POLÍTICA MEXICANA

La adicción al pasado

La política en México parece vivir anclada en el pasado, utilizando su grandeza y sus tragedias como herramientas para manipular el presente y evadir la responsabilidad sobre el futuro. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

Si la política mexicana fuera una persona, algún experto de la salud mental la habría ya diagnosticado con una enfermiza adicción al pasado. En México todo parece construirse a través de él: el romanticismo de la grandeza, los orígenes de las desgracias, y el lugar en donde cualquier sueño es posible, haya existido o no.

No estamos hablando de historia política, esa que se construye con el rigor del método científico que busca la objetividad e imparcialidad, tanto como se pueda, pues la historia es también presa de las interpretaciones. 

De lo que hablamos es de la idea del pasado, esa que confunde la realidad con el mito, la continuidad con inicio, y el precedente con destino. Es la idea convertida en lugar común de la política, de personalidades tan elásticas según la ocasión. El pasado puede ser glorioso o trágico, caótico o descifrable, generoso o rapaz, feliz o ingrato.  

Es glorioso cuando los políticos encuentran en él las semillas del progreso. Son los grandes avances sociales y democráticos de las gestas heroicas de estudiantes, activistas o guerrilleros. De gente de izquierda o antisistema cuyos ideales hoy plasman las agendas de gobierno. Es el triunfo sobre la miseria, la desgracia y la opresión.

El pasado puede ser también el ancla de nuestras tragedias presentes, inevitables e irresolubles, que embalsaman de inocencia a los gobernantes en turno. Las explicaciones de la violencia se entienden como lastres de lo que alguien hizo hace 10, 15, 20 años atrás, no a partir de las responsabilidades vigentes. Tampoco importa que pasen lustros donde las promesas de futuro correspondan al ayer, pues el vórtice del pasado caótico, ahí donde decidan los políticos que inició, es tan poderoso que arrastra cualquier esfuerzo reciente.

Es el pasado también fuente de añoranzas que busca arrastrarnos a las formas de antes. El país donde todo se podía y todo era posible. El de los carros comprados con aguinaldos, de los niños jugando en los parques hasta bien entrada la tarde, y de las casas propias antes de los 30 años. ¿Quién no quisiera vivir en un país así? 

Pero el uso del pasado es también escurridizo, orgulloso y selectivo. Toma lo que le conviene, restregando en la cara lo que hoy falta pero que pudo ser nuestro. Más olvida que todo tiene un costo, y es imposible vivir de anhelos anteriores con las realidades del presente. ¿Podríamos renunciar a los 20 años ganados de expectativa de vida, a la inmediatez de la tecnología o las bondades del comercio? ¿Quisiéramos tal vez repetir las hiperinflaciones provocadas por espejismos de bonanza económica, a los niveles de analfabetismo o las tasas de mortalidad infantil como se tenían antes?

El problema de la adicción al pasado de la política mexicana es que se utiliza para manipular el presente y desviar la atención sobre el futuro. Es el deslinde de la responsabilidad sobre el quehacer público, de líderes partidistas que buscan perpetuarse, de problemas sin resolver de los cuales nadie quiere hacerse cargo.

Mientras la adicción continúe, continuaremos rascándole a lo viejo para evitar pensar en lo nuevo. De condenar al futuro al pensamiento de la añoranza y la derrota. 
 

Carlos Gastélum

@c_gastelum