Hace 65 años, Armando tenía poder. Cercano al presidente Ruiz Cortines, usó su influencia para enamorar a una bella bailarina cubana, Nora. Pero los celos lo devoraron: la amenazó, la persiguió y ella tuvo que huir del país. Dejaba atrás a sus hijos, quienes crecieron creyendo que su madre había muerto. Esa fue la mentira oficial de la familia: la hermana de Armando y su cuñado adoptaron a los niños y jamás se habló más de Nora.
Décadas después, la verdad salió a flote. Nora estaba viva, exiliada en Estados Unidos. Los hijos, ya adultos, descubrieron que habían sido engañados. En los años sesenta, era casi imposible rastrear el paradero de alguien. Tal vez Nora se resignó al silencio, se blindó emocionalmente. Pero el daño estaba hecho: la historia fue manipulada y los hijos crecieron con una mentira brutal. A eso, hoy, le llamamos violencia vicaria.
El término no existía, pero el fenómeno ya estaba allí: hombres que castigan a mujeres a través de sus hijos, usando el poder para separar, manipular, borrar. Y lo peor: la sociedad normaliza estas violencias, las disfraza de “es lo mejor para los niños", cuando son formas de violencia también para ellos.
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La historia se repite hoy. Fernanda y Adán tuvieron tres hijos. Él, catorce años mayor, alcohólico y violento. Durante años, ella resistió la presión, la manipulación, el abuso psicológico, económico, físico y sexual. Hasta que un día decidió salir de ese infierno. Pero no fue el violentador quien abandonó el hogar, como se recomienda: fue ella.
Adán incumplió lo pactado tras el divorcio. Luego, inició una ofensiva legal para despojarla de sus hijos, alegando supuestos problemas psicológicos. No le bastó con separarla de sus vástagos: la acusó penalmente de robo, por montos tan grandes que debería ser él, y no ella, quien enfrente una investigación del Servicio de Administración Tributaria, pues habría que acreditar la legal procedencia de tantos ceros.
Pero en Hidalgo, donde vivieron juntos, la justicia se invoca como comodín en los discursos políticos, no como un principio que rija las instituciones. El viernes 24, Lilia Fernanda Remes Oropeza fue citada a una audiencia a las tres de la tarde. El proceso se prolongó hasta entrada la madrugada. A esas horas, ya sin oportunidad de tramitar una fianza, se le vinculó a proceso y permaneció detenida. No sé cómo le llamen allá, pero en la Ciudad de México eso se llama “sabadazo”.
La víctima de violencia vicaria a la que me refiero en este artículo, en efecto, se apellida como yo, sí es familiar mío, en séptimo grado. Armando, a quien describí al inicio, también es familiar mío, en quinto grado; sus hijos, en sexto. Quien quiera que lea este artículo, quien quiera que siga el HT #JusticiaparaFerRemes, estoy seguro, también encontrará historias similares en su entorno: hombres violentos, con dinero, poder, contactos, que separan a mujeres de sus hijos y disfrazan su abuso como protección. Niños a los que se les miente, con historias diseñadas para justificar lo injustificable, negándoles su derecho a la verdad y a su madre.
Fernanda lleva más de un mes sin ver a sus hijos. Seis meses sin vivir con ellos. Lo único que ha podido conseguir son audiencias supervisadas a las que a veces no los llevan. ¿Qué escuchan esos niños hoy? ¿Qué les dice su padre? ¿Qué repite la familia González Escobedo? Fernanda siempre fue una madre amorosa, dedicada, presente. ¿Les estarán diciendo que es una ladrona? ¿Se lo creerán ahora, en cinco años, o cuando sean adultos y vean con sus propios ojos las pruebas, los videos, o cuando recuerden las violencias de que fueron testigos?
Días antes de ser detenida, Fernanda habló. Publicó videos, ofreció una rueda de prensa, contó su historia. Su testimonio está en su Facebook, como Lilia F Remes Oropeza. Tal vez alguno de sus hijos la escuche algún día. Tal vez dos. Tal vez los tres. Y tal vez, cuando tengan la madurez suficiente para cuestionar, no solo se pregunten qué pasó, sino que se vuelvan contra su padre porque los privó de la vida con su madre.
O tal vez suceda antes, tal vez el SAT lo investigue, tal vez su director, Antonio Martínez Dagnino, lea este artículo, tal vez la presión social doble al corrupto sistema de justicia hidalguense, tal vez muy pronto se demuestre la inocencia de Fernanda y también muy pronto le den a ella la custodia de sus hijos. Pero aún cuando suceda el final feliz que espero para mi prima, habrá muchos otros casos de violencia vicaria pendientes por resolver, pues lamentablemente un problema que pareciera de la Edad Media, sigue vigente en pleno siglo XXI.
