Cada nota se sentía profunda, las vibraciones rebotaban de un lado al otro dentro del pecho, mientras el sonido se colaba acariciando los sentidos, sugiriendo el ritmo que debíamos llevar para acompañar la melodía.
El corazón, rendido por la insistencia, adecuó paulatinamente sus latidos; trataba con mucho esfuerzo de seguir el tempo, tropezando en ocasiones, en otras, cumpliendo a cabalidad. Entre ecos, se filtraba aquella necesidad imperante de seguir, y las extremidades, contaminadas de aquella epidemia armoniosa, despertaban su lado más primitivo, comenzaban a andar, intentando entrar en el momento justo, apostando su vida en ello.
En terminología musical, la palabra “tempo”, hace referencia a la velocidad en la que debe ser tocada una pieza. De cierta forma, podríamos utilizar este concepto para definir la vida y su ritmo, nuestra vida y nuestro ritmo, así como para explicar por qué suceden las cosas.
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Aquella pelea, aquel día que decidimos salir de casa, aquella vez que buscamos asilo en la noche, aquella ocasión que no pudimos librarnos de nuestras sábanas; aquel “hola” que se convirtió en un hogar o aquel “adiós”, que nos encomendó a Dios y a un reencuentro poco probable, son elecciones que ejecutamos en un momento determinado, que marcan el siguiente paso. Cada decisión, cuesta.
El punto exacto para tomar una decisión, aquella ventana de oportunidad que se abre y se cierra frente a nuestros ojos, el momento preciso que tenemos para entrar o para salir, para quedarnos quietos o movernos, para volar alto o sumergirnos en lo más profundo del abismo, nos sitúa en un punto específico del mapa, haciéndonos coincidir o encaminándonos al otro lado.
Nos aferramos a querer entrar a tiempo, pensando que, al no hacerlo patinaremos, cayendo a un no retorno desde el que caminaremos tambaleantes, ansiosos, acercándonos al futuro sin poder alcanzarlo antes que transmute en presente.
Perdemos de vista el panorama completo, convertimos toda pérdida en desventura, desechando la posibilidad de que nuestro ritmo sea naturalmente distinto y nuestro camino sea otro, más venturoso del que queremos, por fuerza vivir.
Hacer algo que no coincida con el tempo, hacerlo a nuestro ritmo, que eso permita que suceda lo que tiene que suceder. Para que, después no nos quede únicamente la incertidumbre de lo que no fue, para que después de eso orbite únicamente la pregunta constante de lo que hubiera sido.
Síncopa
Volviendo a los términos musicales, se encuentra la “síncopa”, usada para referirse a una manera en la que podemos romper con la regularidad del ritmo, acentuando únicamente alguna nota y suprimiendo la de más.
En cierto sentido, vivimos sincopados, a nuestro propio ritmo, coincidiendo en la nota del tempo a veces por fortuna, no tanto por un plan definido, por leer una partitura, seguir un plan, tomar una decisión analizando y practicando nuestros movimientos.
La síncopa significa la maravillosa diversidad que nutre la vida, el latido de nuestro corazón y nuestros movimientos, fundidos a un ritmo específico, que, no necesariamente sea el que lleva el tiempo del ahora, coincidiendo en lo que tengamos que coincidir.
Algo que se sale del ritmo, es algo hermoso. Toma su propio camino, elige su propia armonía, arrojando notas que tenemos que aprender a escuchar; sonidos que coinciden en ocasiones con otras que ya hemos oído, pero que, de forma única abrazan distinto.