Narendra Modi es un nombre que con poca frecuencia escuchamos en México. Quizás sus apariciones de mayor rating son las que introduce el presidente López Obrador al hablar de la popularidad de los líderes mundiales. Modi, primer ministro de la India, ocupa el primer lugar global de aprobación con más del 70% de respaldo entre los habitantes que gobierna.
Llegó al poder en 2014, y lidera el Partido Popular Indio, la organización política más grande del mundo con arriba de 170 millones de militantes. Ganó su segunda reelección apenas en junio pasado, y ha seguido una política cargada a la derecha que mezcla el nacionalismo hindú con la modernización económica del país. En una India de mil 400 millones de personas, ya la nación más poblada del mundo, que mantiene difíciles condiciones de desigualdad, de lógica de castas, y de tensiones religiosas, es interesante conocer qué sostiene a un personaje con semejantes niveles de aprobación.
Estando unos días de visita en aquel país, aproveché para preguntar y escuchar de la gente india lo que hacía de Modi alguien tan particular. Aquí algunas coincidencias de esas conversaciones.
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Lo primero que se le reconoce al primer ministro es la capacidad de generar orgullo nacional. Ser la quinta economía global y enfilarse hacia un mayor desarrollo. Tener CEOs de empresas globales como Google o Microsoft de origen indio. Decirse con los mejores doctores del mundo y haber desarrollado sus propias vacunas del COVID. Ser campeones globales de criquet. Entre un largo etcétera. Detrás, lo que se asoma es una suerte de agradecimiento hacia Modi por retomar la dignidad y protagonismo global a la India.
Al primer ministro también le aplauden varias políticas implementadas de su administración. Política social para rentas bajas de vivienda y apoyos a personas en vulnerabilidad. Recuperación económica y rehabilitación de ciudades. Trazabilidad de la población mediante cédulas de identidad biométricas que incluyen toda la información de las personas en cuanto a su educación, salud y otros indicadores -aunque esto a muchos podría escandalizar, allá escuché con bastante agrado que si un niño no va a la escuela, detectable vía cédula de identidad, se apersonen funcionarios del Estado en el domicilio para sancionar a los padres y hacer que el menor asista a clases-. Saben los indios que todavía tienen muchos problemas, pero les parece que Modi los está abordando acertadamente.
Sin embargo, las cosas se ponen turbias al escuchar las coincidencias de sus seguidores sobre la cuestión musulmana. Desde joven, Narendra Modi se sumó a movimientos políticos contrarios a la secularización de la India, y ha impulsado la supremacía del hinduismo por encima del resto de las religiones. Una nada descabellada idea en un país en donde más del 80% de la población es hindú. El problema son las implicaciones. Con bastante naturalidad escuché lo bien que hace Modi al detener los intentos musulmanes por apoderarse de las formas y costumbres de la gente común, y que Europa es la mejor muestra de cómo el islam lleva al caos y la radicalización.
El asunto está en que existen en India alrededor de 200 millones de musulmanes, y esa polarización no apunta a nada bueno. Si bien me faltó tiempo para profundizar sobre las formas y maneras en que esta división hindú-musulmana se manifiesta en el convivir diario, la narrativa en el imaginario de los lugares que visité, y el trato que percibí hacia musulmanes en aeropuertos y edificios públicos apuntan a la gestación de una crisis y más tensiones de conflicto interno que ya de por sí arrastra India desde hace décadas, y la sombra del temor terrorista que se respira en muchas ciudades del país.
Con todo, el líder más amado del mundo es uno de contrastes: aquel que despierta lo bueno y lo no tan bueno del orgullo nacionalista de un país tan complejo como la India.