EXCMA. DRA. DOÑA BEATRIZ GUTIÉRREZ MÜLLER
NO PRIMERA DAMA DE PALACIO NACIONAL
Muy Discretísima Consorte:
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No he tenido oportunidad de leer su libro Feminismo silencioso. Como Vuestra Gracia de seguro ignora, yo sobrevivo en un páramo cultural llamado Cancún, donde las librerías escasean, la lectura no es prioridad de nadie, y las novedades editoriales llegan con muchas semanas, e incluso, con demasiados meses de retraso.
En cambio, sí tuve oportunidad de escuchar su intervención en la mañanera del 11 de septiembre. De antemano tenía la sospecha de que sería un montaje, exento de preguntas incómodas y de cuestionamientos ásperos: nada de acercarle la lumbre a su mecha corta, nada de preguntar de sus disputas en redes sociales, nada de recordar la rudeza del episodio de los niños con cáncer, nada de inquirir de su lujoso viaje a varios destinos europeos, nada de evocar su acceso al máximo sueldo en el Sistema Nacional de Investigadores, nada de criticar la cancelación del evento de Conapred sobre racismo, porque el programa preveía la intervención de uno de sus críticos.
Los vaticinios se cumplieron: los comunicadores a modo solo hicieron preguntas a modo, la calificaron de gran mujer (detrás del gran hombre), de talentosa diplomática (¡!), de destacada intelectual, de eminente escritora, de esposa perfecta y de buena mamá. Pese a tanta azúcar y tanta miel, debo confesar que encontré su charla bastante genuina y desenvuelta, casi diría que poco acartonada, a diferencia del soporífero desfile de funcionarios insulsos, datos falsos, cifras maquilladas, descalificativos en cadena y el inevitable toque de demagogia pura y dura, con los cuales su marido machaca a la audiencia y al país cada mañana.
Aun cuando Su Elocuencia intercaló en sus dichos algunas frases hechas y gastadas, tales como ‘el poder radica en el pueblo’ o ‘hay un despertar (de las conciencias)’, la mayoría de sus respuestas me parecieron discretas y juiciosas. Sí sorprendió, desde luego, que le agradeciera a su pareja su ‘buen humor’, y más aún, que lo pusiera como ejemplo para no ser “dramáticos, ni vengativos, ni enojones’, pues esos tres extremos suelen ser, precisamente, los tres pies de los que peor cojea.
Mas la expresión que más me apantalló de su charla fue cuando dijo, con todas sus letras, “algo que he aprendido aquí es que todo está en movimiento: que lo que baja, sube; y lo que sube, baja.”
Quizás la estoy sacando de contexto, tal vez esa no era su intención, Su Sapiencia, pero esas sencillas palabras contradicen todo lo que nos ha dicho la 4T durante seis eternos años: que llegaron para quedarse (y no piensan irse), que sus adversarios jamás volverán al poder (sean quienes sean), que sus reformas son irreversibles (las que hicieron y las que vienen), y que los cuadros de Morena gobernarán por siempre y para siempre a México.
¡Qué bueno que alguien tan cercano a AMLO comprenda que eso es imposible!
La 4T se encuentra en la cumbre, usa y abusa del poder, hace lo que le viene en gana (que sin excepción es lo que quiere Andrés Manuel), compone y descompone a su antojo, castiga y perdona a voluntad, se conduce de manera atrabiliaria y prepotente, pero tarde o temprano habrá de ser derrotada y superada. Si cayó Roma, que durante seis siglos abarcó todo el mundo conocido; si cayó España, en cuyos dominios jamás se ponía el sol; si cayó Inglaterra, que fundó un imperio en los cinco continentes; ¿cómo no habrá de terminar menguado y colapsado un movimiento tan caótico, tan cuestionado y tan veleidoso como la Cuarta Transformación?
