¿Qué tienen en común la declaración de triunfo oficial en las elecciones presidenciales de Nicolás Maduro en Venezuela, la carta difundida por el abogado de Ismael "El Mayo" Zambada y el proceso de elección interna del PRI del domingo pasado? Que las tres noticias abren la puerta a la especulación, la duda y la controversia por la falta de transparencia y de evidencias contundentes en los mensajes.
En los procesos de comunicación política, la difusión de narrativas o situaciones manipuladas es frecuente. Sin embargo, en estos tres ejemplos estamos frente a sucesos y mensajes en los que hay demasiadas preguntas sin respuesta. También son acciones que están provocando una cantidad inusitada de desacuerdos, inconformidades, enfrentamientos y conflictos por la falta de argumentos convincentes y evidencias claras que prueben los dichos.
La falta de objetividad, la parcialidad y la premeditación evidente de eludir la verdad no es una práctica propia del tiempo de la posverdad. Ha existido siempre. La historia demuestra que quienes más la han utilizado son los líderes de sistemas autoritarios y ahora los populistas, de manera particular los que se asumen como demócratas y transparentes. La hipocresía es su eje y sobre ésta se construyen actos de fe.
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De lo que no hay duda es de los altos niveles de efectividad que pueden llegar a tener estas acciones de comunicación. La confianza que generan en amplios grupos de la población no es resultado de la calidad persuasiva de los mensajes, sino de los apoyos, prebendas y beneficios que les otorgan. Se trata de relaciones de conveniencia y complicidad, sustentadas en el agradecimiento o la lealtad, en las que se aplica la vieja fórmula de ganar-ganar.
En democracia, decir la verdad es una exigencia de la transparencia y la rendición de cuentas. De igual forma lo es privilegiar los hechos, asumir las responsabilidades por los errores cometidos y apegarse a un esquema bien claro de valores en todos y cada uno de los procesos informativos. Para cumplir la misión, existen por fortuna una serie de instrumentos y técnicas que facilitan la labor de las autoridades y dirigentes políticos.
Cierto es que en los sistemas auténticamente democráticos existen limitaciones jurídicas y éticas. También que en ciertas situaciones hay sanciones para quienes ocultan información, manipulan, tergiversan o difaman. Bajo esta lógica, queda claro que hubo una valoración previa para que la información se manejara así. Resulta difícil pensar que fueron resultado de la casualidad, la ignorancia o la improvisación.
Visto así, la prestidigitación informativa se hizo presente en las elecciones presidenciales de Venezuela, en la interna del PRI y en la carta difundida por el abogado de Ismael "El Mayo" Zambada. La prioridad es cumplir misiones, objetivos y metas. Por lo tanto, el pragmatismo y la conveniencia están por encima de todo. Si unos cuantos o la mayoría no creen en lo que se está diciendo, es evidente que la verdad pasa a segundo término.
Además, en cada uno de los tres casos referidos los protagonistas están asumiendo los costos y consecuencias de su parcialidad o falta de objetividad. Lo que falta ver es si cuentan con un plan de riesgos y contingencias para sortear los efectos provocados por sus acciones. Y si pasado el tiempo mantendrán la confianza que hoy tienen en ellos sus aliados y simpatizantes.
¿Cuál es la verdad? ¿A quiénes asiste la razón jurídica? ¿Hasta dónde se puede cuestionar la falta de ética en lo que los protagonistas de dichos sucesos están haciendo o diciendo? Detrás de los ejemplos aparece uno de los dilemas más relevantes de la comunicación política en la era de la posverdad: ¿cuándo y cómo decir la verdad, aunque no sea políticamente conveniente?
Las reformas recientes a las leyes y códigos de ética han contribuido en forma significativa a resolver el problema. Sin embargo, la crisis de credibilidad que viven las instituciones, partidos políticos y liderazgos ha sido acentuada por la polarización que alientan los gobiernos autoritarios y populistas. En las batallas que se libran entre los extremos, gana el fanatismo y no la razón. La mentira retórica se impone ante la falta de evidencias.
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Aún más. La manipulación y el engaño son más eficaces en ecosistemas comunicacionales caracterizados por la saturación informativa. La fugacidad de las noticias favorece la opacidad, se reducen los espacios para el análisis que ameritan los grandes acontecimientos y resulta más sencillo desviar las agendas públicas en favor de los grupos de poder más influyentes.
El viejo principio de que “en política, lo que parece, es” ha evolucionado a niveles muy sofisticados. La realidad hoy se puede moldear y manipular con mayor habilidad gracias a los impresionantes avances tecnológicos, en donde la inteligencia artificial empieza a ocupar una centralidad para muchos preocupante. Con estas poderosas herramientas, conceptos como realidad y verdad necesitan redefinirse.
En contraste, lo que no se puede negar es que la mentira sigue siendo un recurso indispensable para la supervivencia humana. Tampoco se le puede excluir como una característica fundamental de la lucha por el poder, al igual que sucede con el engaño, la trampa, la manipulación y la estratagema. De lo que no hay duda es que hoy resulta más fácil lograr que las mentiras parezcan más verdaderas, aunque esto sea éticamente inaceptable.