ELECCIONES 2024

Entre esperanzas y riesgos: tres apuntes sobre la elección 2024

La primera mujer presidenta tendrá el poder para transformar a México para bien y en democracia, ¿tendrá la voluntad? | Fernanda Salazar

Escrito en OPINIÓN el

Escribo esto desde un sentimiento de esperanza y preocupación.

Ir a votar es expresar, en un momento en el tiempo, de manera individual y secreta (dar a conocer el voto es estrictamente voluntario), el resultado de un cúmulo de emociones de años que nos llevan a elegir sobre quien queremos que nos represente, en lo individual y como país. Estas emociones, sumadas a nuestros valores y a las expectativas personales y colectivas de nuestros referentes más inmediatos, llevan a cada persona a cruzar una de las opciones que tiene a su disposición. Y eso es importante recalcarlo. Son las opciones que están a disposición en esas boletas, en ese momento. La mayoría de las veces, hay una distancia entre las que tenemos y las que se desearíamos. 

En ese momento, la suma de emociones y valores influirán en la manera en que se diseñan nuestras instituciones y políticas públicas, cómo se distribuyen nuestros recursos individuales y colectivos y, con suerte, en un proyecto común de futuro. Común, no quiere decir unánime; quiere decir que la mayoría lo mandata y las minorías son respetadas plenamente en derechos, y se pueden expresar libremente dentro y fuera de las urnas. 

El triunfo contundente de Claudia Sheinbaum y todo Morena nos habla de esas emociones y valores. No necesariamente de que las personas estén felices con el sistema de salud, ni de que están contentas con los niveles de violencia. Tampoco nos dice que haya menos corrupción, porque México se ubica en el lugar 126 de 180 en el Índice de Percepción de la Corrupción. El resultado electoral nos cuenta algo de cómo se sienten las personas, pero poco de por qué se sienten así. Solo con trabajo etnográfico y de investigación a profundidad, más allá de encuestas electorales, podemos saber lo que está detrás de las decisiones en las urnas. A veces, es un sentido de pertenencia a un grupo mayoritario, pero en ocasiones el entramado es mucho más complejo; suma afinidades, enojos, miedos, anhelos y, también, amor (como estoy segura muchas personas sienten hacia el presidente). 

Podemos hacer hipótesis sobre el ingreso y la reducción de la pobreza, o la potente narrativa presidencial que genera entusiasmo, compromiso y movilización entre muchos grupos que la transmiten y amplifican, atravesando clases sociales. Podemos considerar también el uso electoral de las instituciones, o muchos otros elementos.

Lo que es muy claro es que la mayor parte de la sociedad mexicana este 2 de junio reiteró su negativa a confiar de nuevo, salvo muy escasas excepciones, en el PRI, el PAN y el PRD. La sociedad, que estuvo dispuesta a volver a elegir al PRI en 2012 recuerda que las elecciones no solo son para premiar, sino también para castigar. La narrativa del presidente y Morena sobre el PRIAN ha sido sumamente exitosa y ha encontrado eco en la población. Desde mi perspectiva, no hay punto de retorno para el PRI y es posible que el PAN se reconfigure desde una derecha aún más conservadora y anti-derechos.

Es ese rechazo a la oposición y la falta de alternativas, sumada a la potencia narrativa y territorial de Morena, la que explica el tamaño del triunfo. No necesariamente trata de los resultados de gobierno que, aunque tiene méritos muy relevantes a nivel ingreso y reducción de la pobreza laboral, tiende a ser mediocre o francamente malo en prácticamente todos los rubros, particularmente sensibles la salud y la seguridad. En ese marco, hay tres apuntes que quiero destacar:

1. Mesura para interpretar el mensaje del 2 de junio

Es lógico que el presidente López Obrador asuma esto como una valoración extraordinaria de su gobierno. Lo es, en un sentido que no es compatible con la forma tradicional de evaluar, que se enfoca en resultados de políticas públicas y programas, y de las actitudes y acciones de las personas gobernantes. En este caso, se trata del rotundo éxito que ha tenido en sumar a la mayor parte de las personas votantes a su visión de lo que sucede en el país y los cambios que requiere México. Lo que inició como un movimiento social y político opositor, hoy es una mayoría irrefutable que ha logrado reducir a su mínimo a los dos partidos más importantes de México en el siglo XX y parte del XXI. ?

 

No obstante, la próxima presidenta tendrá que hacer un trabajo de interpretación más minucioso. Dicen que el carácter se demuestra no solo cuando se pierde, sino sobre todo cuando se gana. Por un lado, es preciso reconocer que la mayor parte de la población optó por un cambio profundo en nuestro régimen político en el marco de la democracia (porque la gente asistió a las urnas aún en contextos de violencia). También, que la gente esperará en este sexenio mucho más y mejores resultados, no solo por los dobles estándares con los que suele medirse a las mujeres, sino porque ya no contará con la inercia del cambio por el que llegó AMLO y el margen de tolerancia que ofrece venir de un gobierno profundamente impopular como el de Peña Nieto. 

