México está a tan solo unos días de la toma de protesta de su primera presidenta. Un logro histórico e innegable.
Sabemos que el esencialismo de presumir que una mujer, por serlo, hará un mejor papel o un papel especialmente distinto es un error. También sería un error histórico pensar que no importa.
La llegada de Claudia Sheinbaum es una muestra de que las luchas históricas, articuladas estratégicamente en una combinación de política pública, marcos legales nacionales e internacionales y cambios de narrativas que modifican las percepciones y expectativas sociales en torno a los roles de género, a los que se suman hombres con poder que acompañan esas transformaciones, pueden rendir fruto.
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Al mismo tiempo, México representa una profunda paradoja: un país con un aumento impresionante en la participación de las mujeres en la vida pública, que sin embargo continúa inmerso en una cultura de machismo y misoginia. Un país que no ha logrado salir de la violencia más extrema contra las mujeres y niñas, en toda su diversidad, como el feminicidio, el tráfico de mujeres y niñas, o la desaparición forzada. Violencias de las que muchos hombres, en especial jóvenes y/o en marginación, son víctimas de variantes de esos mismos dispositivos de poder por parte de organizaciones criminales en toda la república.
Hasta hoy, los esfuerzos por abordar las raíces de esos fenómenos y las normas sociales que los sostienen han sido ineficaces y francamente descoordinados.
Muchas veces, han sido sostenidos más por la sociedad civil y el movimiento feminista que por intenciones claras desde los distintos niveles de gobierno.
Claudia Sheinbaum tiene la oportunidad histórica de construir una estrategia nacional, de Estado en contra de este flagelo que impide a las mujeres y niñas en México desarrollarse libremente.
Desafortunadamente, la reciente reforma judicial y la formalización de la guardia nacional militarizada, representan un gran obstáculo para esta ambición, pues la perspectiva de género en la justicia no viene con la elección popular ni con estructuras militares; si acaso todo lo contrario. La presidenta y su equipo deberán echar a andar una estrategia que alinee a las Fiscalías locales y la Fiscalía General de la República en el combate a la impunidad y los sesgos de género que enfrentan las víctimas. Pero, sobre todo, puede asegurarse de que todas y cada una de las secretarías transversalicen la lucha contra la violencia basada en género en cada una de las materias que les competen. Hasta ahora, esto ha sido solo un deseo en papel.
Asimismo, su gobierno puede trabajar de la mano de medios de comunicación masiva, medios públicos y las plataformas tecnológicas para innovar y sentar esfuerzos sin precedentes que permitan ver un impacto en las vidas de, al menos, la mitad de la población.
Seis años pueden hacer una enorme diferencia si se asume este tema como central para el gobierno que va a encabezar. Deconstruir la violencia basada en género y sus dispositivos puede abrir la puerta para nuevos horizontes en materia de seguridad y justicia en México.
Si la presidenta Claudia Sheinbaum se lo propone, el poder que tiene puede resultar en la base de una transformación cultural que, como ella lo sostuvo, incluya a los hombres. Nadie mejor que una mujer de izquierda para encabezar esa visión.