversivos”.
Por su parte, Viridiana Ríos afirmó en su columna que “a diferencia de las marchas anteriores, todas las cuales apelaban a exquisiteces relevantes solo para las clases medias (…), la marcha del 15N por primera vez apeló a un tema realmente relevante para las mayorías: la inseguridad”. Y agregó que “si la presidenta Sheinbaum desea que su partido —y no solo ella— continúe teniendo el favor de las mayorías, tendrá que dar un golpe de timón. Y con ello no me refiero solo a combatir al crimen organizado (como ya lo está haciendo, con mayor éxito que López Obrador), sino a enfrentar la principal razón del descontento con la coalición gobernante: sus gobernadores envueltos en escándalos de corrupción o incompetencia”.
Y ni hablar de otras voces como Gerardo Esquivel –quien lleva ya tiempo tomando distancia– y que advirtió que “el derecho a la protesta y a la inconformidad es inalienable. Desde el poder se debe escuchar y atender los reclamos”.
La pregunta ahora es a quién habrá de escuchar la presidenta. ¿A quienes hacen eco de su aparato de propaganda y le recomiendan endurecer su postura, con un discurso que inevitablemente remite a Diaz Ordaz? O ¿a quienes le advierten que el movimiento que salió a las calles tiene legitimidad y debe ser escuchado para evitar que siga –y de paso– se fortalezca?
Hoy el gobierno se inclina sin duda por la primera opción. Bien harían en platicar con algunos historiadores del pasado reciente para ver que a veces las similitudes –como la existencia de un relato oficial sobre una supuesta conspiración antes de un evento deportivo internacional– pueden ser útiles para sacar algunas lecciones.
Esta vez la ruta es más sencilla pues la presidenta no tiene que escuchar a sus críticos, basta con que ponga atención a lo que dicen en los medios algunas voces cercanas a su administración.
