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¿Quién tira la primera piedra?

Cambiar de partido al finalizar una campaña no es un acto motivado por las convicciones, sino por la sobrevivencia política. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

Ha sucedido siempre. Los reacomodos de personajes en los partidos políticos forman parte de la normalidad democrática, pero casi siempre son motivo de asombro o un escándalo. En las Elecciones 2024 las campañas cerraron con movimientos sorpresivos, pero insuficientes para mover en forma significativa las tendencias.

Sin embargo, la utilidad es otra. Por un lado, pretenden mermar la confianza del adversario y reforzar la certeza de triunfo en sus militantes. Por el otro, son capaces de provocar en la ciudadanía emociones de enojo para algunos, y entusiasmo o esperanza para otros. En uno u otro caso, se trata de medidas persuasivas casi siempre efectivas.

Los cambios que verdaderamente impactan los resultados son aquéllos relacionados con la declinación, cuando existen las condiciones para romper un empate técnico o los de liderazgos que son capaces de movilizar con efectividad a un porcentaje relevante de los electores.

En la elección presidencial del próximo 2 de junio, el candidato de MC, Jorge Álvarez Maynez, está desempeñando otro rol que no atravesó por la declinación. En unos días sabremos con precisión qué pretendía en realidad. En contraste, el anuncio de Alejandra del Moral para incorporarse al proyecto de Claudia Sheinbaum fue, simplemente, un eficaz acto de comunicación política.

Por si no lo leíste: Ellos son todos los priístas que adoptó Sheinbaum en el proceso electoral.

Los personajes que cambian de partido casi siempre generan controversias noticiosas. Por lo tanto, también tienen el potencial de desviar las agendas incómodas. El caso de la candidata a gobernadora por el Estado de México cumple bien con los requisitos para lograr éste y otros objetivos muy bien definidos.

Haber anunciado esta decisión —a menos de una semana del fin de las campañas— logró el impacto esperado. La importancia que tiene el Estado de México en el mapa electoral, además del resultado que la candidata logró en la elección del año pasado, colocaron la noticia con la suficiente fuerza para reducir los efectos que tuvieron, entre otros, los temas de la tragedia en el evento de MC y el de la Marea Rosa.

El pragmatismo se volvió a imponer. Las ambiciones personales y las de las dirigencias partidistas se trataron de proteger en el ambiente crispado y polarizado que vive el país desde el 2018. Los castigos y recompensas que recibirán ganadores y perdedores los veremos relativamente pronto. Quienes ganen tendrán puestos en el gabinete o embajadas. Algunos de los perdedores verán afectada su reputación, por decir lo menos.

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Como sucede siempre, a los que se van se les acusa de traidores e incongruentes. Y a los que se queden con los perdedores, se les cuestionará por no ser audaces, valientes ni astutos. Pero lo peor es que a los desertores se les califique como débiles, irresponsables o carentes de los valores más elementales. Y a los que se queden se les considere unos tontos, por decir lo menos.

A final de cuentas, la mayoría de las traiciones de nuestros tiempos se olvidan pronto. Todo depende del sentido de utilidad y beneficios que reciban algunos grupos de la población. En el sistema de partido dominante que se gestó en el México post revolucionario, el semillero de la mayoría de los partidos que hoy tenemos tuvo su origen en el PRI.

No podía ser de otra forma. La única manera de romper con ese sistema hegemónico era a partir de la ruptura y, por lo tanto, traicionando al partido y al presidente de la República. Primero sucedió con el Frente Democrático Nacional creado por Cuahtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez. Luego, con la formación del PRD y posteriormente con la fractura de éste que derivó en Morena, hace diez años.

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Para algunos, lo sucedido en este proceso evolutivo sólo puede ser calificado como traición. Para otros, se trata de mecanismos de rectificación inevitables sin los cuales no podría haber avance democrático y mayor justicia social. En cualquier caso, quién es químicamente puro en materia de lealtad política, o quién se atrevería a tirar la primera piedra.

En términos prácticos, realistas y pragmáticos, la traición es uno de los motores de la democracia. Lo es cuando los “traidores” consideran que su salida será útil para corregir los errores que atentan contra la justicia, cuando hubo desviación de los objetivos que dieron origen a la causa por la que han luchado o cuando se trata de defender a la misma democracia.

Desde otro punto de vista la lealtad absoluta, inobjetable e incuestionable corresponde más con los regímenes autoritarios. Pero igualmente cuestionable es que el cambio de partido se dé por razones ajenas a las convicciones, a la ideología o a la construcción de un mejor país, sino simple y sencillamente responda a un acto de sobrevivencia política personal al margen de las grandes necesidades de una nación.

Recomendación editorial: Francisco Martín Moreno. Las grandes traiciones de México. México: Editorial Planeta, 2013.

 

José Antonio Sosa Plata

@sosaplata