UNIVERSIDAD: PÚBLICA Y AUTÓNOMA

La universidad: pública y autónoma

Gracias por la educación pública, la universidad pública; porque gracias a ellas yo pude estudiar desde la preparatoria hasta el doctorado, y estar hoy en la Universidad Autónoma de Campeche. | Fausta Gantús

Escrito en OPINIÓN el

Discurso de aceptación del Reconocimiento a la trayectoria, pronunciado el 13 de octubre de 2025 en el marco del XXXVII Feria Nacional del Libro y Arte Universitario de la Universidad Autónoma de Campeche.

Me siento muy halagada por este reconocimiento que hoy recibo de la Universidad Autónoma de Campeche, institución que, en mi caso, ha sido una constante de vida. Llegué por vez primera al recinto universitario intimidada de pisar su suelo, porque no se trataba de cualquier escuela o instituto, se trataba nada menos que de la máxima casa de estudios del estado campechano. Era 1983 y mi aspiración: ingresar a la preparatoria Ermilo Sandoval Campos, que se ubicaba dentro del recinto universitario. Fui a preguntar sobre los trámites y procedimientos. Tres años después, iniciando la carrera en historia, en la recién fundada Facultad de Humanidades, me presenté a la convocatoria lanzada por el Departamento de Difusión Cultural para formar parte de la compañía de teatro universitario que planeaban crear. 

No, no se inquieten, no les voy a contar cada detalle de mi relación con la Universidad desde entonces hasta hoy, porque nuestra relación es larga. A donde quiero llegar es aquí, a este momento, a este recinto en el que nos encontramos ahora y que también se ubica en el principal campus de la Universidad Autónoma de Campeche para, 42 años después, decir: gracias por la educación pública, por la universidad pública. Porque gracias a la educación pública yo pude estudiar desde la preparatoria hasta el doctorado y estar hoy aquí.

También quiero decir gracias maestro Jorge Portillo Sandoval, director general de Difusión Cultural, por proponerme como candidata y, muy especialmente, gracias doctor José Alberto Abud Flores, rector de la Universidad, maestro respetado y querido, por aprobar mi nombre para recibir este reconocimiento a la trayectoria, que es, implícitamente, para mí, una distinción a la universidad de la que he formado parte, que me ha formado y que forma parte de mi historia y de mi presente

No fue para mí un asunto menor aceptar este reconocimiento, por un par de motivos. El primero, porque quienes me conocen saben que soy bastante crítica con los premios y distinciones y que, en repetidas ocasiones, he sostenido que se deben dar sólo a quienes realmente lo merezcan por haber hecho algo destacado, relevante. Y, bueno, el segundo, es obvio, porque aunque sé que he trabajado con constancia a lo largo de mi vida, no sé, y no es falsa modestia, si he hecho algo destacado, algo relevante. Sin embargo, me decidí a aceptarlo porque es un reconocimiento a la trayectoria y, en ese sentido, lo que se reconoce, asumo, es justo, la dedicación a la labor profesional, en mi caso en el campo de la historia –tanto en la docencia como en la investigación–, de la creación literaria y de la divulgación del conocimiento y la cultura, todas ellas actividades en que me he desempeñado y que he desarrollado en estrecho vínculo con diversas instituciones públicas y con grupos, asociaciones y redes sin fines de lucro, enfocadas en el fomento de alguna de ellas.

Hay, asimismo, un motivo aún de mayor peso que inclinó mi ánimo al sí: la oportunidad invaluable para tener su atención y reiterar mi convicción en la importancia de la educación pública, de todos los niveles, pero especialmente del nivel superior que se imparte en la universidad, en esta universidad, en las universidades del estado y en las del país. De reiterar mi convicción en la necesidad de contar con instituciones sólidas, autónomas, adecuadamente financiadas que se dediquen, en el caso de las universidades muy especialmente, a la formación, promoción e impulso del pensamiento crítico. Ojo, no he dicho solo a la generación y transmisión del conocimiento, que sin duda son tareas fundamentales, pero permítanme poner el acento en la labor universitaria más importante y que hoy, aún más que en otras épocas, se encuentra seriamente amenazada: la formación en el ejercicio de la libertad, de las libertades: de cátedra, de investigación, de publicación, de pensamiento y de expresión.

Los gobiernos mexicanos, de cualquier sello político, desafortunada y lamentablemente, han temido siempre a una población que ejerza y reclame sus derechos; a una ciudadanía que supervise el desempeño de las autoridades y funcionariado y exija rendición de cuentas, transparencia; a una sociedad pensante y actuante. Por eso el ataque reiterado a la supuesta “clase privilegiada académica”, la campaña de desprestigio, cuando no de franca persecución, contra la ciencia y la investigación y quienes las ejercen, las ejercemos; por ello la reducción sustancial a la labor editorial de las instituciones públicas; por ello los recortes presupuestales a la educación universitaria justificados en denuncias de corrupción –que sin duda puede existir– pero que en estos casos han sido pronunciadas sin mostrar pruebas y amparados en la austeridad republicana y la pobreza franciscana que sacrifica así el futuro intelectual del país.

