KINTSUGI

Nuestras grietas interiores

Las personas estamos hechas de grietas, de fisuras; en principio, así nacemos y vivimos, nadie es perfecto, redondo, completo. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Las personas estamos hechas de grietas, de fisuras. En principio, así nacemos y vivimos. Nadie es perfecto, redondo, completo. Por suerte. Aunque exista quien se confunda y suponga que habita en algún espacio en el que, para él, ella, las fallas interiores no existen. Todo narcisismo “sano” o relativamente “sano” está confrontado a asumir lo que nos falta, lo que no tenemos, lo que no está. Curiosamente, es esta “falta” la que nos humaniza y nos permite relacionarnos más profundamente con nosotros mismos y con los demás. Quien supone que “tiene todo”, quien cree vivir en la imaginaria “completud”, supone también que no necesita de nadie. 

Quien supone que “tiene todo” tenderá a colocarse en una situación de superioridad que le impide vincularse en términos de igualdad, que le impide amar, porque si la empatía se congela, la posibilidad de crear una verdadera intimidad es una opción desterrada. El “completito”, la “completita” asume que es necesitado/a, son los otros quienes tienen que esforzarse por merecerla/o, por otorgarle (aun a pesar de sí mismos) ese lugar de excepción que da por hecho que le corresponde. Asumirnos “fallados”, es abrirnos a la gratitud y a la humildad. 

Existe en Japón una tradición que se ha convertido en una muy bella metáfora de la vida: se quebraron los dos tazones preferidos para el té del Shogun Ashikaga Yoshimasa (Japón, 1435-1490). Las envió a reparar a China y regresaron con los fragmentos unidos por una técnica de grapas cuya tosquedad le disgustó. Comenzó entonces, a solicitar la presencia de artesanos japoneses que devolvieran a sus piezas la belleza del pasado. Se usó una técnica llamada kintsugi que consiste en pegar las piezas con barniz de resina mezclado con platino, oro o plata. Las piezas brillan en las junturas de lo que fueron fragmentos, como cicatrices que están allí, visibles y asimiladas a la vida del objeto. El objeto tiene una historia y sus quebraduras son parte de ella. Como sucede con las personas.

La idea de fondo es: lo que estuvo roto y se repara, nunca podrá ser igual a lo que fue, tiene en cambio, el valor de convertirse en algo nuevo, de abrirse a la creación de un objeto distinto; igual o más bello. Distinto. Era difícil que la técnica de kintsugi no se convirtiera en una manera de pensar la vida. El proceso es largo, por supuesto. Nada se repara de inmediato. No se logra mucho apresurándonos. Sobre todo, ya no será como antes. Pero sin duda que la más inútil de las empresas sería rechazar las transformaciones. Pretender que antes de la ruptura no existían las fisuras adentro nuestro. Siempre están. Hay caídas, desilusiones, golpes de la vida que nos rompen. Que nos hacen sentirnos como estallados en fragmentos. No podemos colocarnos a nosotros mismos en un anaquel hechos trocitos. Necesitamos recomenzar. Repararnos. Salir del anaquel y reencontrar la vida.

Para ello es preciso transitar los pasos inevitables en los duelos. Es indispensable no negar los duelos. La negación sería como reparar el tazón de tan mala manera, que cada vez que lo utilicemos el líquido que vertimos en él se escurrirá por todas partes. Quisiéramos beber, pero nos encontramos con un fondo vacío. El vacío nos corroe, nos mordisquea por dentro. ¿Acaso hay un cuenco más lleno que lo que llamamos vacío? El vacío como resultado de la negación. Si una niega lo que la daña, lo que le duele, si una rechaza sus propias emociones, sobrevive, cierto, esa es la función de los mecanismos de defensa: pero se queda a un lado de la vida. Como si se detuviera a mirarla pasar. Se queda flotando entre la nada y la nada. Sentir, es el principio básico de la salud emocional.

Somos también nuestras heridas y quizá una de las más complejas preguntas de la existencia humana es: ¿qué hacemos con ellas? ¿cómo las desmenuzamos sin que nos ahoguen? ¿cómo enfrentamos el temor de saber que son muy nuestras? ¿cómo las convertimos en experiencias cercanas a la creatividad y no a la destrucción? El problema de congelar el dolor es que una no elige qué congela y qué no. El alejamiento abrupto del daño sufrido que podría hacernos pensar en una sanación a velocidades casi milagrosas es un alejamiento más o menos generalizado de nuestras emociones. Si hay un potente retén que nos “salva” de sufrir, ese mismo retén nos priva de ser capaces de disfrutar de la confianza, de la reciprocidad, de la cercanía. Quien niega demasiado adentro suyo vive en el temor y la desconfianza: cómo acercarse a sí mismo o a otra persona cuando esa intimidad nos da miedo porque puede estallar los conflictos interiores. Estallarnos. 

Si no asumimos nuestras heridas y las transitamos, ¿cómo podríamos confiar? Recuperarnos. Reparar nuestro tazón de una manera en la que las fracturas se asuman y brillen como un recordatorio: sé más ahora, he aprendido mucho más de mí, de los otros, de la vida de cuanto sabía antes. Sé más y la posibilidad de saber, me enriquece. El kintsugi (la reparación dorada) es una bella metáfora.

María Teresa Priego

@Marteresapriego