Cuando frente a la exhibición de información, en materias diversas, la mayor parte de las veces sostenida con datos oficiales de instituciones gubernamentales –el acceso al agua, la matanza de Ayotzinapa, las cifras de desempleo, la lista es larga– se respondió diciendo “yo tengo otros datos”, pero sin mostrarlos ni demostrar fehacientemente que aquello que se refutaba era falso, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Cuando se acusó de “uso descontrolado” y de “actos de corrupción” en diversas instituciones, incluidas la de educación e investigación, y se procedió a confiscarles sus fideicomisos, pero no se abrieron expedientes judiciales, no se fincaron responsabilidades, vamos, ni siquiera se exhibió la más mínima prueba para demostrar la corrupción, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Cuando se reserva información sobre gastos de obras públicas, que deberían ser transparentados y abiertos a la consulta, bajo el argumento de “por causa de seguridad nacional”, siendo que se trata del recurso ejercido del presupuesto estatal, el cual se integra con los impuestos que aporta la ciudadanía, y, sobre todo, que no son obras que pongan necesariamente en riesgo la soberanía del país: un tren, una refinería, un aeropuerto, por ejemplo, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Te podría interesar
Cuando se da un paseo en el vagón de un vehículo que no existe recorriendo un aeropuerto cuando se está en un set, cuando se inaugura una refinería que aún no está concluida, cuando se dice que no se va a talar un árbol y se echan a bajo por miles, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Cuando se acusa a los “medios de comunicación en general” de “no ser objetivos ni profesionales”, “ni independientes”, pero, de nuevo, la denuncia no pasa del señalamiento a la comprobación, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sentencia que no hay elementos para saber si los acordeones –elegantemente calificados como “guías de votación”–, probablemente impresos por millones, influyeron en los resultados electorales, a pesar de que entre miles de combinaciones posibles ganaron las personas que aquellos apuntaban, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Cuando, a pesar de estar grabado en video, de haber sido aceptado el hecho por el mismo presidente del país al señalar que “eran aportaciones para fortalecer el movimiento”, el Instituto Nacional Electoral determina que no procede sanción alguna contra Pío López Obrador por haber recibido dinero en efectivo en sobres amarillos de un funcionario de una administración en ejercicio, argumentando que “no hay evidencia suficiente”, eso, ¿lo podemos considerar una mentira?
Entonces, ¿qué es lo que podemos considerar una mentira? ¿Qué es una mentira? ¿Qué debemos entender por mentira? ¿Quién o cómo o qué decide qué es una mentira? ¿Es la mentira selectiva, relativa, mutante? Esto es, ¿puede una determinada afirmación ser verdadera y falsa a la vez –constituir una paradoja–? ¿O de lo que se trata en realidad es del uso que de ella hacen quién la emite y quién la cuestiona, de a quién conviene y a quién perjudica, más que de la autenticidad misma de lo que se sostiene?
¿Qué es lo que perseguía Andrés Manuel López Obrador cuando echó a andar la sección “Quién es quién en las mentiras”? ¿Qué es lo que persiguen personas como Sabina Berman, desde las redes y los medios de comunicación mismos –televisión y prensa, al menos–, en franca campaña en contra de “la mentira” en el periodismo? ¿Qué es lo que persigue Lenia Batres cuando pide “sanción inmediata” para medios de comunicación que mientan?
El asunto de fondo es que hay una confusión entre noticia y opinión –pareciera que provocada desde los ámbitos del poder gubernamental y sus adeptos/as–, esto no es inocente. La noticia debe basarse en información sobre un suceso, acontecimiento, personaje, situación, actuación, política pública, evento, etc., que pueda ser demostrable, constatable, verificable. La opinión, en cambio, parte de esas informaciones –o no, según sea el tema en cuestión–, para sostener un punto de vista, una valoración personal, emitida desde el enfoque de quien la pronuncia, que pretende ser comprensiva de aquello a lo que alude pero que, lamentablemente es muy común observar en redes sociales, muchas veces ni siquiera se basa en un conocimiento fidedigno; de ahí la necesidad de distinguir entre la opinión personal y la opinión experta. Simplifico: la noticia debe ser objetiva, la opinión es subjetiva.
Pero lo que hemos visto hasta ahora, con persecuciones, procesos y sentencias a periodistas, entre las más recientes la de Héctor de Mauleón, pero son muchos, Artículo 19 señala 51 casos de enero a julio del año en curso, y ciudadanía –el abogado obligado por Gerardo Fernández Noroña a disculparse ante el pleno del Senado, o la usuaria de “tuiter” (ahora X) obligada a disculparse durante 30 días con “Dato protegido”, la diputada Diana Karina Berrera, entre los más conocidos, pero no los únicos. (Aclaro: menciono los nombres del periodista y de la y el representantes populares porque son personajes de la vida pública de este país; en especial, políticos y políticas deberían saber que su función y actuación está supeditada a la fiscalización de la sociedad a la que deben servir, para la cual deben trabajar).
En los tres casos señalados, no hubo “mentira” o “falsedad” que perseguir, lo que se persiguió, lo que se castigó, lo que se buscó reprimir fue la libertad de expresión. Una libertad de expresión, esto es, de opinión, garantizada por la Constitución desde 1857.
Profesora e investigadora del Instituto Mora e integrante del SNII. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes. Entre sus publicaciones más recientes se cuentan los libros "Introducción a la política del siglo XIX mexicano" (2025), "Historia política de una ciudad. Campeche", siglos XIX-XX (2024) y "Caricatura e historia. Reflexión teórica y propuesta metodológica" (2023); así como la co-coordinación de "Un siglo de tensiones: gobiernos generales y fuerzas regionales. Dinámicas políticas en el México del siglo XIX" (2024) y "Emociones en clave política: el resentimiento en la historia. Argentina y México, siglos XVIII-XX" (2024).
