ADICCIÓN DIGITAL

De la conexión a la adicción digital

No dejemos que la conexión digital se convierta en una adicción. | Marina San Martín Rebolloso

Escrito en OPINIÓN el

¿Te ha ocurrido que ingresaste a una aplicación, como una red social, un videojuego o una plataforma de aprendizaje, para distraerte un poco, y cuando volviste en ti, te percataste que estuviste inmerso por horas, sin parar?

Si te identificaste con la situación debes saber que, más allá de la conciencia que hay que tener sobre el tiempo que destinamos a estar en línea, las propias herramientas electrónicas incluyen elementos que buscan engancharnos, para asegurar un nivel de monetización rentable, ya sea por la vía publicitaria o por la venta de productos. Estos “patrones adictivos”, como se les conoce, fomentan en los usuarios un consumo excesivo de los dispositivos, que ya no es saludable, productivo o conveniente, y se relacionan con el concepto de “tecnología persuasiva” que tiene que ver con sistemas informáticos cuya configuración, basada en estrategias de perfilamiento o focalización, influye en el comportamiento individual, a favor o en contra. 

La dependencia que estas pautas tóxicas generan puede ser tal que las personas descuidan sus relaciones y actividades cotidianas, incluso las básicas como comer o dormir. La sobreestimulación que producen puede alterar ciertos mecanismos mentales, dispersar la atención, afectar la percepción y la toma de decisiones; así como, desajustar nuestra brújula sobre aquello que importa y brinda bienestar; acentuando sus impactos negativos en la niñez y adolescencia.

De acuerdo con el reciente Informe de la Agencia Española de Protección de Datos Personales sobre este tópico, entre los componentes que nos atrapan se encuentran las competencias guiadas que incentivan a seguir concursando para obtener premios; el scrolling y el streaming infinitos que muestran temas, videos o audios continuos con solo desplazar la pantalla; el miedo a perderse algo (FOMO) como las “tendencias” o lo viral; las recomendaciones algorítmicas que nos bombardean; la omisión intencional de la hora en los sitios; los distractores simultáneos; o los múltiples efectos visuales, como los filtros o stickers.

El análisis de la información que compartimos permite a los proveedores, por un lado, definir la práctica a emplear para mantener a alguien capturado en Internet, al estudiar a su destinatario, sus motivaciones y la intensidad de uso; pero también le da más conocimiento sobre su conducta.

Por los riesgos que estos modelos pueden conllevar, por ejemplo, a la integridad y autonomía, es fundamental proteger nuestros datos desde el diseño y por defecto, es decir, que se construyan con ética y respeto a los derechos; que recaben solo lo indispensable para finalidades delimitadas; y que su operación sea transparente, lícita y leal, entre otros aspectos a cumplir, pues la confianza del consumidor es el mayor activo empresarial. 

No dejemos que la conexión digital se convierta en una adicción. Como lo escribía Irene Vallejo en una de sus magníficas columnas, no perdamos el “don de la conversación”, pues hoy “tal vez más que nunca, de ella depende la conservación de la comunidad.”

Marina San Martín Rebolloso

@navysanmartin