#NESCIMUSQUIDLOQUITUR

Uróboros

Para que haya corrupción tiene que haber, por lo menos, una persona que la accione, autoridad o ciudadano; otra que la acepte; y otra más que, viéndola, la consienta. | Jafet R. Cortés

Escrito en OPINIÓN el

La sabiduría popular, así como la idiosincrasia mexicana quedan marcadas en frases que nos han repetido hasta el cansancio. A su vez, nosotros las utilizamos para explicar paradigmas que orbitan en cada situación cotidiana de nuestra vida.

Así, rematamos conversaciones con un, “por eso estamos como estamos”, que explica todo y nada a la vez, enmarcando la imposibilidad de cambiar la realidad; o justificamos la corrupción e impunidad al decir, “el que no tranza no avanza”. Envolvemos en oropel dos de los males más grandes que carcomen a México.

Sincerándonos un poco, aceptaríamos que la mayoría de la gente, aunque a todas luces lo niegue, repudia la corrupción en público, pero la consiente en privado. Señalan con la mano izquierda o derecha a los políticos, les tachan de corruptos, al mismo tiempo, utilizan la otra mano para jalar palancas, oprimir botones y usar pases VIP del sistema corrupto que tanto critican.

Las personas buscan un cambio, pero para el que vive en la casa de a lado. Hablan de cómo actuar, sin dar el ejemplo; sin hacerse cargo de su responsabilidad, sin hacer algo para evitar que esto suceda.

Hablar de corrupción es complicado, y duele cuando recordamos escándalos que volvieron multimillonarios a quienes desempeñaban cargos públicos, arrastrando consecuencias peores que el enriquecimiento ilícito, como la muerte.

Hablar de corrupción es toparse con la pared manchada, de cierta Casa Blanca; es tropezar con “Flores de la Abundancia” que esquematizaban redes de corrupción construidas con empresas fachada; es hablar de aquel exgobernador que, siendo Subsecretario de Finanzas en el Gobierno de Fidel Herrera, cobraba una plaza como “Violinista” en la Secretaría de Educación de Veracruz, claramente como aviador, recibiendo 40 mil pesos mensuales extras a su sueldo como funcionario. 

Es recordar los más de mil millones de pesos que se robaron en ese mismo gobierno Estatal, que debían ser destinados para la organización de los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2014; o los cientos de puentes inconclusos que dejaron sin remordimiento, las decenas de veces que inauguraron hospitales o instalaciones de gobierno, con equipamiento prestado, para luego dejar cascarones, que su séquito de “colaboradores” sigue aplaudiendo.

Todo esto, claro que indigna a la gente y la hace despreciar la corrupción, pero esos son ejemplos de lo que sucede a nivel macro; hay muchas acciones que se realizan cotidianamente, que prueban lo difícil que es erradicar este monstruo.

Para que haya corrupción tiene que haber, por lo menos, una persona que la accione, autoridad o ciudadano; otra que la acepte; y otra más que, viéndola, la consienta. Esto rompe con la idea de representar a la corrupción a través de un sistema piramidal, y en vez de eso lo convierte en uróboros, la serpiente que se devora a sí misma, mientras renueva el ciclo, eternamente.

En sí, el entorno condiciona el actuar colectivo y esta inercia ha llevado a la gran mayoría a vivir, convivir y en algún punto beneficiarse de la corrupción; con esa corrupción compuesta de pequeñas acciones, que mutan de a poco, volviéndose aquellos demonios que se vuelven contra nosotros, que nos atormentan.

La forma de salir por completo es, por decirlo menos, complicada, porque, a diferencia de la gente que considera que existe una fórmula mágica, una receta sencilla, la solución proviene de un esfuerzo colectivo coordinado mayor, que nos incluye a todos, sin excepción; porque con una pequeña rendija que se abra, por más minúscula que esta sea, la corrupción no tendrá compasión para entrar y nuevamente destrozarlo todo.

Jafet R. Cortés

@JAFETcs