La persecución comenzó desde hace varios años. Al principio, no me pude percatar de lo cercana que estaba aquella sombra que me acechaba en el silencio, pero poco a poco, se volvió más evidente su motivo.
En realidad, no me aterraba pensar en ella, sólo causaba cierta incomodidad voltear de vez en cuando a la nada y verla acercarse; no sabía cuándo sería, pero tenía la certeza de que faltaba poco para que pudiera tocarme, sujetarme con sutil fuerza y decirme al oído aquello que no quería escuchar. Eso último sí me aterraba, pensar en aquella noticia que quería revelarme, aquella que movería toda mi tranquilidad arrojándola al suelo, ensuciándola y maltratándola entre pisadas.
Bajo esta desdichada situación, pregunto, ¿cuántos kilómetros estaríamos dispuestos a correr con tal de huir de la verdad, de aquella noticia que nos hiela el alma, de aquellas palabras que aterran al corazón de sólo imaginarlas?
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Hablo de todo aquello que representaría para nosotros, una terrible noticia. La muerte de un familiar o persona muy querida; un despido; un “ya no vuelvas”, un “hasta nunca”, un “no me llames más”, palabras que pronunciadas significan un final que no queremos, que sabemos que nos desplomaría por completo.
Después de la tierra arrasada por una verdad de esa magnitud, el suelo termina de cierta forma infértil, nada puede sembrarse por una temporada, nada brota de la misma forma, por ello emprendemos una huida tan desesperada, nos movemos acelerando el paso, con el pecho desembocado y el corazón colgando de un hilo.
Con tal de huir
¿Qué seríamos capaces de hacer con tal de escapar de aquella verdad?, acaso tomaríamos un tren hacia cualquier lugar, correríamos en sentido contrario a toda prisa hasta que fatigarnos; buscaríamos con desesperación algún hechizo o artilugio mágico que nos hiciera desaparecer.
Qué clase de tácticas implementaríamos con tal de evadir la verdad; qué estaríamos dispuestos a sacrificar. Quizás avanzaríamos así, aunque nuestra salud estuviera en juego, aunque nuestra integridad física pudiera estar comprometida. Defenderíamos a toda costa el ahora que se ha convertido en mentira, con tal de postergarlo lo más que podamos con tal de vivir tranquilos, en paz con nosotros mismos, aunque de cierto no tenga nada ya.
¿Por qué nos aterra tanto la verdad?, porque no podemos enfrentarla, porque duele mucho, porque podría cambiar todo en lo que creemos, aquello que mantiene en estabilidad aquel ahora que construimos; porque no queremos ser decepcionados, que nuestras expectativas se rompan, que la sorpresa que llegue, sea negativa.
Por eso corremos a toda prisa hacia el otro lado; tapamos nuestros oídos, alejamos la mirada. Nos atrancamos entre muros infranqueables con tal de no recibir la información que nos haga ver la vida como es, no como nosotros queremos que sea; dudamos tanto de nuestra capacidad de lidiar con ello, que nos volvemos incapaces de hacerlo.
Enfrentar la verdad requiere un esfuerzo inmenso, y el miedo a ella nos tiene que servir como medio para prepararnos mejor, para adaptarnos a las circunstancias que tenemos enfrente. De nada sirve tomar un tren hacia cualquier parte, correr en sentido contrario hasta perder el aire, buscar con desesperación algún hechizo o palabra mágica que nos aleje, nos haga desaparecer, si la verdad seguirá ahí cuando regresemos; de qué sirve si en algún momento, sea cual sea, tendremos que enfrentarla.