Para ello, tendrá que hacer un ejercicio de administración de la victoria, cosa que parecería demasiado idealista o absurdo, pero que en realidad veo desde el pragmatismo. Si Claudia es capaz de moderar los ánimos de la militancia de Morena, que será hoy su principal control político, también será capaz de modular las expectativas y tensiones internas que surgirán naturalmente frente al nivel de poder del partido. En ese sentido, tendrá que optar por elevar voces y liderazgos que tengan arraigo y fuerza para dirigir esfuerzos masivos, pero al mismo tiempo puedan conducirse con ecuanimidad e institucionalidad en el debate público. 

Claudia será una mujer súper poderosa pero con un movimiento social que, por primera vez en años, no contará con su principal figura como guía pública de la ruta a seguir. En ese sentido, al mismo tiempo que se convierte en líder del país, se convierte en la nueva líder de su movimiento. Al interior de Morena, como en su momento en el PRI hegemónico, conviven intereses múltiples y contradictorios que habrá que gestionar y, para ello, tiene que poder atenuar a las partes más radicales. Está por verse cuál será el papel que juegue López Obrador en esa lógica. 

2. Controles no democráticos, opacos e ilegales 

Una de las consecuencias inmediatas del enorme poder recibido por Morena en las urnas, es que también se puede incrementar la influencia de controles no democráticos, e incluso ilegales, sobre el actuar y la voluntad del gobierno y el Estado, pues los demás actores pierden relevancia y poder de negociación. En ese sentido, ya vimos la influencia de los mercados en los primeros días tras las elecciones. Estos no son actores ni de izquierda ni interesados normalmente en la justicia social sino en las ganancias. A ellos se les han dedicado una serie de acciones y mensajes para tranquilizar ánimos. El otro poder es el ejército, que por primera vez tendrá una mujer comandante en jefe y tienen capacidad de influir en el uso de recursos y el diseño de la política de seguridad pública y nacional, por decir algunas, con todas sus implicaciones. Finalmente, el crimen organizado, cuyo control territorial es indiscutible y ha quedado claro incluso en la violencia durante el proceso electoral. La manera en que la próxima presidenta genere estrategias de contención, colaboración o combate con relación a estos poderes será una decisión fundamental de su gobierno que determinará muchos resultados en el corto, mediano y largo plazo. 

3. Poder para transformar

A pesar de que el ánimo está muy alto, y con razón, Claudia Sheinbaum no recibe un país bien gobernado. Uno de los sectores entre los que recibió menos votos es el de los trabajadores de gobierno. La administración pública ha sido profundamente deteriorada en los últimos seis años, las carencias sociales -que llevan fácilmente a la pobreza- aumentaron, el crecimiento económico promedio en el sexenio es de los más bajos en los últimos años y el gasto es el más alto en 4 sexenios, es decir, la calidad de la inversión es baja y es probable que los éxitos de política social y salarial no sean sostenibles. Esto, agregado a la impunidad y corrupción que sostienen la violencia; la incapacidad del Estado para garantizar el acceso a la justicia y la verdad; la situación económica de Pemex; el sobreprecio que se va a pagar por las obras públicas; la crisis ambiental que nos enfrentará a cada vez más emergencias, y la urgencia de un sistema nacional de cuidados, pintan el tamaño de las necesidades del país.

No hay recursos para hacer frente a lo que puede reventarle en las manos a la nueva presidenta. Eso se ve reflejado en el sobrio comunicado de Rogelio Ramírez de la O. Es obvio, por lo que vemos en el déficit, que los recortes al sector público no podían financiar todo lo que el presidente prometió, aunque así lo haya sostenido, ni lo podrán hacer aún si desaparecen las instituciones públicas. Por otro lado, adelgazar al Estado es todo lo contrario de lo que requiere el país para generar condiciones de justicia. No es lo que debe hacer un gobierno de izquierda. Una reingeniería del Estado no puede hacerse pensando en tapar hoyos, sino en cómo hacerlo más justo, efectivo y responsivo. 

Claudia Sheinbaum tiene el poder y la posibilidad histórica que no tomó el presidente actual, para impulsar una agenda que cambie el rostro de México con buenas políticas públicas. Para ello necesita una reforma fiscal y reconstruir un servicio público de calidad con una perspectiva de género e inclusión social. Hay todos los incentivos y las condiciones puestas para ambas, incluso un servicio civil de carrera que permita el crecimiento de cuadros de servidores públicos con visión social y capacidades técnicas. 

Me anima pensar que México puede cambiar y fortalecer nuestra democracia, en todas sus dimensiones, incluyendo la institucional.

La primera mujer presidenta tendrá el poder para transformar a México para bien y en democracia. ¿Tendrá la voluntad?

Fernanda Salazar

@Fer_SalazarM