Agosto de 1521 representó un cambio de trayectoria del devenir de Mesoamérica, esa región del planeta, asentada en parte de nuestro país, Guatemala y El Salvador, en la que se habían desarrollado un gran número de culturas con sus respectivos conocimientos, arte, religión, historia, descubrimientos, idiomas, arquitectura, entre otros elementos.
Después de haberse detectado la presencia de un grupo de personas provenientes de algún lugar remoto, cuyas características físicas y culturales eran muy diferentes, y tras varios años de interacción en el recorrido de estas huestes desde la península de Yucatán hasta el altiplano central, los sucesos sociopolíticos del momento culminaron en la caída de una de las urbes mesoamericanas con mayor impacto en la región, México-Tenochtitlan y el inicio de otra etapa histórica en el devenir histórico, la novohispana.
El gobernante mexica, Moctezuma, afrontó esa situación y al respecto se ha dicho y escrito mucho. Se han cuestionado las decisiones que tomó en su momento y la forma en que se desencadenaron los sucesos que culminarían con la caída de la gran Tenochtitlan. Se plantean muchas hipótesis con respecto a la posibilidad de haber transitado por otros caminos o bajo otras formas de observar la situación y de resolverla con un desenlace menos cuestionable o polémico.
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Una situación similar vivió Atahualpa, a varios miles de kilómetros al sur del continente americano, donde llegaron las huestes de Francisco Pizarro para hacer sucumbir el reino del Inca, de la adoración del sol, conocedor nato de la cordillera de Los Andes. Un pueblo con influencia cultural en el Perú, Bolivia y Ecuador y que estaba en un momento de esplendor cuando se suscitó el encuentro entre el Inca y los exploradores castellanos.
Un instante histórico en el que el propio Tawantisuyo o reino inca se encontraba en un período de recomposición debido a la disputa por la cabeza del mismo entre dos hermanos, Atahualpa y Huascar, el primero, ubicado al norte del territorio, y el segundo, en Cuzco, la capital del mismo, y cuyos enfrentamientos militares comenzaban a poner la balanza del lado del primero. Sin embargo, la irrupción de Pizarro desbalancearía la aparente inevitabilidad de la victoria de Atahualpa.
Por esas razones, Eduardo Matos Moctezuma y Luis Millones, a través de ejercicios biográficos sobre Moctezuma y Atahualpa, les sitúan en el momento específico en el que cada uno de ellos afrontó un imprevisto que modificaría totalmente la trayectoria de los pueblos que encabezaban, y cuyos resabios, permanecen hasta el día de hoy.
Especialistas en la materia, Matos Moctezuma como arqueólogo especializado en la cultura azteca y con un trabajo que permitió descubrir los restos arqueológicos de Tenochtitlan, y Millones, historiador de la época precolombina en la región de Los Andes, estudioso de las fuentes sobre la cultura inca y gran conocedor de la religión en dicha zona cultural, realizan un ejercicio de historia comparativa sobre los gobernantes de los pueblos azteca e inca, marcados históricamente por haber visto sucumbir sus culturas frente a un grupo de seres extraños.
El resultado del ejercicio, “Moctezuma y Atahualpa” (Tusquets, 2024), un libro dividido en dos fragmentos, uno para cada uno de los personajes en cuestión, en los que se abordan diversos aspectos de su vida, el contexto sociopolítico en el que ejercían su mandato, las formas en cómo aprendieron la vida política y religiosa y las maneras en cómo interpretaron los hechos anómalos que acontecían en sus respectivas regiones.
El debate sobre la finalidad de la escritura de una biografía ha sido intenso a lo largo de más de 10 años, sobre todo, después de la instauración de la historia como una rama de conocimiento con sus propias metodologías y propuestas teóricas. Pero, como argumenta el historiador francés, Francois Dosse, su utilidad va más allá de ese proceso lineal de entender de manera lineal la vida en concreto de una persona. Por el contrario, propone el especialista en historia contemporánea, el relato biográfico que da a conocer una serie de condiciones que impactaron en la trayectoria de vida de quien se está realizando el estudio biográfico.
De esta manera, la biografía implica una correlación entre la construcción de una trayectoria personal y la singularidad de un contexto. Por lo que, es a través de la biografía de una persona que es posible comprender un espacio y un tiempo específico, y esta representa, como lo propone Dosse, un espejo de ese período y una oportunidad de acercarse a la pluralidad de sentidos y significaciones de una vida en un determinado contexto.
En ese sentido, como lo resaltaba el historiador alemán, Hans Enrich Bodeker, una biografía representa un modo de contextualización del personaje histórico en específico, en un marco de estándares específicos mentales, sociales, culturales y artísticos. Una posibilidad de exploración crítica de la propia figura en cuestión y de los modos en los que se apropiaba de sus mundos de vida.
Los textos sobre Moctezuma y Atahualpa cumplen con estos antecedentes ya que permiten el acercamiento a dos figuras históricas del mundo precolombino, quienes vivieron un punto de inflexión en el devenir de sus pueblos, y cuyos papeles en el desarrollo de las acciones ha sido sujeto a múltiples interpretaciones y cuestionamientos a lo largo de los siglos. Pero, más allá de esas valoraciones, los autores los ubican en su tiempo y en su espacio, y es a partir de ahí, que invitan al público lector a formar su propio criterio sobre ellos y los hechos acontecidos hace siete siglos.