Unas horas después de llegar a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump lanzó una premisa en contra de las poblaciones LGBTTTIQ+, tras firmar una orden ejecutiva en la se establece que en territorio estadounidense sólo se reconocen dos géneros: el femenino y el masculino, bajo la premisa de que los géneros son “fundamentales e inmutables”, de acuerdo con el conocimiento obtenido a partir de la biología.
Con esta acción, las personas trans, las personas inter, las no binaries y todas aquellas cuya identidad no se ciñe a una visión binaria de la identidad sexo genérica, no serán reconocidas legalmente con base en su derecho al libre desarrollo de la personalidad.
La situación no es novedosa ni exclusiva del presidente estadounidense. Después de la inauguración de los pasados Juegos Olímpicos, el presidente de Hungría, Víctor Orban, calificó como “debilidad y desintegración de Occidente” el hecho que se haya programado un segmento de diversidad en la apertura de los mismos, en el que se recrearon algunas pinturas emblemáticas del cristianismo, con algunas variaciones, y la participación de algunas drags queen.
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Estos aires han llegado a América Latina. En el verano de 2024, por “incompatibilidad de agendas”, el gobierno de El Salvador, encabezado por Nayib Bukele, despidió a más de 300 personas del Ministerio de Cultura en junio pasado, en días previos a la Marcha del Orgullo LGBTIQ+. El motivo fue la autorización del montaje de la obra de teatro Inmoral, programada para presentarse en la Gran Sala del Teatro Nacional.
Dichas presentaciones solo duraron un día, pues la autoridad cultural local consideró que la representación escénica “no era apta para las familias salvadoreñas”, además de argumentar que desconocían el contenido de la misma. Sin embargo, la parte afectada, la compañía Proyecto Inari, había presentado anteriormente obras en dicho recinto, sin modificar uno de los principales elementos de sus proyectos creativos: la incorporación de personajes drag.
La medida fue apoyada por legisladores y otros integrantes del gabinete, quienes aseguraron ante los medios de comunicación que “El Salvador es provida, profamilia tradicional, y la agenda 2030 no tiene cabida”.
También en el marco del Mes del Orgullo, en el vecino Costa Rica, ocurrió algo similar con la ministra de Cultura y Juventud, Nayuribe Guadamuz, y el comisionado de Inclusión Social, Ricardo Sosa, quienes, de acuerdo con la versión oficial del gobierno, fueron destituidos por “tramitar una declaratoria de interés cultural para una marcha de orgullo LGTBIQ+ sin la autorización del Presidente”.
En Guatemala, el debate llegó al máximo tribunal, a la Corte de Constitucionalidad, pues el abogado Roberto Antonio Cano López interpuso un amparo constitucional contra el presidente, Bernardo Arévalo, y el ministro de Gobernación, Francisco Jiménez, para prohibir la celebración de la marcha LGBTIQ+, con el argumento de que “dicho desfile contienen escenas inmorales, sexuales, depravadas, contrarias al desarrollo moral e integral de la niñez, induciendo a la hipersexualidad infantil”.
En su decisión, la Corte aprobó la celebración de la conmemoración, pero ordenó a la Policía Nacional Civil la vigilancia de la misma para que ésta no incluyera “actos inmorales” y supervisar que todo se realizará bajo las “buenas costumbres”.
En la más reciente edición del Foro de Davos, Suiza, celebrado a lo largo de esta semana, el presidente de la República Argentina, Javier Milei, arremetió contra las poblaciones LGBTTTIQ+ al señalar que son parte de una “ideología woke”, provocadora de una liberalidad extrema en la que no se respetan los géneros ni los valores culturales tradicionales.
Anteriormente, recién inaugurado su gobierno, cerró las instancias de atención a la mujer y de eliminación de la discriminación; ha propuesto la censura hacia algunos libros de autoras feministas y tratado de eliminar los contenidos de educación sexual en la educación básica.
Estos aires se han vuelto cada vez más comunes, como parte de discursos cimentados en la animadversión hacia todo lo diverso, que rompe con ciertos moldes tradicionales. La diversidad es inherente a la humanidad por lo que es necesario que el Estado y la sociedad fomenten su respeto y garanticen que todas las personas puedan vivir de una manera en que se sientan cómodas consigo mismas, sin miedos y orgullosas de su ser y estar en este mundo.