Desde 2006 cuando intentó ser presidente de México, Andrés Manuel López Obrador tomó varias banderas: la pobreza y la corrupción eran las más recurrentes. Mintió. O fracasó. O ambas.
En esta oportunidad abordaré el caso de la corrupción que en México es uno de sus peores lastres. No es ninguna novedad decirlo. Pero un político, AMLO, vaya que logró convertir en su favor una narrativa contra la corrupción, a pesar de que su entorno hoy chapalea en el fango. Y no es alegoría.
En agosto de 2021, el sitio La Silla Rota hizo un recuento temprano de los escándalos de corrupción en el ya maduro sexenio de López Obrador: Hasta ese momento se conocían al menos 36 casos de corrupción revelados principalmente por la prensa.
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En enero de 2023, como cada año, Transparencia Internacional dio a conocer su ranking sobre percepción de corrupción en el mundo. Le faltaba un año para concluir su sexenio, pero era evidente que por tercer año consecutivo se mantenía en el bache. Desde 2020, México registraba una calificación de 31 puntos en el ranking que califica a 180 países. En el Índice de Percepción de Corrupción, 1 es la peor calificación y 100 la mejor posible, es decir, se estancó.
Para colmo, México mantenía el lugar 124 en 2020 y 2021, pero para 2022 pasó al sitio 126. Esto se explica muy sencillo: 2 países mejoraron su calificación y nuestro país la empeoró. Para 2025, el índice colocó a México en el lugar 140. Se hundió.
¿Cómo lo explicó la organización?
1.- Incertidumbre sobre el alcance y la implementación de las reformas en materia de transparencia, anticorrupción y al Poder Judicial.
2.- Impunidad en casos como Odebrecht, Pemex Agronitrogenados (la red encabezada por Emilio Lozoya), la Estafa Maestra y casos de corrupción de gran calado como los agrupados bajo el nombre de “Segalmex”, la extinta agencia federal a cargo de la seguridad agroalimentaria. En el caso de Segalmex hay cuando menos 26 personas vinculadas a proceso penal, pero no han sido encontradas como responsables por un juez. Las sentencias están aún pendientes. (Su amigo y mentor Ignacio Ovalle ni siquiera fue testereado por el quebranto en Segalmex).
3.- Bajos niveles de sanción en materia de responsabilidades administrativas identificadas por los órganos de fiscalización superior.
4.- Creciente número de casos de corrupción a nivel estatal que involucran al crimen organizado.
5.- Empresas identificadas como “fantasma” o controladas por el crimen organizado siguen siendo contratadas por los gobiernos.
Un subcomponente del World Justice Project recientemente dio a conocer un ranking en el que México está en el 135… de 142 naciones. Está en medio de Uganda y Venezuela, lejos de Dinamarca, Noruega o Singapur que ocupan los tres primeros sitios o Chile, que está en el 29, Costa Rica en el 43 o Argentina en el 72. Un fracaso.
El 24 de mayo de 2022, falsa o erróneamente, López Obrador afirmó que es precursor del discurso anticorrupción en el país. Según su narrativa, en los últimos 50 años este flagelo no era materia ni de políticos ni de periodistas.
“El principal problema de México es la corrupción. Antes no se hablaba de eso, me siento de los precursores en poner este tema en la mesa del debate. Porque ni en los discursos se hablaba de corrupción, si ustedes hacen un análisis de los discursos de 50 años a la fecha no van a encontrar la palabra corrupción, como si no existiera, y en los medios de información lo mismo”, dijo el presidente sin rubor alguno.
“Cuando se habla del modelo neoliberal yo he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo. Es que se puede tratar del modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve nada. Entonces, el fondo es ese, el que impera la corrupción”, dijo López Obrador.
Pero es falso. Claudio Lomnitz publicó en 1999 el libro ”Vicios Públicos, virtudes privadas: la corrupción en México”. Ahí expuso:
“El primer punto de partida, que es quizá también el más evidente, es que a lo largo de la historia mexicana se han utilizado discursos acerca de la corrupción para diseñar nuevos proyectos políticos, así como también para explicar por qué los proyectos viejos han fracasado. Así, por ejemplo, en tiempos de la Conquista española los curas y hombres de Estado presentaban propuestas para castigar y reformar a los indígenas con base en la noción de que en América el diablo había corrompido la verdadera fe, dando como resultado la idolatría, el sacrificio humano, la idolatría, el canibalismo, etcétera”.
Lomnitz abundó: “El indígena, débil y corrompido, sería reformado en una nueva sociedad y así le serviría a los intereses de los españoles, sino también de los indios, de Dios y del rey. En pocas palabras, el discurso que retrataba las creencias y prácticas religiosas y sociales de los indígenas como corrupciones de la verdadera fe se utilizó para legitimar el orden colonial”.
El discurso en torno a la corrupción se modificó, de acuerdo con Lomnitz y se llegó a sugerir que la corrupción de los peninsulares tenía su origen “en influencias diabólicas que podían venir de fuentes indígenas, judaizantes o protestantes”. De ese tamaño.
