Desde el feminismo liberal, la perspectiva dominante institucional, se promueve que la educación y la autonomía económica son dos de las formas más importantes para alcanzar la igualdad de género. Un objetivo desde hace más de dos siglos, pero ¿esto seguirá siendo vigente?
La historia del feminismo nos ha hecho reconocer las diferencias entre hombres y mujeres. Al inicio, buscábamos la igualdad de derechos y oportunidades ante la ley, la toma del espacio público que se nos había negado porque “naturalmente” pertenecíamos al hogar. Al lograrlo, pronto nos topamos con que las estructuras se habían constituido sobre bases patriarcales, que poco se adaptaban con las necesidades de las mujeres, y peor aún, que ahora cumplíamos un triple rol: madres, domésticas y trabajadoras remuneradas o estudiantes.
A partir de entonces, entendimos que las mujeres y los hombres tenemos necesidades diferentes, y aún más, que entre las mismas mujeres existe una amplia complejidad. Las mujeres partimos de distintas realidades, y con diversos niveles intrínsecos de opresión que genera un efecto diferenciado en la respectiva lucha feminista, la cual, no necesariamente se encuentra total o completamente representada dentro de la lucha feminista más popular, que, a partir de la obra “Rumbo a Beijing” de Silvia Federici, es aquel que reproduce Naciones Unidas.
Te podría interesar
Federici nos invita a criticar la razón de ser de la incorporación del feminismo dentro de la agenda de Naciones Unidas, desde una explicación maquiavélica en favor del sistema capitalista, apoyado del feminismo liberal y la búsqueda de incorporar a las mujeres en el mercado. Si bien, esta postura me parece verdadera y ventajosa por parte de la estructura dominante, también concuerdo en que permitió la porosidad de la barrera que establecía la división sexual del trabajo. Aquel sistema que limitaba a las mujeres en el ámbito privado del hogar, y, a los hombres, en el ámbito público del mercado laboral, que a su vez generaba una profunda desigualdad que afianzaba el sistema machista.
El derecho a la educación de las mujeres es otro logro de la lucha feminista que se ha institucionalizado, sobre todo en un discurso en favor de las niñas y mujeres en situación de desventaja. A este respecto, concuerdo con la idea de que la educación permite a las mujeres tener mayores oportunidades de desarrollo a través del trabajo decente, el cual está limitado por la falta de oportunidades laborales debido al rezago educativo. Si bien, la educación no asegura un empleo digno, la falta de éste lo hace imposible siquiera de imaginar.
El vínculo entre la educación y el empleo decente no es un eslabón seguro. Sin embargo, sí abona a combatir la precarización de las mujeres desfavorecidas y la dependencia económica. Aunque, seguramente, muchas de ellas terminarán incorporándose y explotándose dentro del mismo sistema, la versión idealista, pero factible, es que esta preparación las invite a tener una expectativa ampliada de su desarrollo profesional y futuro liderazgo, para que puedan contribuir a mejorar tanto su propia realidad como la de otras mujeres marginadas.
De la educación, no sólo es posible esperar la credencialización que permite una posición mejor remunerada, sino, además, abre la posibilidad de nuevos panoramas, a través de la adquisición de conocimientos; como, por ejemplo, conocer sobre los derechos humanos intrínsecos a cualquier persona y sobre cualquier práctica sociocultural en perjuicio de la dignidad de las mujeres. La educación permite cuestionar de forma crítica aquellas situaciones desagradables e inconformes, y dar pauta a tener herramientas con las cuales poder combatirlas. La educación cierra la brecha de la información, y con esto un desarrollo autónomo a la par de ejercicios introspectivos sobre la estabilidad física y emocional para ganar confianza en nosotras mismas, pero, además, ayudar a otras a hacerlo.
Las perspectivas feministas más críticas, sin embargo, nos invitan a cuestionar si el enfoque hasta ahora empleado, para observar la problemática en torno de las mujeres en situación de desventaja, es el correcto. Yo misma he reflexionado si mi postura sobre la educación y la autonomía económica sólo está reproduciendo modelos de desarrollo que no han funcionado. Si mi estrategia es aceptar las estructuras políticas y sociales actuales, y creer en un modelo de desarrollo lineal.
No obstante, la falta de educación ha sido una justificación suficiente para la exclusión de las mujeres de los espacios de toma de decisiones. Por tanto, observo la necesidad de alcanzarlos y lograr transformaciones desde dentro que permeen en la estructura social desigual. Considero que, pese a cualquier tipo de feminismo, las mujeres en desventaja deberían tener la opción de la educación, pues tener la capacidad de criticar el sistema también es un privilegio que no está al alcance de todas.
Fuentes de consulta:
Federici, S. (2014). Rumbo a Beijing: ¿Cómo las Naciones Unidas colonizaron el movimiento feminista? Contrapunto, ISSN 2301-0282, Nº. 5, 2014 (Ejemplar dedicado a: Feminismos. La lucha dentro de la lucha), págs. 87-96.
Norma Paola Longinos Águila*
Licenciada en Relaciones Internacionales por la UNAM y maestrante de Cooperación Internacional para el Desarrollo por el Instituto Mora. Trabajó en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y ha publicado colaborativamente para el Geneva Graduate Institute. Es especialista en educación y género con perspectiva interseccional y, actualmente, es consultora en DODO en proyectos de sustentabilidad e inclusión.