LENGUAJE

Las palabras de la 4T

La cuarta transformación fue también una transformación del lenguaje. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

Las palabras y el lenguaje mutan. Palabras que hoy se utilizan de manera tan frecuente y natural no existían hace apenas algunos años o décadas. El término “globalización”, por ejemplo, apareció apenas en 1983, pero nos resulta tan próximo que lo entendemos como si siempre hubiera estado ahí. Si un viajero del tiempo de años no tan remotos viniera a nuestro presente, tendríamos que invertir buen tiempo explicando un sinfín de vocabularios.

Pero hay también personas que, sin venir del pasado, siguen buscando dar significado a la realidad social a partir de palabras y lenguajes que ya no alcanzan para describirla. En México, durante los últimos seis años, una de las victorias culturales de la 4T fue insistir en maneras distintas de contar la cotidianeidad social y, a partir de estas, dar sentido a un proyecto político. La cuarta transformación fue también una transformación del lenguaje.

Pueblo, neoliberalismo, adversarios, conservadores, bienestar, corrupción, machuchones, programas sociales, otros datos, fifís o mi pecho no es bodega, son apenas una muestra de las herencias que nos deja el sexenio que termina. Algunas de ellas sacadas de la cultura popular y legitimadas por el presidente como lenguaje válido de debate y disenso político. Otras, fueron adquiriendo connotaciones buenas o malas según los atributos que se le iban colgando.

Quizás una persona de a pie pueda no soltar una explicación académica sobre qué es neoliberalismo, pero podrá elaborar claridosamente por qué esa palabra engloba periodos de abusos, saqueos y privatizaciones. Este es un punto crítico: la transformación del lenguaje no necesita que la gente comprenda la semántica original de las palabras, sino otorgarles significado en cuanto a su uso como referente del constructo social.

En la nueva etapa que se viene, la futura presidenta Claudia Sheinbaum ya ha adelantado la continuidad de algunos términos, como la atención a las causas o la soberanía energética, y otras nuevas como los segundos pisos y la prosperidad compartida. Quizás reaparezcan, también, palabras que se pensaban dejadas atrás, como hegemonía o aplanadora.

Lo interesante de estos cambios en las palabras y el lenguaje es que son mucho más que meros ejercicios de comunicación gubernamental. En realidad, ayudan a definir la interlocución política entre los representantes del Estado, los aspirantes a llegar a esos cargos, la ciudadanía, grupos de la sociedad civil, la iniciativa privada, entre muchos otros.

Para algunas partes de los grupos derrotados el pasado 2 de junio, les parece un escándalo que los mexicanos no hayan defendido con su voto el respeto al Estado de Derecho, la independencia judicial, o el equilibro de poderes. O a empresarios nacionales o extranjeros quedarse perplejos cuando ya no basta ante el gobierno explicar montos de inversión, pago de impuestos, empleos directos e indirectos, sino también decir qué están haciendo por las comunidades o el medio ambiente.

Es verdad que el cambio de lenguaje es distinto a cambio de realidades. Puede hablarse mucho de corrupción, sin abatirla. Colonizar el discurso de los programas sociales, sin que estos terminen siendo efectivos. Pero pensar que es posible convencer o dialogar en los nuevos tiempos refugiándose en palabras y lenguaje viejos, solo prolongará la frustración de los aferrados.

 

Carlos Gastélum

@c_gastelum