RECONCILIACIÓN

Urge reconciliar progreso y dignidad

El país necesita un nuevo pacto moral, uno que no se mida solo en pesos ni en encuestas, sino en la posibilidad de vivir sin miedo y con dignidad. | José Luis Castillejos

Escrito en OPINIÓN el

México se mira hoy en un espejo quebrado. Las cifras económicas hablan de crecimiento, pero en los rostros de mucha gente, en los barrios obreros o en las comunidades rurales, la esperanza sigue aplazada. Los discursos oficiales celebran avances tecnológicos y estabilidad macroeconómica, mientras millones viven sin agua, sin empleo formal o con el miedo como compañero cotidiano. El país avanza, sí, pero no todos caminan en la misma dirección.

La desigualdad se ha vuelto una forma silenciosa de violencia. En las ciudades, los jóvenes se abren paso entre empleos temporales y la ilusión del éxito digital. En el campo, los campesinos envejecen sin relevo generacional, observando cómo la tierra se agota y los hijos emigran. En los pueblos fronterizos, los migrantes —de aquí y de allá— recuerdan que la patria también puede doler. México no está detenido, pero su progreso se sostiene sobre un terreno resquebrajado.

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La polarización política ha fracturado el diálogo público. Se discute más sobre quién tiene la razón que sobre cómo mejorar la vida colectiva. Los liderazgos se construyen sobre el desencanto y la rabia, no sobre el entendimiento. La crítica se confunde con traición y el aplauso con lealtad. En medio de ese ruido, la ciudadanía se siente huérfana de voces serenas que convoquen a un proyecto común. Ninguna nación puede prosperar si pierde la confianza en sí misma.

La violencia cotidiana es la otra cara de esta crisis. No solo la que llenan los noticieros con cifras de homicidios o desapariciones, sino aquella que se vive en las calles sin alumbrado, en los cuerpos agotados por la precariedad, en las mujeres que aún temen volver solas a casa. México no puede normalizar el horror ni acostumbrarse a sobrevivir con miedo. La seguridad no se decreta: se construye con justicia, educación y oportunidades reales.

Pero también hay luz. En los jóvenes que crean cooperativas tecnológicas en Oaxaca, en las mujeres que fundan redes de apoyo en Chiapas, en los científicos que investigan desde universidades públicas, en los agricultores que apuestan por prácticas sostenibles. México sobrevive gracias a esa gente anónima que no se rinde. La reconstrucción nacional no nacerá de un decreto, sino de una reconciliación profunda entre quienes producen, enseñan, curan y protegen la vida.

El país necesita un nuevo pacto moral. Uno que no se mida solo en pesos ni en encuestas, sino en la posibilidad de vivir sin miedo y con dignidad. Gobernar no es administrar estadísticas, sino cuidar personas. Y votar no debería ser un acto de fe, sino de conciencia. México no será mejor por tener más carreteras, sino por ofrecer caminos más justos.

Hoy más que nunca, la tarea es volver a mirarnos sin maquillaje ni consignas. Aceptar que la modernidad no puede edificarse sobre la exclusión y que el progreso sin humanidad es solo una ilusión brillante. México puede cambiar —ha cambiado antes—, pero solo si elige la empatía sobre la indiferencia y la verdad sobre la propaganda.

Cuando eso ocurra, el espejo dejará de estar roto. Y en su reflejo, quizá, volvamos a reconocernos como un país entero.

José Luis Castillejos

@JLCastillejos