Felipe II (Valladolid, 21 de mayo de 1527-San Lorenzo de El Escorial, 13 de septiembre de 1598) decretó que los traductores reales en las cortes de indias no recibieran regalos “ni de españoles ni de indios”. Hubo más tarde reformas en el periodo borbónico, hacia el siglo XVIII, que prohibía la venta de puestos políticos a miembros de élites locales.
Durante años, Andrés Manuel López Obrador afirmó en mítines, declaraciones y documentos que en el país se iban 500 mil millones de pesos “por el caño de la corrupción”, por ello, en su gobierno, iba a combatir este flagelo. “Me canso ganso que se acabará la corrupción”, repetía una y otra vez. “Barrer como se barren las escaleras: de arriba para abajo”, decía.
El 31 de agosto de 2019, en un comunicado oficial de la Presidencia de la República se afirmó que “México recuperó 500 mil millones de pesos por combatir la corrupción”, al recoger una aseveración del presidente López Obrador en San Salvador El Seco, Puebla. ¿En serio? No aportó ninguna evidencia.
Como en muchos temas, López Obrador se apropia de banderas de manera falsaria. Y los resultados están a la vista.
El combate a la corrupción siempre ha sido un espejismo en México. Estos #Recovecos lo han reseñado desde hace años y este reportero lo ha contado por más de dos décadas en su paso por diversos medios.
En 1982 el entonces presidente Miguel de la Madrid puso en marcha una campaña contra la corrupción, bajo la ostentosa frase “renovación moral”. Su antecesor, José López Portillo, se había despachado con la cuchara grande, como sus antecesores.
De la Madrid creó la Secretaría General de la Contraloría General de la Federación a cargo de María Elena Vázquez Nava. Parecía buena idea, pero era un engaño. Otro más. Esa oficina antecedió a la Secretaría de la Función Pública (SFP) que la autodenominada 4T convirtió en Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno. Nombre pomposo, pero...
Vicente Fox encabezó en el 2000 la primera alternancia partidista en México y colocó ahí a un “zar anticorrupción”, así le llamó el de las botas. Además, la persona responsable era un “bárbaro del norte”, Francisco Barrio Terrazas, cuyo primer tropiezo declarativo fue ofrecer que iba por “peces gordos”. No llegó ni a charales y de bárbaro solo tuvo el apodo.
Cada sexenio nos acostumbró a que el presidente recién llegado atrapaba a un personaje que ejemplificara la mano dura del nuevo Tlatoani. Carlos Jonguitud, líder del SNTE; Rogelio Montemayor, ex director de Pemex; Raúl Salinas, el hermano incómodo de Carlos; Raúl Muñoz Leos, ex director de Pemex; Elba Esther Gordillo, ex lideresa del SNTE; Rosario Robles, ex titular de Sedatu con Enrique Peña Nieto y ex jefa de gobierno; Emilio Lozoya, ex director de Pemex… la galería es interminable. Puro fuego artificial, puro espejismo.
Si pasamos revista a sus casos nos daremos cuenta que su infierno generalmente dura un sexenio, o quizá un poco más. Y en muchos casos terminan viviendo felizmente y entre la socialité.
El caso de Muñoz Leos lo revelé en abril de 2007 siendo reportero de El Universal. El entonces titular de la Función Pública, Germán Martínez Cázares, fugaz director del IMSS con el presidente Andrés Manuel López Obrador, hoy de vuelta en las filas del PAN, lo persiguió con atrozmente. En 2015 fui a tomar un café al Sanborns de la colonia San Miguel Chapultepec y ahí me encontré a Muñoz Leos. Estaba muy tranquilo. “He ganado todos los procesos”, me dijo antes de compartirme su número de celular y regalarme la exclusiva. Venció al gobierno.
Hoy que vemos los escándalos de los Amilcar Olán, Andy y Gonzalo López Beltrán, del general Audomaro Martínez Zapata, de la crema y nata de la Secretaría de Marina con el huachicoleo fiscal, o los señalamientos que rozan a Adán Augusto López Hernández con el crimen organizado en Tabasco y su Hernán Bermúdez, o su otro “hermanito”, Julio Scherer Ibarra, señalado una y otra vez. La lista, de nuevo, es interminable.
¿Alguien hubiera imaginado que los hijos de López Obrador promoverían amparos para no ser detenidos por acusaciones graves de presunta corrupción? ¿Por qué se deslindaron de esta maniobra legal… pero no se desistieron de ello? Una incógnita, pero al final lo que habla son los hechos.
Andrés Manuel López Obrador no acabó con la corrupción. Ni en acciones concretas y visibles ni en mediciones internacionales. Nadie en su sano juicio podía creer que terminaría con ese flagelo. Pero ni siquiera amainó. Al contrario, floreció.
AMLO mintió. O fracasó. O ambas. El reto para la presidenta Claudia Sheinbaum es de proporciones mayúsculas.
