En el marco del primer informe de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, se ha difundido ampliamente la reducción de la pobreza en nuestro país en el periodo que va de 2018 a 2024, ya que de acuerdo con los resultados de la medición de la pobreza multidimensional realizada por INEGI, durante estos seis años 13.4 millones de personas salieron de la pobreza al pasar de 51.9 a 38.5 millones, de las cuales 1 millón 700 mil lograron salir de la pobreza extrema, principalmente gracias al incremento real de 135% en el salario mínimo y, en menor medida, a las transferencias de los programas sociales, lo que sin duda es una buena noticia que no se debe regatear.
Sin embargo, estos datos contrastan con los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2024 (ENIGH) que son sumamente preocupantes al registrarse que en 800 mil hogares cuando menos una niña o niño no pudo comer en todo el día o, en el mejor de los casos, únicamente tuvo la posibilidad de consumir algún alimento, ello sin considerar a quienes ni siquiera tienen un techo. Es decir, un alto número de niñas y niños en nuestro país que se estima en alrededor de 1.3 millones padecen hambre con lo cual, como señala el investigador de la UNAM Saúl Arellano, estamos muy lejos de cumplir con el derecho a la alimentación reconocido en el artículo 4º constitucional y los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 de la ONU, mucho menos con el principio del interés superior de la niñez.
El hambre en la infancia tiene múltiples consecuencias ya que está asociada con más de la mitad de las muertes de personas menores de edad en el mundo, la propensión a sufrir enfermedades es mucho mayor, además de retrasar su crecimiento. En México 1 de cada 8 niñas y niños menores de 5 años presentan talla baja para su edad, aunado a que la falta de una alimentación adecuada provoca fatiga constante; baja concentración; ausentismo y abandono escolar; afectación en el desarrollo del cerebro y por tanto en la capacidad de aprendizaje y limitación en habilidades como el lenguaje y la memoria; impacto emocional y autoestima baja generando ansiedad y depresión, así como dificultad para socializar.
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A la par, enfrentamos otro problema de salud pública de igual importancia ya que ocupamos uno de los primeros lugares a nivel mundial en obesidad infantil que se presenta desde la primera infancia. De acuerdo con UNICEF, al menos 1 de cada 20 niñas y niños menores de 5 años la padece, lo que generalmente favorece el sobrepeso durante el resto de su vida con el consecuente riesgo de sufrir enfermedades circulatorias, del corazón, riñones o diabetes, agravándose en la población infantil y adolescente de entre los 6 y 19 años de edad pues 1 de cada 3 padecen obesidad y sobrepeso, siendo las causas principales el consumo de alimentos procesados con alto contenido de azúcar, grasas trans y sal, así como de bebidas azucaradas debido a su bajo costo, fácil acceso y amplia promoción, todo ello sumado a la poca actividad física.
Aunque las soluciones parecieran ser obvias como fomentar mejores hábitos de alimentación, reducir el consumo de alimentos ultra procesados y bebidas azucaradas, promover la práctica del deporte y aumento de la actividad física o subir impuestos a estos productos y limitar la publicidad destinada a niñas, niños y adolescentes, no es tan simple pues difícilmente se podrá avanzar mientras la mayoría de la población no tenga fácil acceso así como los recursos necesarios para adquirir alimentos suficientes y nutritivos. Gobierno y sociedad tenemos una deuda histórica con la niñez, y lamentablemente nada apunta a que por fin será considerada en la agenda prioritaria del país.
