En la Ciudad de México las Tarjetas de Circulación tienen una fecha de caducidad. Muy pocos hacen el trámite de renovación, lo cual los vulnera localmente y también cuando salen de la capital. El trámite, teóricamente es sencillo, pero eso no quita que sea innecesario.
El trámite que sí es necesario es la actualización de la licencia de conducir. Hace unos años se estableció una licencia permanente. Muchos conductores contamos con ella, incluso después de haberla perdido. Las nuevas emisiones de la misma recuperan del archivo el carácter permanente y sanseacabó. Puedo quedarme ciego, puedo perder las manos o las piernas, mi licencia seguirá vigente hasta que muera. Incluso, la mía propia, firmada por Armando Quintero en 2009, está ya en muy malas condiciones físicas. Tal vez saque otra permanente, pero aún no decido si quiero llevar conmigo la firma de Lajous o la de García Nieto, por lo menos otros 15 años hasta que el plástico se vuelva a deteriorar.
El pasado viernes 16 de agosto, una persona adulta mayor se estrelló en una tienda Sumesa ubicada en Centenario y Río Churubusco. Aparentemente, en una maniobra de baja velocidad, aceleró en vez de frenar. El resultado es que la conductora y tres empleados del supermercado salieron heridos, según algunas notas de prensa. Casos como ese reflejan: es irresponsable mantener la permanencia de la licencia al menos sin verificar la salud de quienes la poseen.
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A esto sumémosle que en muy pocos casos ha habido un curso profesional de manejo ni un examen oficial. La gente aprende con amigos y familiares, sin los vehículos adecuados y sin una base teórica. Mientras en otras latitudes obtener la licencia es un triunfo tras varios intentos fallidos, luego de meses de preparación, en México es un trámite que muchos asumen más recaudatorio que útil.
Si se quiere dar facilidades a los conductores, lo que debería ser permanente es la Tarjeta de Circulación, no la licencia de manejo. El gran problema es que somos presas de una conversación superficial sobre los problemas, donde pareciera que un gobierno que exige a los ciudadanos (como sucede tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo) es un gobierno corrupto y con poca empatía.
Tenemos que transformar esta perspectiva. Muchos de los incidentes de tránsito suceden por falta de pericia de uno o más de los conductores participantes. La licencia permanente y sin exámenes de manejo alimenta la perspectiva de que los accidentes suceden porque tienen que suceder, porque en las calles debe morir un determinado número de personas, y quedar incapacitados otro tanto. En realidad, se pueden evitar o reducir sus implicaciones.
En todos los accidentes se puede estudiar y atender la causa raíz. Cuando la falta de pericia es una causa relevante, la siniestralidad se reducirá mejorando la destreza de los conductores. Generalmente las causas son múltiples y un esfuerzo sistemático llevará a una reducción drástica tanto en muertes como heridas. Apostar por la licencia permanente es justo la tendencia opuesta, es como cancelar el alcoholímetro o los límites de velocidad.
No tengo esperanza de que Clara Brugada recapacite en esta política. Sin embargo, sí espero que una sociedad más crítica eleve el costo político de una medida como esta y nos lleve a que en unos años las licencias permanentes se revoquen, que se establezca un examen estricto, que se evalúe la cancelación de los permisos para menores o que por lo menos se limite el horario en que ellos puedan conducir.
De momento, sólo insistiré: la licencia permanente no es una buena idea.