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Elecciones en Chile 2025: seguridad, incertidumbre y voto obligatorio como ejes del desenlace

Chile, una vez más, está en el centro del debate sobre cómo gobernar en tiempos de incertidumbre, la espera hasta diciembre. | Rubén Beltrán

Escrito en OPINIÓN el

El centro político chileno parece haber colapsado. La próxima contienda presidencial podría resolverse en una segunda vuelta de diciembre entre aspirantes situados en los extremos del espectro ideológico. Las encuestas más recientes anticipan un escenario encabezado por Jeannette Jara, del Partido Comunista, ministra de trabajo en el gobierno de Gabriel Boric y candidata de la alianza oficialista, seguida de José Antonio Kast, del Partido Republicano y quien en las pasadas elecciones sorprendió con el 45% de los votos en una elección que perdió ante Gabriel Boric y que es referente de la derecha dura, y del libertario Johannes Kaiser, del Partido Nacional Libertario, que ha irrumpido con fuerza en las últimas semanas. En un plano más rezagado aparece Evelyn Matthei, quien intenta mantener con dificultad el espacio de la derecha tradicional y del liberalismo moderado.

Los temas dominantes de esta elección —seguridad, economía y migración— se han convertido en contenedores de una ansiedad social acumulada. Cada candidato los aborda desde una visión radicalmente distinta del papel del Estado, del orden público y del vínculo entre Chile y el mundo. La elección del próximo domingo no es solo un evento nacional: es un espejo de las transformaciones que vive la política global, donde los consensos del centro se han erosionado y la contienda se libra entre polos cada vez más opuestos.

Escenario político general

El domingo 16 de noviembre, más de quince millones de chilenos acudirán a las urnas en el marco de la primera elección presidencial con voto obligatorio desde el retorno a la democracia. El simple hecho de que el sufragio vuelva a ser forzoso ya altera todos los cálculos previos. Se espera la incorporación de millones de votantes que habían permanecido al margen de los procesos anteriores, lo que introduce un nivel de incertidumbre que ningún modelo de predicción logra absorber.

Las campañas han girado alrededor de dos ejes: orden y bienestar. Jeannette Jara ha intentado vincular ambos conceptos bajo la idea de que la seguridad no se logra únicamente con más policías, sino con hogares que lleguen a fin de mes y con empleos estables. Kast, en contraste, ha hecho del orden la premisa fundacional de su propuesta, prometiendo un gobierno de emergencia capaz de “recuperar el control del país”. Kaiser ha llevado ese discurso a un terreno aún más extremo, donde la autoridad se presenta como única vía para restaurar la libertad. Matthei, —a quien las encuestas le otorgan pocas posibilidades de pasar a la segunda vuelta— por su parte, ha buscado recordar que la derecha también puede ser sinónimo de gestión, experiencia y moderación; en el contexto actual su tono parece quedar opacado por la estridencia de sus rivales.

Polarización y fatiga institucional

Las elecciones de 2025 son el desenlace de un ciclo político que comenzó con las protestas de 2019, siguió con el intento fallido de redactar una nueva constitución y se ha prolongado con la erosión de la confianza en las instituciones. El gobierno de Boric no ha logrado revertir esa tendencia: las expectativas sociales superaron sus capacidades de gestión, y la sensación de desencanto con la política se ha expandido a todo el sistema.

Esa fatiga institucional explica el auge de liderazgos que apelan a la confrontación antes que al consenso. Kast ha capitalizado la frustración de amplios sectores que perciben un Estado incapaz de garantizar seguridad y control migratorio. Kaiser, con un lenguaje más frontal, conecta con votantes que rechazan tanto a la izquierda gobernante como a la vieja derecha parlamentaria. Jara intenta representar la continuidad reformista del actual gobierno, pero enfrenta un electorado que valora los avances sociales sin dejar de exigir resultados inmediatos.

El último debate televisado dejó ver que Chile se mueve entre proyectos que difícilmente pueden conciliarse: una visión de Estado activo y redistributivo frente a otra que privilegia el libre mercado y la autoridad, mientras un tercer bloque —el de Kaiser— lleva la crítica a la institucionalidad a su punto máximo. Matthei, que podría haber encarnado el equilibrio, aparece como la voz que habla desde un país que parece ya no existir: aquel que creía en la moderación como virtud política.

