Nuestra identidad, que comprende esos rasgos que nos caracterizan en lo individual, que si bien nos distinguen de los demás a la vez nos asemejan a ellos en valores, creencias, pertenencia, preferencias y otros aspectos; no ocurre por mandato, sino que la definimos con el tiempo.
A pesar de la riqueza de la diversidad humana, que es propia de su naturaleza; las construcciones sociales son propensas a homogeneizar lo heterogéneo. Las mayorías imponen sus visiones y reglas a las minorías, fijando parámetros unificadores a aquello diferente a sus juicios.
Uno de los ámbitos donde hay una falta de apertura ideológica es el relativo a la libre determinación afectiva, sexual y de género, que sigue discriminando a quienes no se ciñen a los cánones establecidos de asumirse y vincularse como hombre y mujer exclusivamente, aun y cuando existen múltiples formas de expresión.
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La anulación de cualquier manera de involucrase o de auto concebirse que no corresponda con los roles tradicionales de lo masculino y femenino, se han manifestado con crueldad, mediante actitudes de rechazo, burlas, insultos, persecuciones, segregación, hasta agresiones físicas desmedidas que han llevado, incluso, a la muerte.
En esta última categoría están las “terapias de conversión”, que surgen con el absurdo propósito de “curar” a quienes se comportan fuera del estándar corporal y emocional dual señalado, como si padecieran una “enfermedad”.
Un ejemplo de muchos donde se han aplicado estos métodos extremos es el caso del matemático Alan Turing, precursor de la informática moderna, cuyo trabajo para descifrar los códigos nazis contribuyó a acortar la Segunda Guerra Mundial. Su talento no logró salvarlo de ser condenado por su homosexualidad, que era ilegal en Reino Unido, optando por la castración química en lugar de la prisión, cuyas dosis hormonales le produjeron serias alteraciones fisionómicas.
En ese tenor, en 2023, la asociación ILGA Mundo reportaba 63 países que aún penalizan las relaciones consensuales de este tipo. En México, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género 2021, entre un casi 10% a 14% de personas de la comunidad LGBTTTIQ+ fueron obligadas, por sus padres, a acudir con un médico, psicólogo o religioso para “corregir” su actuar.
A partir de este 2024, estas prácticas violatorias de derechos ya se prohíben en nuestro país, gracias a la reforma del Código Penal Federal y de la Ley General de Salud, publicada el pasado 7 de junio, que sanciona toda clase de tratamientos que restrinjan, menoscaben o supriman la orientación sexual o la identidad de género.
Ante esta realidad de exclusión cobran sentido las palabras de la activista Audre Lorde que decía que "no son nuestras diferencias las que nos dividen, es nuestra incapacidad para reconocer, aceptar y celebrarlas”. Que este Día Internacional del Orgullo LGBTTTIQ+, 28 de este mes, logremos reflejarnos en el otro, desde la tolerancia y la empatía, respetando su libertad de elegir quién ser y cómo sentir.