Al cumplir 25 años de servicio dentro del Servicio Exterior Mexicano (SEM), la Secretaría de Relaciones Exteriores emite al funcionario o funcionaria cumpleañera una condecoración para conmemorar el hecho.
Mi primera reacción al enterarme de que iba a recibir esa condecoración, fue ponerme a pensar si esto no parece celebrar que en 25 años no encontré un mejor trabajo al actual (que es muy bonito, claro), suponer que me emociona llegar a la mediana edad casi esquina con tres cuartos (que es muy bonito, claro), y además anunciarlo a todo el mundo (también, súper).
Pero, la verdad es que ser diplomático de carrera permite, durante muchos años, aprender y vivir escenarios completamente inusuales, que producen experiencias de vida con profundo impacto personal y profesional. Sobre esto último, es todavía más significativo cuando esa labor profesional genera un impacto directo en alguien que lo necesita, o cuando tu trabajo materializa las premisas de la Política Exterior Mexicana, por lo menos las que estén de moda en ese momento.
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Creo que como diplomáticos somos un gremio tímido para compartir experiencias. Son pocos los personajes que lo hacen, y la mayoría son personas que han estado al frente de los destinos de la Cancillería. Sin embargo, hay mucho conocimiento y vivencias en los funcionarios y funcionarias que acompañaron, se involucraron y ejecutaron políticas con enormes implicaciones internacionales, o llevaron al cabo misiones en el extranjero con sensibles riesgos a su integridad personal.
Muchos de mis compañeros y compañeras han estado en zonas de guerra o desastre llevando ayuda humanitaria o rescatando personas afectadas. Sus experiencias no siempre son conocidas más allá de la Cancillería, y en muchas ocasiones, ni siquiera dentro de ella. Creo que tenemos el deber de compartir lo vivido para la creación de una verdadera memoria institucional.
Si acaso tuviera una sugerencia que tuviera como destinatario, tanto a la Cancillería como al SEM, sería la consideración de privilegiar el crecimiento personal de los diplomáticos. Nuestra carrera tiene una enorme dosis de aislamiento. Cuando iniciamos en este trabajo dejamos atrás la familia original, los amigos, el mundo conocido y toda la red de apoyo. A veces, durante el camino y los traslados formamos nuestras propias familias, y a veces no. A veces tenemos compañía, y a veces no.
Pero sea cual sea el caso, es necesario que al salir de las oficinas en el país que sea, tengamos el tiempo y las herramientas para reforzar nuestra identidad personal y de pertenencia familiar ya sea presente o a la distancia. Cuando el desarrollo profesional lo convertimos en la primera expresión del desarrollo personal, las consecuencias a largo plazo pueden ser muy dañinas. Dentro del SEM, este escenario es común.
Es por eso que a la Cancillería no le sugeriría que revise los salarios Servicio Exterior Mexicano, que tienen más de 20 años sin ajuste por inflación (no, no lo haré), ni le pediré que se otorguen las prestaciones que contemplan las leyes y que siguen ahí esperando el momento idóneo para su ejecución (tampoco lo haré), o que haya un sistema verdadero que canalice y sancione los casos de abuso y acoso por temas de género y otros motivos que ocurren en las representaciones mexicanas (menos), o que haya certidumbre en los procesos de asignación de nombramientos (no), o que no se mezclen temas legítimos para intentar curar unos con otros, como el monto bajo de los salarios y pensiones con el incremento de los años laborales, o temas de maltrato por cuestión de género con ascensos (no).
Lo que sí le sugeriría a la Cancillería es discutir un sistema de carrera en la que los funcionarios y las funcionarias no tengan que administrar su tiempo libre, en el país en el que estén, siguiendo también los mandatos de Cancillería. Existe ese círculo vicioso en que la institución que alberga al SEM, y los propios integrantes del SEM, estamos de acuerdo de manera inherente, para usar los horarios fuera de oficina y los fines de semana en la búsqueda de los puntitos que nos van a dar eventualmente un mejor rango, a través de las clases, cursos, tareas, comisiones extra, labores, o notas de recomendación de nuestros jefes. Claro, la preparación profesional nunca debe parar, pero ojalá ésta no fuera definida por la necesidad de los puntos, tratando además, de adivinar cuáles serán los temas de interés y los criterios para su valoración en la próxima convocatoria para los ascensos. Más de una vez he visto la frustración de alguien que está estudiando algo, pensando en los últimos criterios, para enterarse después que los nuevos parámetros ya no les dan el mismo valor al tema o el diploma.
Esa es mi sugerencia para ambos lados (las del otro párrafo, no). Siempre será fuente de salud mental, sobre todo en el extranjero, poder estudiar siguiendo intereses propios y dedicar tiempo a temas personales o familiares sin que ello vaya en detrimento de la carrera.
Ser parte del desarrollo y ejecución de la Política Exterior Mexicana es un privilegio. Todo funcionario y funcionaria que lo vive puede constatarlo. Pero, ojalá consideremos que el desarrollo personal tiene como resultado mejores servidores públicos. Sin embargo, concentrarse solamente en lo profesional, no tiene necesariamente como resultado mejores personas.
Finalmente quiero pedir que si bien hoy toco temas de mi propia experiencia y la salud mental, por favor nadie saque conclusiones al respecto.