La convocatoria de Claudia Sheinbaum a la reconciliación nacional, “para caminar en paz y armonía”, es una gran oportunidad para reducir los impactos negativos que ha traído la polarización que se vive en el país desde hace varios años. Es, además, una de las mejores opciones para hacer frente a varios de los problemas graves que no se pudieron resolver durante la actual administración.
Hay que decirlo claro. Un país confrontado tiene menores posibilidades de éxito en el combate a la delincuencia y el crimen organizado. Un Estado fracturado tiene una economía más vulnerable. Un sistema político que no promueve el diálogo y los acuerdos no puede combatir con eficacia la pobreza ni hacer totalmente factibles los programas sociales que se requieren con los altos niveles de marginación y desigualdad social que tenemos.
El llamado al diálogo y a la concertación de Sheinbaum con la sociedad civil y la oposición caracterizarían un estilo personal de gobernar, muy diferente al del presidente Andrés Manuel López Obrador. También define un objetivo que merece el apoyo y reconocimiento de todas las fuerzas políticas, si lo que quiere la presidenta virtual es evitar que el sistema hegemónico de partido por el que optó la ciudadanía no sea el detonante de más enconos y violencia.
Te podría interesar
Sin embargo, los desafíos a los que hará frente la primera presidenta de México son enormes. El más importante tiene que ver con la capacidad real para consolidar una gestión independiente. Otro más con la voluntad real que puede mostrar una oposición debilitada, con liderazgos desacreditados, quienes al parecer no tienen la fuerza ni la voluntad para llegar a acuerdos con la mayoría abrumadora de Morena y sus aliados.
Por si no lo leíste: "No tienen de qué preocuparse": Sheinbaum a inversionistas tras reunión con comitiva de Biden.
La reconciliación se puede abordar desde diversas perspectivas. En México no aplican las relacionadas con los conflictos armados o las dinámicas de violencia extrema. Las que sí, son las que surgieron como consecuencia del antagonismo entre las fuerzas políticas, que ya repercutieron en la sociedad al tener hoy un país dividido y abiertamente confrontado.
El perdón o la disculpa entre unos y otros son dos de las características de cualquier proceso de reconciliación. De acuerdo con los teóricos que han abordado el tema, estos requisitos son la mejor vía para reducir las afrentas, los rencores y desavenencias. La reconciliación es un acto recíproco de las partes en conflicto con el fin de lograr empatía y mantener el conflicto por una vía civilizada y apegada a derecho.
Por todo lo anterior, la reconciliación debe estar basada en hechos concretos, que surjan de los más estrictos parámetros de la negociación. Las buenas intenciones no son suficientes. Por un lado, porque reconciliar implica ceder posiciones o espacios, cambiar actitudes y lograr nuevos equilibrios que permitan vivir en un ambiente de paz y concordia. Por el otro, porque en democracia la reconciliación no significa acabar con el desacuerdo, el disenso o renunciar al debate.
La reconciliación va acompañada siempre de los principios de tolerancia, libertad y el reconocimiento del otro con los mismos derechos, aún en el marco de desventaja o desequilibrio que conlleva la lucha por el poder. La búsqueda de un orden social basado en la justicia y la equidad se puede lograr sin violencia de ningún tipo, ya sea física, de género, emocional o verbal.
Algunos dirán que esto es imposible. Tal vez tengan razón, pero sólo en forma excepcional. Lo cierto es que los procesos de reconciliación no van acompañados de sumisión ni sometimiento, mucho menos imposición o coerción. Pero sí hay alguien en posición de debilidad, lo cual no debería ser obstáculo. Por eso, reconciliar no es un acto entre pares. De hecho, los desequilibrios son la fuente principal de los conflictos y la intención de convivir en paz y armonía es una de las mejores herramientas para resolverlos.
En el mismo sentido, para que se logre la reconciliación es necesario que exista voluntad política de todas y cada una de las instituciones y actores políticos en conflicto. Lo mismo sucede con el reconocimiento de las demandas y necesidades del otro, con la intención de cambiar de actitud y con el anuncio público de los términos del acuerdo. La unilateralidad es uno de los callejones sin salida de cualquier régimen democrático.
Lee más: INAI llama al diálogo "honesto y productivo" con Sheinbaum.
Los gobiernos autoritarios no buscan el diálogo con sus adversarios, mucho menos la reconciliación. Confiamos en que el gobierno de Claudia Sheinbaum no lo será. Pero tampoco se ve factible un gobierno que tenga como eje el diálogo, la concordia y el entendimiento total con la oposición en los temas significativos de la nación. La ciudadanía no votó por este modelo.
El escenario más probable —y curiosamente el más deseable— es que las reformas constitucionales ya no se aprueben sin quitar una coma. Y como el consenso ni es necesario ni posible, a lo más que podemos aspirar es a que se logren los factores mínimos de entendimiento, sin violencia, sin odio, sin rencores y con el mayor respeto posible a las opiniones diferentes o divergentes.
La convocatoria de la primera presidenta para reconciliar a la nación ya se hizo. El anuncio fue el primer paso. El diálogo para establecer puentes y reglas es el siguiente. Para elevar la eficacia de la propuesta, se necesita una estrategia específica de comunicación política, pues la sociedad no es una simple espectadora. No obstante, la duda que queda es si el presidente López Obrador será un facilitador o un obstáculo para lograr este objetivo, que representa un viraje drástico a lo que hoy se conoce como la 4T.
Recomendación editorial: Kjell Ake Nordquist. La reconciliación como política. El concepto y su práctica. Bogotá, Colombia: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018.