Programas y visiones de país

El contraste entre los programas es profundo y simbólico. Jeannette Jara plantea un Estado con mayor capacidad regulatoria y con prioridad en la protección social. Su plataforma incluye la creación de un ingreso mínimo garantizado que eleve los salarios reales, la extensión de subsidios para vivienda y energía, y la consolidación de la reforma previsional que impulsó como ministra. Defiende un crecimiento económico compatible con mayor equidad y apuesta por una política exterior cooperativa que preserve la tradición chilena de apertura y respeto al derecho internacional. En materia de seguridad, propone inteligencia financiera para rastrear recursos del crimen organizado y fortalecer el trabajo coordinado entre municipios, policías y justicia.

José Antonio Kast ofrece una versión restauradora del orden: reducir el tamaño del Estado, simplificar la estructura tributaria y recortar el gasto público para reorientarlo a la seguridad y defensa. Su bandera es el combate al delito y a la migración irregular mediante medidas excepcionales. Aunque insiste en mantener ciertos programas sociales, su diagnóstico parte de que el país requiere una autoridad fuerte y una disciplina fiscal estricta. Kast representa la idea de un conservadurismo de un gobierno fuerte y preeminente, convencido de que la estabilidad económica depende de un Estado limitado y de una población que mayoritariamente entiende y sigue sus directrices. 

Johannes Kaiser, desde un ángulo libertario, propone un giro aún más radical. Imagina un Estado mínimo, donde los impuestos se reduzcan drásticamente, la regulación casi desaparezca y la iniciativa privada se convierta en el único motor del desarrollo. En su visión, Chile debería retirarse de los compromisos internacionales que limiten su soberanía y revisar la relación con organismos multilaterales. En temas sociales y culturales, su discurso es abiertamente confrontacional: niega la pertinencia de políticas de género y cuestiona consensos básicos del sistema democrático chileno.

Evelyn Matthei, finalmente, intenta rescatar la idea de un equilibrio posible. Su programa combina disciplina fiscal con reactivación productiva y busca devolver al país la confianza de los inversionistas sin abandonar, pero sí eficientar, los programas sociales existentes. Propone reformas graduales en pensiones, salud y empleo, además de un esfuerzo de gestión pública que devuelva eficiencia al Estado. En seguridad y migración adopta posiciones firmes, aunque sin el tono punitivo de sus contrincantes de derecha. Su problema no es de contenido, sino de clima: propone mesura en un momento que parece exigir certezas absolutas y cambios radicales. 

El voto obligatorio y la irrupción del nuevo electorado

La reinstalación del voto obligatorio es el gran elemento disruptivo. Después de años en que la participación electoral se mantuvo por debajo del 50%, el regreso al sufragio forzoso incorpora a sectores que habían abandonado la política: jóvenes precarizados, trabajadores informales, habitantes de zonas periféricas. Sus demandas no responden a ideologías sino a experiencias cotidianas: seguridad, empleo y costo de vida.

Las encuestas muestran que estos nuevos votantes pueden alterar por completo el resultado. El voto de protesta, el abstencionismo forzado o el incremento del voto nulo podrían redefinir la legitimidad del próximo gobierno. Lo que está en juego no es solo quién gane la presidencia, sino el grado de respaldo efectivo con que podrá gobernar. Un país que se reconcilia con el deber de votar también podría redescubrir su derecho a exigir.

Implicaciones económicas y empresariales

Para los inversionistas extranjeros, especialmente los mexicanos con presencia en sectores como energía, infraestructura o servicios financieros, el punto central no es tanto la identidad del ganador, sino su capacidad de gobernar con estabilidad.

Los fundamentos macroeconómicos de Chile siguen siendo sólidos: inflación controlada, banco central autónomo y cuentas fiscales relativamente ordenadas. Sin embargo, las decisiones políticas que sigan a las elecciones podrían modificar el clima de inversión.

Un gobierno de Jara apostaría por un modelo de crecimiento inclusivo y regulaciones más estrictas en minería, energía y pensiones, lo que podría generar incertidumbre inicial, pero mantendría la estabilidad institucional. Con Kast, el énfasis estaría en la desregulación y en incentivos a la inversión, acompañados de un endurecimiento del orden interno; el riesgo sería la conflictividad social. En un escenario de Kaiser, el mercado podría reaccionar positivamente a la baja de impuestos, pero negativamente ante un posible aislamiento internacional y un debilitamiento institucional. Con Matthei, el país ofrecería continuidad y previsibilidad, aunque con un liderazgo probablemente limitado en el Congreso.

