El martes pasado fue el primer debate entre Kamala Harris y Donald Trump por la presidencia de Estados Unidos, y si bien el debate en sustancia fue básico no sorprendió que estuviera plagado de embates, evasión a cuestionamientos e información falsa, pese a eso, lo cierto es que para muchos resultó en un empate, aunque en términos generales benefició a Kamala Harris, pues ella era la contendiente en un formato en el que Donald Trump tiene amplia experiencia.
Las afirmaciones más escandalosas vinieron de Trump, mientras que Harris pecó por omisión en ciertas respuestas, o por exageración, por ejemplo, cuando afirmó que se había reunido con 15 países de la OTAN en defensa de Ucrania y recordó su viaje a ese país tres días antes del inicio de la invasión rusa.
Donald Trump volvió obsesivamente a los delitos vinculados a la migración, pero también a los aranceles aduaneros contra China, al gobierno federal que quería imponer el aborto sin límites, a la fracturación hidráulica para extraer gas y petróleo, y más brevemente sobre el derecho a un seguro médico privado. Excepto en el caso del aborto, estos temas son cuestiones en las que un amplio grupo de estadounidenses se inclinan hacia Trump, quien además predijo dos veces una tercera guerra mundial, una de ellas asociándola con el uso de armas nucleares.
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Por su parte, Kamala Harris imprimía en su discurso unidad y confianza en el futuro, intentando poner fin a la visión pesimista y propagandística de Trump. Incluso, a modo de programa gubernamental, Harris citó un pequeño número de promesas de campaña, todas ellas compromisos fiscales para los creadores de empresas, para las parejas y para compradores de vivienda por primera vez, que, si bien fue concreto, elude cuestiones programáticas.
A sabiendas de que en un debate previo a las elecciones los contrincantes son juzgados más por las expresiones y declaraciones que por la sustancia, Kamala Harris aprovechó para sacar a la luz su versión ofensiva, registro habitual de Trump, que esta vez asombró con una relativa moderación. Burlona, Harris cuestionó a Trump sobre su participación en sus reuniones de campaña logrando evidenciar el lado “raro” del expresidente con un hecho “visto en televisión” por Donald Trump en el que se afirmaba que los inmigrantes estaban “comiendo perros y gatos” de los estadounidenses en un condado de Ohio. Kamala Harris continuó sus ataques por numerosos motivos, los problemas judiciales de Trump, su desprecio por los militares, su vanidad, su intento de negociar con los talibanes afganos, sus "cartas de amor a Kim Jong-il", etcétera.
Más allá de los discursos y posiciones antagónicas, el debate evidenció que Harris y Trump se dirigían a audiencias diferentes, lo que muestra la división de la sociedad estadounidense. En las observaciones finales el contraste fue más notorio. La agresividad de Kamala Harris quedó atrás y salió el esfuerzo de moderación de Donald Trump. Este último acusó a Kamala Harris de todos los pecados, desde el abandono de las armas estadounidenses a los talibanes hasta la llegada de millones de inmigrantes, sin decir una palabra sobre sus propias intenciones. Kamala Harris centró todo en "los sueños " de los estadounidenses, en el apoyo a los ejércitos y a la defensa, y en el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos.
Pero, en medio de un debate de señalamientos cruzados sin sustancia dignos de un entretenimiento televisivo, hay una sombra que ronda las elecciones del vecino del norte, un espacio informativo digital más contaminado y degradado. Sí, todo parece que las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre próximo se llevarán a cabo bajo una niebla de desinformación, no sólo la que hasta ahora han brindado Harris y Trump, también la que corresponde a un espacio digital en el que spams y memes habilitados por inteligencia artificial añaden combustible a la propaganda política de ambos candidatos a la presidencia estadounidense.
Esto incluye las revelaciones sobre intentos de utilizar plataformas tecnológicas para minar las elecciones en Estados Unidos, como el escándalo de Cambridge Analytica de 2018. Sin duda preocupante en un contexto de nuevas acusaciones de una campaña de desinformación respaldada por Rusia destinada a influir en las elecciones de 2024 y un presunto pirata informático iraní de la campaña de Trump; esto mientras demócratas y republicanos experimentan en el uso de la inteligencia artificial en sus comunicaciones online. Sin mencionar que las “noticias falsas” están en el léxico de los estadounidenses y la investigación sobre la desinformación adquirió una carga política.
Faltan casi dos meses para las elecciones en Estados Unidos, por un lado es cierto que Kamala Harris tuvo un ascenso espectacular y ahora está hombro con hombro con Trump en las encuestas en la carrera hacia la Casa Blanca, disipó dudas sobre su capacidad de enfrentarse a Trump, mientras que Trump se revela totalmente atado al discurso de su campaña presidencial de 2016 y de 2020. Ambos, sin embargo, enfrentan las vulnerabilidades provocadas por una rápida digitalización no sólo de sus respectivas campañas, también de la democracia. A estas alturas de la campaña, cabe preguntarse si las elecciones estadounidenses de noviembre se decidirán sobre una base de discursos viscerales, en ideas optimistas de Estados Unidos o de sombras de desinformación digital.