Apenas el martes pasado, el secretario general de la ONU, António Guterres, destacó los tres mayores males que afectan al mundo; la impunidad, la desigualdad y la incertidumbre que generan la inteligencia artificial y el cambio climático. Respecto a la lucha contra el cambio climático, entre otras cosas, los países se han propuesto reducir el consumo de combustibles fósiles y transitar a una producción de energía limpia, cuya tecnología depende de materiales críticos.
Pero ¿qué son estos minerales críticos? Estos minerales son el insumo para fabricar tecnología que se utiliza para producir energía solar, eólica y baterías de automóviles eléctricos, además de que tienen una gran variedad de aplicaciones que abarcan desde el sector económico hasta el militar, no en balde apenas en 2022, Estados Unidos publicó una Lista de 50 Minerales Críticos que incluye metales y tierras raras.
Aquí la cuestión de fondo es que la dinámica de la transición baja en carbono apunta a un sistema energético en el que la jerarquía internacional se define no sólo por el desarrollo tecnológico sino, también, por la capacidad de disponer de los recursos minerales críticos, por lo que están emergiendo nuevas formas de funcionamiento en los sistemas de energía y de interacción en el mercado energético mundial, pero en las que parece mantenerse a los insumos energéticos como una herramienta de presión y disuasión internacional.
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Algo nada nuevo en esta nueva estructura geopolítica de los insumos para la energía es la competencia entre Estados Unidos, China y Rusia, cuya política exterior se manifiesta en la suscripción de acuerdos internacionales relacionados con minerales críticos. Son estos últimos los que precisamente están dando forma a las relaciones entre los actores del mercado de la energía. Arabia Saudita, por ejemplo, a principios de 2024 anunció una asociación y un fondo de inversión conjuntos con Rusia, Egipto, Marruecos y República Democrática del Congo, con el fin de reducir riesgos en la explotación de fosfato, oro, cobre y bauxita, todos a excepción del oro, están ubicados en la lista de minerales críticos; por su parte, las empresas estatales de Kazajstán, astutamente, han aceptado financiamiento de la iniciativa de nueva ruta de la seda de China y han firmado asociaciones estratégicas con Reino Unido para extraer minerales críticos.
Observar esta dinámica de pugna por los insumos energéticos exhibe puntos vulnerables para las empresas y estados a nivel global pues los minerales críticos están concentrados geográficamente, de hecho, la mayoría de éstos se ubican en estados con índices de gobernabilidad frágil. Para no ir muy lejos, el cobalto es un mineral crítico con gran demanda entre los fabricantes de baterías de iones de litio utilizadas en vehículos eléctricos; sólo en 2022, el 70% del cobalto puro se extrajo de la República Democrática del Congo (RDC), pero las empresas chinas produjeron el 73% de todo el cobalto procesado; como resultado, la cadena de suministro de cobalto tanto puro como procesado tienen una fuerte concentración geográfica y de mercado, la cual tiene el potencial de provocar conflictos de diversa índole.
Es obvio que China aprovecha el acceso a sus minerales críticos y la tecnología para procesarlos a través de restricciones a la exportación para influir en los mercados globales y obtener ventajas económicas; basta mencionar que en 2023, Kazajstán y China firmaron 47 acuerdos con un valor de 22 mil millones de dólares que están destinados al desarrollo de la minería y la fundición de cobre, tierras raras y litio; otra jugosa asociación es la del Servicio Geológico Chino con el Servicio Geológico Saudí cuyo valor asciende a los 207 millones de dólares que se emplearán para mapear los yacimientos de minerales críticos en Arabia Saudita.
Rusia, mientras tanto, se abastece de minerales desde países de Asia Central, no es desconocido que Kazajstán es una fuente de uranio para los rusos; además, Rusia también firmó un acuerdo con Arabia Saudita para realizar estudios geológicos; no hay que omitir que en Sudán se descubrió que una mina y refinería afiliada al Grupo Wagner enviaba oro para ayudar a financiar la guerra de Rusia contra Ucrania, y supuestamente el Grupo Wagner está intentando desplazar el control occidental del acceso a minerales críticos.
Los ejemplos de China y de Rusia sirven como muestra que ahora la geopolítica de la energía cada vez está más cimentada en el control de las cadenas de suministro de los nuevos insumos energéticos, control que, como en el caso de los hidrocarburos, puede usarse para la coerción económica e influencia a nivel internacional. Ejemplo de ello es la disputa entre China y Japón sobre las islas Diaoyu-Senkaku en 2010, considerada la primera amenaza de China de restringir las exportaciones de tierras raras. Por su parte, Rusia ha utilizado una prohibición de exportación de helio y neón, utilizados para producir semiconductores y microchips, para influir en los europeos con respecto a la guerra con Ucrania. Lamentablemente, esta dinámica constituye un factor de inestabilidad y riesgos de seguridad en todos los niveles.
Un punto interesante de contención a una escalada de conflictos diversos es sin duda la suscripción de acuerdos comerciales, éstos están delineando políticas nuevas para extraer y procesar los minerales críticos en algunos países. No obstante, idealmente la explotación de los nuevos insumos para producir energía requiere de regulaciones nacionales e internacionales que beneficien tanto a los países con capacidades económicas y tecnológicas, como a los países poseedores de recursos minerales, al tiempo que se cimenta un comercio global sano y evitar, en la medida de lo posible, crear un sistema depredatorio de recursos como el de los energéticos fósiles.