En cualquiera de los casos, el ciclo de la estabilidad automática parece haber terminado. La relación entre economía y política volverá a ser determinante, y los inversionistas deberán mirar no solo las cifras, sino el humor de la calle.

Chile ante el espejo global

La elección chilena tiene un significado que excede sus fronteras. El desplazamiento del centro político y la emergencia de opciones que disputan desde los extremos son fenómenos que también observamos en Europa, Estados Unidos y América Latina. Las democracias se están redefiniendo en torno a la gestión del miedo: miedo al crimen, a la pérdida de bienestar, a la irrelevancia del Estado o al colapso de las certezas culturales.

Chile, que durante décadas se pensó inmune a esos vaivenes, experimenta en carne propia, desde el 2019, esa transformación. El país que en los años noventa encarnó la promesa del consenso liberal y la tecnocracia eficiente se enfrenta hoy a una ciudadanía más impaciente y más consciente de sus desigualdades. El equilibrio que antes parecía su mayor fortaleza se ha convertido, a través de la neutralización auto infligida por las principales fuerzas políticas, en sinónimo de inacción y parálisis frente a los principales retos sociales y de un estancamiento económico que la sociedad reprocha. 

Si Jara gana, la izquierda enfrentará el reto de demostrar que es posible combinar crecimiento con redistribución sin caer en la parálisis legislativa. Si Kast triunfa, la derecha probará hasta dónde puede llegar un proyecto de orden sin fracturar la convivencia. Si el ascenso de Kaiser se consolida, Chile podría vivir una etapa de aislamiento y tensión institucional inédita desde el retorno a la democracia y a pesar de ello, el libertario intentaría demostrar que aún así un Estado mínimo y una liberación radical del mercado, pueden aportar los satisfactores  que la sociedad y el mercado requieren. Finalmente, si Matthei consigue sorprender, será señal de que el electorado todavía confía en la moderación, aunque sea como refugio momentáneo frente a la incertidumbre.

Conclusión: un parteaguas latinoamericano

Más allá del resultado, Chile ha entrado en una etapa de redefinición profunda. La política del equilibrio se desmoronó y en su lugar emerge una competencia entre visiones excluyentes del futuro. Esa transformación, que ya se ha insinuado en otras partes del continente, coloca al país como un laboratorio de la postdemocracia latinoamericana: un espacio donde las instituciones  esenciales sobreviven, pero los consensos se extinguen.

Las últimas encuestas coinciden en apuntar que Jeannette Jara lidera las encuestas y que pasaría sin problema a la segunda vuelta; por otro lado, apuntan que sería José Antonio Kast quien la enfrentaría en diciembre. No obstante, todas apuntan a un ascenso de Káiser quien habría desbancado a Matthei de esa posición y podría, incluso, ser el candidato que enfrentará a Jara en la segunda vuelta.  Esos mismos encuestadores señalan que en cualquier caso tanto Kast como Kaiser se impondrían a Jara. La historia de las elecciones es, en mucho, la historia del fracaso de las encuestadoras; me abstengo de hacer apuestas. 

No puedo dejar de apuntar un escenario remoto: ante la posibilidad de que la extrema derecha, en cualquiera de sus dos versiones en contienda, pudiera llegar a la presidencia, los votantes de centro y del sector progresista, construirían de facto un cordón sanitario que impulsaría a Jara o a Matthei a la presidencia. Esta posibilidad estaría lejos del esfuerzo concertado que se dio en Francia, por ejemplo, para evitar la llegada del partido de Marine Le Pen, a la presidencia. En Chile, este giro sorpresivo estaría propulsado básicamente por los electores que llegarán por primera vez a las urnas. Este escenario es, casi, un ejercicio personal que busca un rincón de tranquilidad en el horizonte. De nuevo, no apuesto. 

El desenlace del domingo será observado con atención en toda la región. De su resultado dependerá no solo el rumbo de un país históricamente referente, sino también la posibilidad de que América Latina encuentre un nuevo punto de convergencia entre la justicia social y la estabilidad económica. Chile, una vez más, está en el centro del debate sobre cómo gobernar en tiempos de incertidumbre. La espera hasta diciembre será larga, muy larga. 

Rubén Beltrán

@RubenBeltranG