Ver los Juegos Olímpicos desde Estados Unidos da la ventaja de disfrutar de su despliegue mediático pero con la desventaja de estar enfocados en su propia delegación. Ver los éxitos o fracasos de otros competidores es complicado. Personalmente no me parece necesario que, en adición a ver sus hazañas deportivas, tengamos que aventarnos las historias llenas de lágrimas y tragedias de algunos. Por supuesto, no se puede restar mérito a quien se sobrepone para triunfar a enfermedades, muertes de sus seres queridos, y en el caso de los paralímpicos, hasta darle la vuelta a deformaciones o amputaciones. Todos estos obstáculos siendo casi tan graves como los comentarios en redes sociales que tanto le afectaron a un nadador mexicano, según explicó después de su eliminación.
Pero, además de atestiguar nuevamente su capacidad productora cinematográfica y novelera sobre cualquier evento, la cobertura también nos permite ver la reacción de la sociedad estadounidense ante las expresiones culturales extranjeras. Una considerable parte de esta sociedad reaccionó con indignación a que la ceremonia de inauguración se burlara del cristianismo, al representar la última cena de Jesús con personas gay y transexuales. Y no sólo se quedaron en eso, los franceses habían escogido a un jinete representando a la muerte para llegar con la bandera olímpica. Ya después se enteraron de que el mono azul con barba no era Jesús ni papá pitufo, sino Dionisio; que no era la última cena, sino un festín pagano; y que no era la muerte a caballo, sino Juana de Arco.
De todos modos seguían enojados por lo gay de la ceremonia, quejándose de la imposición cultural francesa al evento en lugar de buscar representar los valores tradicionales (suyos). Sí se puede entender que una representación cristiana con personajes alternativos a sus elementos tradicionales pudiera causar indignación. La religión es algo muy sensible, tanto como un mal uso de pronombres, pero no fue el caso.
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Quienes no somos de ese país, pero vivimos dentro del área de influencia cultural estadounidense, y de otros países, tendemos a pensar que somos parte de un mundo globalizado, por eso conocemos y recibimos ideas, corrientes y productos de otras naciones. Pero, la cultura de la globalización no necesariamente es pareja.
Como comentaba en una colaboración anterior, Netflix es un ejemplo de ello. Sus programas y series emplean a actores de grupos étnicos distintos a los personajes históricos de otros países, como expresión de una inclusión según la discusión social de Estados Unidos, no del país del que se trate, y, por supuesto, no hacen lo mismo con sus personajes históricos y contemporáneos.
Así es en todo. Últimamente ha habido casos de celebridades y otras personas de Estados Unidos que son arrestados al llegar a algún país por traer consigo productos que son ilegales en su lugar de destino. Brittney Griner en Rusia o Michael Wenrich y otros 4 en las Islas Turcas y Caicos. Una por derivados de mariguana, y los demás, por llevar balas en su equipaje. La mayoría de las reacciones sobre estos casos no son en relación con las malas decisiones o descuidos de sus paisanos al viajar al extranjero, sino el drama que hacen en otros países por una violación a sus leyes. Estos comentarios, viniendo de residentes de un país famoso por sus filtros migratorios.
Las mismas reacciones causó la normatividad publicada por la Unión Europea conocida como la Directiva de Diligencia debida en materia de Sustentabilidad que impone obligaciones a las empresas que estén establecidas en la Unión Europea, o realicen operaciones ahí, aunque sus oficinas centrales o cadenas de suministro se encuentren otros lados, para tomar medidas en materia de protección al ambiente y derechos laborales.
Esto, sin duda, afecta a algunas empresas estadounidenses. El mundo empresarial y la comentocracia de este país no logra entender cómo desde Europa pueden querer establecer normas que tienen efectos dentro de las fronteras estadounidenses. Por supuesto, es el mismo país cuyas leyes permiten establecer sanciones a países y empresas que no cumplan con sus estándares en materia de procuración de justicia, comercio o protección al ambiente.
Los países, como los grupos ideológicos, entienden que el proceso de globalización es inevitable. Sin embargo, países, sociedades e ideologías entienden como globalización tolerancia, y convivencia, que los demás adopten los postulados propios, más que aceptar los postulados ajenos. Por eso estamos tan divididos.