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Todo esto me viene a la cabeza, Vuestra Sensatez, en medio del griterío ensordecedor que pregona que López Obrador es y será “el mejor presidente en la historia de México”. Es obvio que se trata de una proclama cortesana y chapucera, fraguada para marear a quien ejerce el mando, aunque, la verdad sea dicha, no parece molestarle en lo más mínimo a su único destinatario, o sea, a su marido.
Mas la pregunta es pertinente: ¿cómo pasará a la historia Andrés Manuel?
Como Vuestra Prudencia lo sabe, ahí no hay tintas medias. Sus malquerientes no lo bajan de manipulador, abusivo vil, rencoroso contumaz, corruptor compulsivo y, a últimas fechas, tirano en potencia. Del otro lado, sus partidarios lo elevan a líder visionario, caudillo inigualable, prócer impoluto, genial estratega, y cualquier otro superlativo que quepa entre magnífico y magnificente, incluido el de mejor presidente en la historia de México.
Por eso me da gusto saber, Su Serenísima, que Andrés Manuel tiene a su lado un antídoto contra el mareo, un ser muy querido que en cualquier momento del día o de la noche le puede decir al oído que todo cambia, que lo que sube baja, que nada es irreversible y menos inmutable, que las reformas de la 4T pueden ser benéficas pero no son eternas, que sus decisiones pueden ser populares pero no ser sabias, y que el coro de lambiscones que lo rodea es de todo, menos sincero.
En cuanto a pasar a la historia como prócer y como héroe, dígale Vuestra Sabiduría que no se haga muchas ilusiones. Dice el refrán que la historia la escriben los vencedores, pero eso es una falacia: la historia moderna la escriben los periodistas, los cronistas, los intelectuales, los historiadores, no los políticos, y mucho menos sus jilgueros. Y en ese medio, los prestigios de López Obrador andan muy a la baja. Tanto así, que ya hay quien lo encarama al pedestal contrario: el peor presidente de la época moderna.
Si no me equivoco, en este país de los desacuerdos, vamos a tener polémica para rato.
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Ya para concluir esta misiva, Vuestra Fineza, quisiera recordar otros dos momentos de su plática. El primero, cuando reconoció que en el gobierno de Porfirio Díaz se inició el rescate sistemático del patrimonio arqueológico de México. ¡Aleluya! Primera vez en seis años de mañaneras que se dice algo bueno de Don Porfirio, contrario a la ceguera ideológica de la 4T, que no ve más allá de sus prejuicios ideológicos.
Y luego, el momento estelar de la charla, cuando confesó que vivir en Palacio Nacional había sido no solo una incomodidad, sino un auténtico calvario, lo mismo para Vuestra Maternidad que para su hijo, quien en forma enfática reclamaba que no quería vivir en un museo (a ver si Doña Clau toma nota). Fue el momento dramático de la función, el instante de mayor tensión escénica, en lenguaje de teatro ‘el clímax’, la entrada perfecta para que su esposo le pidiera perdón por tanto sacrificio.
Pero… ¡se quedó callado! Él, que le ha pedido perdón a los yaquis de Sonora, a los mayas de Tihosuco (que lo rechazaron), a los chinos masacrados en Torreón en 1911, a las familias de los 43 normalistas de Ayotzinapa, a los sobrevivientes de la Guerra Sucia, a las víctimas en el desplome del Metro, a los muertos en el Jueves de Corpus, y a tantas víctimas anónimas de un remoto pasado que a nadie le importa, no le pidió perdón a su esposa por encerrarla seis años en la jaula de oro de un palacio.
¡Y todavía se la quería llevar al rancho!
Qué bueno que Vuestra Autonomía resistió el asedio y decidió seguir con su vida, con sus libros y esas cosas. Y qué lástima que haya sido una feminista tan silenciosa, una intelectual tan complaciente, una militante tan discreta, una esposa tan sumisa, una tuitera tan ofensiva, y una sombra tan invisible. En fin, nunca es tarde para enderezar el rumbo. Con esa convicción, reciba un saludo distante y un recuerdo inútil de