CENTRAL DE ABASTO

Un paseo por la Central de Abasto

En la Central de Abasto se surten mercados y supermercados, pero también el juguero de la esquina, el restaurante de Polanco y el verdulero de la cuadra, es un lugar maravilloso que debemos visitar. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

Uno puede vivir en una ciudad sin realmente vivirla, o al menos no de manera tan plena como podría. Sucede que la cotidianidad, la falta de curiosidad o el miedo a explorar cosas nuevas nos condenan a repetir las mismas geografías, sitios, rutas y trayectos, viendo la vida pasar. Así, dejamos de descubrir lugares que, para otros, son motivo de turismo.

En los 17 años que llevo residiendo en la Ciudad de México, he conocido a personas que nunca visitaron Xochimilco, nunca se subieron al Metro, o nunca pasearon un domingo por La Lagunilla. Yo también tengo una larga lista de pendientes por descubrir. Entre estos estaba la Central de Abasto.

Mucho había escuchado sobre ella: que ahí todo es más barato, que de ahí sale gran parte de la comida que consumimos, que ahí trabaja mucha gente y se mueve bastante dinero, que es un lugar impresionante que uno debe conocer. Sin embargo, nunca fui. Quizás por miedo a no saber cómo llegar, a perderme en sus 327 hectáreas, o a no tener con quien ir. Luego conocí a Marcela Villegas.

Marcela, o la doctora Villegas, como le dicen sus colaboradores, es la Coordinadora y Administradora General de la Central de Abasto. Coincidimos por una grata casualidad. Su sencillez, honestidad y su profundo conocimiento sobre el tema de alimentos confirmaron que había llegado el momento de visitar ese lugar desconocido.

Asistí dos semanas después, recibido por “El botas”, un perrito amigable que cae bien a todos, emprendí el recorrido desde la Coordinación con Julieta Cruz, quien trabaja con Marcela. Julieta conoce a la perfección cada esquina de la Central, y se nota el aprecio que los locatarios le tienen al verla pasar.

Durante casi tres horas, anduvimos a pie por diferentes zonas de la Central de Abasto. Rondamos pasillos, vimos frutas y hortalizas, esquivamos a señores con diablitos, nos escurrimos por el área de abarrotes, pasamos por las flores, fuimos a ver la venta al menudeo en “la subasta”, comimos tacos en La Sagrada Familia, y lloramos juntos sobre el pasillo de venta al mayoreo de cebollas.

También visitamos dos proyectos muy interesantes. Uno es la planta fotovoltaica, cuyos 32 mil paneles solares se encuentran en los techos de las estructuras con capacidad de generar 18 megavatios, o unos 25 gigavatios-hora al año. Otro es la planta de biodiésel que permite transformar aceite vegetal usado en combustible.

Es complicado transmitir con palabras la fidelidad de una sensación. Pero si pudiera englobar mi visita en una palabra, esta sería: asombro.

Asombro por la cantidad de bienes, personas, transacciones, transportes, entre muchas otras cosas, que ahí ocurren todos los días. No por nada es el mercado de alimentos más grande del mundo. Es reconfortante la generosidad de los locatarios y el buen ánimo con el que uno es recibido y atendido. En muchos lugares, el acomodo piramidal de productos crea postales coloridas entre el rojo de las manzanas o el verde de los limones.

También asombra lo poco que dimensionamos la importancia para la vida diaria de los capitalinos de lo que sucede en la Central de Abasto. Ahí se surten mercados y supermercados, pero también el juguero de la esquina, el restaurante de Polanco y el verdulero de la cuadra. Muchos de nosotros nos alimentamos de productos que provienen de ahí, y jamás nos pasa por la cabeza preguntarnos de dónde vienen.

Y un asombro final es la relación de precios. Efectivamente, en muchos locales es más barato adquirir casi cualquier producto que en los supermercados. En ocasiones, el precio puede ser la mitad o una tercera parte de lo que costaría en una tienda de cadena. Claro que hay un costo de oportunidad entre ir al supermercado o hacer el recorrido hasta Iztapalapa. Pero cuando esto representa márgenes desproporcionados, es inevitable levantar la ceja. No es casualidad que luego se cuestione la función de los intermediarios y sus ganancias.

Claro que la Central de Abasto tiene sus desafíos: desde el vendedor que intenta hacer trampa con las básculas, hasta el implacable paso del tiempo que ya ha desgastado una infraestructura de 40 años. Con todo, es un lugar maravilloso que debemos visitar. A Marcela y Julieta, gracias por permitirme vivir un pedacito de nuestra ciudad.

Carlos Gastélum

@c_gastelum