Recortes a la educación y aumento presupuestal a las fuerzas armadas; desvencijamiento de instalaciones educativas y edificación de suntuosos hoteles en medio de la selva maya manejados por el Ejército; disminución en las adquisiciones de equipamientos e instrumental de laboratorios y creación de producción masiva de chocolates; contratación por miles de servidores de la nación, cuya labor solapada es la promoción partidista del grupo en el poder, y falta de trabajo para quienes egresan de licenciaturas, maestrías y doctorados. Ese es, lamentablemente, el escenario que prima en la actualidad.

Frente a ello, distinciones como la que hoy tengo el alto honor de recibir son de importancia fundamental, porque reconocen la labor creativa, académica, docente, investigativa, científica, de difusión y de divulgación. Y es probable que más de una o uno de ustedes se esté ahora mismo preguntando ¿y por qué le dan un reconocimiento a una historiadora? ¿Qué hace una historiadora? ¿Para qué sirven las personas que se dedican a la historia? Y aprovecho para despejar sus dudas: quienes hacemos historia no servimos para nada, pero cumplimos una función importante: nuestra labor no es útil sino necesaria.

Debemos tener cuidado de no confundir función con utilidad, que es lo que suele suceder. Lo útil, en su sentido gramatical básico, es “aquello que sirve para algo”, de lo cual se puede sacar una ventaja o un provecho; en cambio, una función implica la “capacidad de actuar” y está ligada a la idea de contribuir. Veamos, un martillo ha sido creado con un propósito: servir, ser útil como herramienta para la construcción y la demolición de estructuras o cosas; pero ese martillo no tiene “capacidad [propia para] actuar” y puede ser usado, utilizado, para realizar acciones diferentes, no asociadas con su propósito original, como herir o matar.  

Ahora bien, cumplir una función, que es lo que hacemos quienes nos dedicamos a la labor histórica, implica la necesaria toma de conciencia sobre la responsabilidad propia y la asunción de la decisión de actuar en un determinado sentido o con un determinado propósito. Y ahí es para mí donde radica nuestra función, donde nos situamos los y las historiadoras: como personas dedicadas al estudio del pasado con la finalidad de hacer comprensibles los procesos que nos han conducido a ser lo que somos ahora y estar donde estamos ahora; así como a entender y explicar lo que fuimos antes, quiénes fuimos antes, cómo fuimos antes: a preguntar y buscar respuestas a esas interrogantes. 

La historia no es la simple descripción de sucesos, la enumeración de lugares y los datos curiosos sobre personajes; la historia es la búsqueda y construcción analítica que nos conduzca a la interpretación reflexiva del pasado para dar sentido a los cuestionamientos del presente y pensar en las posibilidades de futuro. Lo que la historia, entendida como ciencia o disciplina, aporta al país es construcción de narrativas que permiten constituirnos y reconstituirnos, pero, especial y fundamentalmente: pensarnos; pensarnos como sociedad, como sociedades. Y subrayo el pensarnos, porque, en mi opinión, es una de sus labores principales y una de las aportaciones clave del estudio de la historia. Las y los historiadores nos la pasamos haciendo preguntas, muchas preguntas. Las respuestas, obtenidas tras arduos procesos de investigación, son las que han permitido repensarnos. Y pensarnos críticamente, que es el objetivo primero y último.

Con mis limitaciones y carencias, con mis errores, pero también con el esfuerzo y las ganas, con el empeño en hacerlo lo mejor posible, son esas las tareas a la que he dedicado las últimas cuatro décadas de mi vida. Y en todas ellas mi vínculo con la Universidad Autónoma de Campeche ha sido eje fundamental. Así que sólo me resta decir, de nuevo: gracias por la educación, la cultura, la investigación que se desarrolla y fomenta desde las instituciones públicas. Gracias por la universidad pública y larga vida a la Universidad Autónoma de Campeche.

* Fausta Gantús

Profesora e investigadora del Instituto Mora e integrante del SNII. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes. Entre sus publicaciones más recientes se cuentan los libros ·Introducción a la política del siglo XIX mexicano” (2025), “Historia política de una ciudad. Campeche, siglos XIX-XX” (2024) y “Caricatura e historia. Reflexión teórica y propuesta metodológica” (2023); así como la co-coordinación de “Un siglo de tensiones: gobiernos generales y fuerzas regionales. Dinámicas políticas en el México del siglo XIX” (2024), “Emociones en clave política: el resentimiento en la historia. Argentina y México, siglos XVIII-XX” (2024) y “El carácter de la prensa política. Una tipología de los impresos periódicos del México del siglo XIX” (2025). 

Fausta Gantús

@fgantus