¿En qué momento de la historia moderna de Oaxaca la Guelaguetza dejó de ser la ceremonia-ritual de encuentro entre oaxaqueños y para oaxaqueños? ¿En qué momento dejó de ser una fiesta de coincidencias para convertirse en una muestra híper-colorida y de tono comercial más que cultural?
Esto es algo que no tiene que ver con los grupos participantes ni con los municipios o regiones de Oaxaca que acuden al llamado anual. Ellos, cada uno y todos, conocen la esencia de la Guelaguetza, porque la viven, la estimulan en su vida comunitaria día a día… Son 51 de ellos este año.
Pero sí tiene que ver con los organizadores de esta nueva etapa en la que predomina el colorido en tono turístico y mercantil.
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Desde 1932, en una etapa reciente de la Guelaguetza, era una fiesta a los que se convocaba para reunirse entre paisanos, entre oaxaqueños de todos los grupos sociales y étnicos para convivir, para celebrar, para mostrarse en sus esencias, con orgullo, con dignidad, sin ambages, sin maquillajes, sin más grandeza que el ser como se es y otorgarlo de forma respetuosa y cargada de cariño al resto de los oaxaqueños…
Porque eso es la Guelaguetza, una entrega, una colaboración, una muestra de solidaridad, de apego, de afecto, de grandeza humana: eso es Oaxaca y esa una de sus virtudes. Todo en la tierra del sol.
Y lo dicho: aunque es una ceremonia-ritual de origen prehispánico en su etapa moderna se celebra desde 1932 en la capital de Oaxaca, con el fin de estar representados todos los oaxaqueños para ser todos y uno en lo fraterno y en lo cordial.
A la celebración acudían distintos grupos étnicos para presentar sus costumbres, sus expresiones lingüísticas, su manera de entenderse y entender la vida, para convivir con otros grupos que llegaban para mostrarse con orgullo y mucha dignidad, y para que estos llevaran la noticia a sus comunidades de lo que significa la unidad y el respeto a la identidad de todos y de cada uno.
Para ver a los oaxaqueños en su fiesta acudían invitados de muchos lados del país y fuera del país para ser testigos de esa celebración a la solidaridad y al dar, para recibir. Y los oaxaqueños reciben a todos con los brazos abiertos, a su fiesta, al gran ritual de la fraternidad. Estaba bien.
Pero resulta que de un tiempo a esta parte la Guelaguetza se ha convertido en una fiesta más del tipo comercial y turístico que cultural y esencial; casi un carnaval.
La transformación ya es notable para los oaxaqueños, aunque no para quienes acuden de fuera de la entidad a una fiesta en la que “hay bailables, hay comida, hay bebidas y, sobre todo, mezcal”.
Cada vez más los organizadores de la Guelaguetza anual expulsan a los oaxaqueños de su fiesta para dar paso a los invitados. Muestran la esencia de lo que son en un regocijo alegre, con muy buena voluntad y cariño de los participantes, pero no es una Guelaguetza en sentido estricto y esencial.
Para esta transformación, se ha creado a una Comisión de 72 personas que califican a los grupos de toda la entidad que quieren participar en la gran fiesta en el Cerro del Fortín los dos lunes finales de julio. Y lo hacen con criterios más de apariencias que de esencias; más de estética colorida que para mostrarse cada una de las agrupaciones locales en su forma auténtica de ser: ni más ni menos.
Por ejemplo: Acuden tres calificadores a municipios de los Valles Centrales, para ver y escuchar lo que cada ayuntamiento podría presentar en la Guelaguetza-julio-2024. Estos se muestran en su propuesta de ceremonia, en sus bailables y vestimenta en su comida.
Demuestran que se han esforzado para ser el sello distintivo de su comunidad… Y para decir al mundo que son ellos y nadamás que ellos. Pero no, no y no.
Al término, los calificadores, encuentran algunos defectos en la presentación. Son detalles menores. Van más por la apariencia y la estética que a lo esencial, aunque esto le reste frescura y autenticidad a la ofrenda:
‘Que el cabello de los varones no debe ser así, que el uso del rebozo es tal o cual, que no debe usarse falda negra en una fiesta no velorio…’ Puede ser. Todo se puede arreglar antes de la presentación. Y en el acta que levantaron, califican al municipio con 100 de 100, que es decir: puede estar en la fiesta el 22 y 29 de julio.
¡Ah! Pero con lo que no contaban ustedes es que ellos entregan sus calificaciones al gran Comité de la Secretaría de Cultura y más. Y es entonces cuando ahí quitan o ponen con criterios más del tipo político que del tipo cultural y esencial.
Más en tono de premio o castigo. Más en tono de tú sí y tú no. Y esa es una forma evidente de exclusión y marginación más que de inclusión de oaxaqueños.
Urge que la Guelaguetza se recupere para los oaxaqueños. Que sea una ceremonia-ritual-fiesta, a la que acudan los oaxaqueños porque es de ellos el encuentro. Hoy se da paso a la comercialización, al ingreso, a los cargos y abonos, a las ganancias-ganancias… o acaso imagen.
Porque el gobernador Salomón Jara Cruz, tan dado a quedar bien con intereses extra-oaxaqueños, llevará a sus invitados especiales que estarán en las primeras filas del auditorio Guelaguetza. Y luego les ofrecerá banquetes… y mezcal.
Los oaxaqueños de a pie no irán porque no están invitados y porque los precios de todo son impagables y porque las ganancias de todo esto quedarán en algún lugar, pero no para los oaxaqueños, todos, que se parten el alma para que cada año se celebre la Guelaguetza, sin ellos.