#INTERMEDIOS

El ocaso de los ídolos: Puff Daddy y la celebridad en desgracia

La caída de una celebridad puede desencadenar una reflexión crítica sobre los arquetipos sociales que idealizamos, y las expectativas poco realistas que a menudo proyectamos sobre figuras públicas. | Mireya Márquez Ramírez

Escrito en OPINIÓN el

La fama y la celebridad, conceptos intrínsecamente ligados a la admiración pública y el éxito, a menudo proyectan una imagen de glamour y privilegio, para erigirse como arquetipos aspiracionales en la sociedad contemporánea. Sin embargo, tras esta fachada reluciente, se esconde una realidad mucho más compleja y, en ocasiones, profundamente perturbadora.

Como ejemplo tenemos el inminente juicio legal contra el rapero estadouniense Sean “Diddy” Combs (Puff Daddy), acusado de liderar una red de abuso y tráfico sexual donde estarían involucradas diversas celebridades y personalidades de la escena musical, el deporte, el espectáculo y del entretenimiento en Hollywood

Casos como el de Combs plantean interrogantes meridianas sobre la relación entre la fama, la celebridad, la impunidad y la conducta ilegal y moralmente reprobable, que amerita explorarse desde diversas aristas. Por un lado, la caída en desgracia del todopoderoso productor musical es sólo un ejemplo más de celebridades que, tras alcanzar la cima, se ven envueltas en escándalos y controversias que revelan aspectos oscuros de su personalidad y conducta, al revertir la narrativa idílica que a menudo se asocia con la fama: la fama pudre y corrompe. Los actos más viles pueden realizarse en su nombre.

Por otro lado, está la perspectiva legal, la que implica el anhelo de justicia para las docenas de víctimas que sufrieron años de abusos, vejaciones y silenciamiento mientras Hollywood miraba para otro lado. O la indignación por la mera existencia de una red de tráfico de influencias, de abuso de poder y de complicidades directas e indirectas que, al margen de la ley o incluso bajo su mirada cómplice, destrozaron decenas de vidas. 

Además, en un escándalo que salpica a casi toda la industria musical, encontramos también la perspectiva mercadológica, la de los efectos nocivos del escándalo en “las marcas” de los artistas, la de estrategias emergentes de contención de daños en una sociedad que, aun con la prevalencia de la cancelación y los linchamientos digitales, tiende al pronto olvido. Y por supuesto, podemos entender el caso desde el capitalismo moralmente degradante que convierte la desgracia ajena en un espectáculo y en una mercancía de consumo para el entretenimiento de las masas.

Pero permítanme detenerme en otro ángulo: la celebridad en desgracia como forma de mito recurrente que juega una función. Desde la perspectiva cultural, ¿por qué fascinan tanto las noticias sobre los juicios contra celebridades –sea O.J. Simpson o Harvey Weinstein? ¿Por qué nos alegramos al ver caer a un famoso? Cuando una celebridad cae en desgracia, se produce una ruptura en la narrativa arquetípica cuidadosamente construida. Esta disonancia cognitiva puede generar una profunda conmoción en la audiencia, que se ve obligada a confrontar la falibilidad de sus ídolos y a cuestionar los valores y aspiraciones que éstos representan. La caída de una celebridad puede, por lo tanto, desencadenar una reflexión crítica sobre los arquetipos sociales que idealizamos y las expectativas poco realistas que a menudo proyectamos sobre figuras públicas. 

Pero va más allá de una burbuja de fama rota. En su ya célebre obra “Daily News, Eternal Stories”, Jack Lule explora el rol sociocultural del periodismo para perpetuar mitos y arquetipos en sus narrativas y coberturas. Argumenta el autor que los mitos son historias arquetípicas que, de repetirse constantemente a través del folklore y los diversos productos culturales, conectan con lo más profundo de nuestra compleja humanidad y nos son inmediatamente reconocibles: el triunfador autodidacta venido a menos, el rico y poderoso caído en desgracia, el campeón sin corona, la mujer virtuosa y muchos más.

Estos mitos integrados en las narrativas periodísticas sobre las caídas de las celebridades no sólo sirven para distraer o entretener, sino para aleccionar y establecer los límites tolerables del camino a la fama. Funcionan como vehículos sociales para ventilar, discutir, revisar y legitimar un sistema de valores y creencias. Se trataría de narrativas históricas y eternas que, sin importar el caso, una y otra vez se presentan para aleccionar y disciplinar, para asentar lo permisible en la vida y el comportamiento, para exhibir y alertar sobre las consecuencias del mal, la ambición y el exceso. Nadie escapa a la justicia.

Lule identifica al menos siete mitos maestros que frecuentemente podemos encontrar en las noticias, sin importar momento o idioma, o detalles: la víctima, el chivo expiatorio, el héroe, la buena madre, el otro mundo, la inundación y el embaucador. Este último sería Puff Daddy. En todas las culturas, hay una historia, caso, novela o tradición con un embaucador: una figura siniestra, despreciable y cruda, de naturaleza sórdida, que inflige dolor y destrucción a otros, pero cuya caída es usualmente esperada, festejada y ridiculizada. Para ello, todos nos convertimos en una suerte de ajusticiadores.

De ese modo, los ocasos de las celebridades funcionan como instrumentos aleccionadores para quien se desvíe del camino o se convierta en embaucador. Su derrota advierte sobre los peligros inherentes a la búsqueda desenfrenada del éxito y la admiración: la impunidad que otorga la fama no dura para siempre.

Mireya Márquez Ramírez

@Miremara