¿Por qué cuando fallecen nuestras mascotas sentimos tanto dolor? ¿Por qué estamos de duelo? Para aquellos que tenemos mascota es una tragedia que a ojos de muchos animales humanos escépticos puede parecer una exageración. No obstante, ahora sabemos con bases científicas que esas mascotas son animales no humanos y que son más parecidos emocionalmente a nosotros. A lo largo de la convivencia diaria con ellos desarrollamos un fuerte vínculo emocional comparable al de un hermano o un hijo pequeño, al tiempo que concientizamos que tienen grandes necesidades afectivas y capacidades cognitivas.
En el caso de los perros, se han comprobado científicamente sus aptitudes cognitivas y que el desarrollo de los cachorros caninos es muy similar al de los niños, con la diferencia de que estos últimos aprenden a hablar, esto, sin embargo, no quiere decir que los perros no desarrollen un lenguaje para comunicarse con nosotros y entre ellos mismos. A diferencia de los humanos, estudios científicos indican que saben interpretar y comprender perfectamente los gestos humanos de un modo que otros animales no pueden; incluso se asegura que el proceso de domesticación de los canes a lo largo de la historia incidió en que los perros evolucionaran en términos sociocognitivos para comunicarse con los animales humanos y además han desarrollado habilidades para identificar y relacionar palabras con objetos y ejecutar acciones, incluso para tomar decisiones.
Más importante aún, se ha comprobado que el grado de inteligencia canina es lo que los hace seres conscientes de su entorno y, por lo tanto, seres sintientes, es decir que tienen emociones igual que cualquier animal humano. Para aquellos escépticos, les recomiendo revisar el artículo “Los perros también son personas”; pero hay más, pues se ha demostrado su capacidad de amar, basta mencionar los estudios que constatan la rapidez con la que su corazón late cuando su familiar humano llega a casa o, qué decir de la ansiedad que manifiesta cuando se da cuenta de que su humano saldrá de casa. Porque él o ella sabe que no irá con ellos. De hecho, invito al lector que tenga perro que observe a su firulais cuando usted llega o se va de casa.
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Inclusive, hablando de ciencia, se ha comprobado que la química del cerebro de los canes cambia cuando compartimos tiempo de calidad con ellos, sí, sus niveles de adenina, citosina, guanina y timina se elevan, y estas sustancias no son otra cosa que hormonas del cerebro como respuestas emocionales.
Por si fuera poco, se ha descubierto que los canes y las personas comparten regiones genómicas que tienen un efecto en el comportamiento social de ambas especies. En los perros, genes contenidos en dichos genomas pueden producir una hipersensibilidad, que los hace ser alegres y deseosos por complacer y conectar, sin embargo, también los hace más susceptibles al sufrimiento y su sensibilidad es comparable a la de un niño. Si el lector es más curioso sobre estos descubrimientos puede leer la amena investigación “un ser maravilloso”, que no sólo le proveerá información científica, también lo conmoverán las historias de perros ahí contenidas.
Por todos los resultados obtenidos en las investigaciones realizadas, no sólo con perros, también con otras especies, en el 2012 un grupo de científicos en neurología y etología se reunieron en la Universidad de Cambridge para firmar la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia Animal, la cual determina que los animales no humanos tienen comportamientos similares a los animales humanos, que tienen experiencias y emociones equivalentes a las nuestras, en otras palabras, sienten alegría, tristeza, miedo y dolor.
Estas características hacen urgente replantear el trato que damos a los animales no humanos (mamíferos, aves, y otros seres) con los que compartimos este planeta. Afortunadamente, las investigaciones científicas han contribuido a que en algunos países esta capacidad cognitiva y sensitiva de los animales no humanos se esté reflexionando seriamente como para considerarlos sujetos de derecho o bien se respalden políticas públicas para velar por su bienestar. En Costa Rica, por ejemplo, ya se cerraron los zoológicos; en Colombia, con el argumento de contribuir con la paz y reducir la violencia, a partir de 2028 quedarán prohibidas las corridas de toros; por su parte, en México desde hace dos años se está impulsando una iniciativa para incluir a los animales no humanos en el artículo 4º de la Constitución, a fin de que sean reconocidos como seres sintientes, y no sólo los contemple implícitamente como parte del medio ambiente.
Pero mientras las legislaciones internacionales y nacionales avanzan para proteger a los animales no humanos, nos toca un arduo trabajo, que bien se plasma en las palabras de Lind-af-Hageby, defensora de los derechos de los animales de principios del siglo XX, “recae en nosotros la responsabilidad de velar por estas criaturas, que tienen nervios como nosotros, están hechas de carne y hueso como nosotros, y que tienen mentes que difieren de las nuestras no en especie sino en grado”.