Por si hubiera alguna duda del “quién manda aquí”, o por lo menos hasta el lunes 30 de septiembre de este año, la virtual presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum hizo el anuncio largamente ambicionado por Andrés Manuel López Obrador: que a partir del 1 de octubre, día en que ella tomará posesión, la Guardia Civil será parte y accionará bajo mando del Ejército Nacional.
Que es decir, será abiertamente militarizada. Esto será posible una vez que el a partir del primero de septiembre, cuando el Congreso mexicano se haya instalado y luego de que su mayoría calificada en la Cámara de Diputados opere en favor, así como en el Senado en donde, a falta de dos votos, cabildearán entre los senadores de oposición para conseguir la votación requerida: fácil.
¿Mejorará esto su participación en la lucha en contra del crimen organizado y garantizará la seguridad pública de los mexicanos en todo el país? ¿Lo han hecho hasta ahora a pesar de las figuras legales bajo las cuales se rigen o se deben regir?
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Es un empeño del presidente López Obrador, el de hacer del todo un Ejército que al mismo tiempo que cumpla con sus responsabilidades Constitucionales, como también lleve a cabo tareas diversas que nada tienen que ver con sus funciones primordiales pero sí con las ordena el Jefe Máximo de las Fuerzas Armadas de México: Ejército Nacional, Marina Nacional y Fuerza Aérea Nacional.
Durante muchos años el Ejército mexicano ha sido muy apreciado por los mexicanos. Siempre ha sido visto con respeto y alta consideración y admiración. Cada 16 de septiembre era un agasajo y un orgullo acudir al gran desfile militar para acercarse a ellos, los defensores de la patria, los que entregarían vida o muerte por salvar la soberanía nacional de peligros extremos.
En su mayoría era un Ejército integrado por el pueblo mismo. Muchos lo hacían por la necesidad del empleo, pero una vez ahí se les inculcaba –con éxito–, el amor a su tarea, el orgullo de ser parte de una institución garante de la nacionalidad mexicana. Portar su uniforme era timbre de orgullo para cada uno de ellos, desde cabo hasta General de División y otras expresiones de orden.
Muchos provienen del Colegio Militar en donde adquieren conocimientos firmes, hondos, de gran calidad académica y de enorme capacidad estratégica para llevar a cabo sus tareas con éxito. El uso de las armas para defensa –nunca ofensa–; las estrategias militares necesarias para actuar en momentos de agresión a nuestro país o a nuestras insignias patrias como a los habitantes, todos.
Pero de un tiempo a esta parte la situación cambió para ellos. No para quienes seguimos pensando en un Ejército querido y honorable. Sí para quienes tienen que obedecer órdenes del Jefe Supremo que los ha involucrado en asuntos a veces ingentes y ajenos a su dignidad y honor, o por lo menos lo que nosotros, quienes los vemos en su origen constitucional, lo consideramos así.
Todo comenzó durante el gobierno de Felipe Calderón, cuando ordenó a los militares enfrentar al crimen organizado que ya había rebasado límites en Michoacán, su tierra.
En adelante ya no regresarían a los cuarteles y sí harían trabajos que antes hacían civiles, en la creencia de que la fortaleza del Ejército amilanaría a los delincuentes. Así durante el gobierno de Peña Nieto.
Fue por entonces cuando comenzaron a escucharse voces de alarma para advertir de la militarización de la seguridad nacional. El incremento en acciones presagiaba una militarización que nadie quería en México, por historia, por origen de la institución y porque las experiencias de militarización en el país han sido sangrientas: Victoriano Huerta, por ejemplo.
En 2018 el candidato a la presidencia aseguró que, si ganaba las elecciones, devolvería a los militares a los cuarteles, que ‘nada tenían que estar haciendo en tareas de persecución criminal.’
Ya como presidente la cosa cambió y las tareas de persecución al crimen organizado hacían que el Ejército estuviera cada vez más en la calle, así como la Marina Nacional. Y que ampliaran sus tareas a otros ámbitos no vinculados a su formación, capacidades y disciplina.
En 2019 el presidente ordenó la creación de la Guardia Nacional (hoy cuenta con 130 mil elementos), un cuerpo nuevo que eliminaría a las corporaciones que previamente cuidaban de la seguridad pública nacional. Se dijo en todo momento que su mando sería civil. Esto debido a la presión social para que así fuera. De nuevo el temor de la militarización predominó.
AMLO insistió en que la Guardia Nacional quedará bajo mando militar. Hizo reformas a la Constitución que fueron advertidas como inconstitucionales el 17 de abril de 2023 por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y se ordenó un mando militar a partir del 1 de enero de 2024. El presidente dijo que se acataría, pero la GN seguía bajo mando militar aunque se cuidaban las formas para que no pareciera así.
Para regularizar la situación, el 20 de febrero de este año, AMLO envió un paquete de 20 propuestas de Reforma Constitucional, una de las cuales se refiere a que la GN pase a las órdenes de la Secretaría de la Defensa Nacional. No fueron aprobadas porque no contaba con mayoría calificada en el Congreso…
Hoy lo tiene. Y tiene a una virtual presidenta electa que se suma a la decisión del actual presidente mexicano. Lo anunció el domingo pasado en Xoxocotlán, Oaxaca. Y lo hace de forma contundente: El 1 de octubre la Guardia Nacional estará bajo el mando de la Sedena. Ni más ni menos.
Y pues eso: la decisión está tomada en Palacio Nacional y está operada por la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum. ¿Alguna duda de quién manda aquí? Y, por cierto: ¿Qué dicen los integrantes de la Secretaría de la Defensa Nacional a todo esto?