La Ciudad de México se engalana esta semana con una vibrante exposición fotográfica que incluye fotografía de autor, fotoperiodismo y fotografía documental que captura la esencia de la vida en México en toda su complejidad y belleza; esto al menos por el periodo que abarca dicha colección, que va de 1959 al 2021. A través de lentes perspicaces, los fotógrafos que ahí exponen nos invitan a sumergirnos en una narrativa visual que retrata la crudeza de la realidad, la esperanza que persiste y la incansable lucha por la justicia social, además de poner sobre la mesa, temas internacionales, el rostro de nuestro México indígena y la profundidad de quien explora otras emociones.
Las imágenes, llenas de emotividad y fuerza, nos transportan a diferentes rincones del país, desde las bulliciosas calles de la capital hasta las comunidades indígenas más remotas, pasando por el levantamiento Zapatista y hasta retroceder en el tiempo con las imágenes del maestro Álvarez Bravo.
En dicha muestra somos testigos de la pobreza, la violencia y la desigualdad que aquejan a México, pero también de la resiliencia de su gente, su diversidad, su rica cultura y su inquebrantable espíritu. Es un mosaico de historias, estilos y miradas. Sin embargo, a este enorme esfuerzo encabezado por la querida Jo Trujillo, directora del Centro de la Imagen, le faltan piezas, autores e historias.
Te podría interesar
En cuanto al fotoperiodismo clásico, puro y duro de las primeras salas donde están Francisco Mata, Elsa Medina, Fabrizio León, Andrés Garay, Raúl Ortega, Carlos Cisneros y otros; independientemente de la fuerza de sus imágenes, todo parece acabar en 1994. Ahí están las imágenes del atentado a Colosio, y del otro lado, en el patio, un breve resumen de lo que fueron los primeros días del zapatismo en Chiapas. Todo bien, pero y ¿después?. ¿dónde quedó el fin de siglo y el arranque del XXI?, ¿dónde queda el México actual, con su gente, sus modas, sus políticos, sus logros o desastres? Nada, no hay nada. Si acaso por ahí un destello, el trabajo de Fernando Brito, desde Sinaloa, galardonado en el World Press Photo de 2011 y tan tan. Y luego.
Es curioso, la parte de autor está muy bien representada, por sus autores y por los años transcurridos. Parece no faltar nadie, pero en el caso del fotoperiodismo, faltan fotos, faltan autores y falta contar la historia de las últimas dos décadas.
Trataré de ser breve, hay varios factores que lo explican, y que merecen de nuestra atención. Resulta que el déficit histórico del que les hablo se explica a partir de las fuentes que nutren dicha Expo, es decir, no se trata de un recuento histórico, sino de una selección de archivos a partir de los que ha recibido el Centro del Imagen, me cuentan que se trata de unas 13,000 piezas con las que cuenta dicho centro, pero su última donación al menos en lo informativo data principalmente de 2005, del acervo de la Bienal de fotoperiodismo que se derrumbó justo en ese año por la complicidad de Enrique Villaseñor, su ex director. Entonces el Centro no tiene nada desde entonces en ese tema, es decir, no cuenta con archivo fotoperiodístico desde hace 20 años. De ahí el fragmento perdido.
Foto Graciela Iturbide / Ojos para volar
Aunque usted no lo crea, en las bodegas del Centro de la Imagen, no hay nada del sexenio de Calderón, Peña Nieto o López Obrador. Nada. Ni del terremoto del 2017, o el huracán Otis, por mencionar algo ampliamente cubierto. Y esto se explica por dos razones, una, la ausencia permanente de colegas del sector en posiciones de relevancia en dicho Centro u otros espacios formales, sumado a la debacle e influencia de los medios tradicionales desde al menos una década derivado del cambio cultural en el consumo de medios. Sin embargo, es un déficit imperdonable para las futuras generaciones. Porque da la impresión de que todo acaba en lo que hizo mi generación hasta apenas principios del 2005. Y eso es totalmente injusto con quien hoy sigue en activo y deja fuera a cientos de colegas que a diario se parten el lomo buscando una buena imagen. Han borrado a la última generación de fotoperiodistas mexicanos. De ese tamaño es la corresponsabilidad, tanto de las instituciones como de nuestro gremio. Parece que el divorcio entre el fotoperiodismo y el Centro de la Imagen se firmó en 2005 y éste es el triste resultado.
Independientemente de las acciones que deberían tomarse y que no son tema de este espacio, además hay ausencias escandalosas en lo que está montado. De 1994 y sus alrededores no hay una sola fotografía del talentoso Víctor Mendiola, Martin Salas, Luis Jorge Gallegos, o Ernesto Ramírez por citar a dos colegas de mi generación con enorme talento y presencia en medios de la última década del siglo pasado y buena parte del arranque de éste. En el rubro del fotoperiodismo solo se expone a tres mujeres contemporáneas, Ángeles Torrejón, Christa Cowrie y Elsa Medina. ¿Y dónde quedaron Frida Hartz, Lourdes Almeida, Mónica González o Sashenka Gutiérrez entre otras? En fin. No quiero ser aguafiestas, pero no deja de llamarme la atención ese dato.
Apuntaré también aspectos positivos, por ejemplo, una fotografía particularmente conmovedora para mí en lo personal, es la titulada “El Balazo” de Pedro Valtierra tomada en Managua en 1979. Esa fue la primera imagen que yo recuerdo en mi vida, y que vi en la portada del UnomásUno de aquella época, cuando yo tenía apenas 11 años de edad, y que no me dejó dormir. Es una imagen que siempre me estremece, una pareja abrazada, ella con un balazo en el brazo y sus rostros de angustia en medio de la revolución nicaragüense. Imborrable en mi mente.
La exposición también rinde homenaje a la labor incansable de fotógrafos emblemáticos de nuestro país: Graciela Iturbide, Maya Goded, Nacho López, Héctor García, Marco Antonio Cruz y Yolanda Andrade, quienes han dedicado su vida a la fotografía. Sus imágenes sirven como un poderoso instrumento para denunciar injusticias, promover el cambio social o crear conciencia sobre los desafíos que enfrenta México. Son los imprescindibles.
Es justo mencionar que a medida que recorremos la exposición, no podemos evitar reflexionar sobre la compleja realidad de México. Nos cuestionamos las causas de la violencia y la desigualdad que persisten en el país, y nos preguntamos qué podemos hacer para construir un futuro mejor, pero las fotografías ahí expuestas también nos inspiran a celebrar la riqueza cultural y la diversidad de México. Nos recuerdan la importancia de la unidad, la solidaridad y la lucha por un futuro más justo para todos. No todo es terrible.
Esta exposición también nos invita a comprometernos con la construcción de un México más justo, equitativo y próspero. Se trata de un legado fragmentado pero invaluable para las generaciones venideras. Nos recuerda el poder de la fotografía para capturar la realidad, para generar conciencia y promover una sociedad más inclusiva. Las imágenes que hemos visto en esta celebración nos acompañarán durante mucho tiempo, son ya iconos de nuestra historia.
Quizá solo agregaría que además de la enorme dicha de coincidir el día de su apertura con amigos entrañables, colegas latosos pero con enorme talento y algunos otros personajes de mil historias, valdría la pena reflexionar sobre la inexplicable necedad que tienen algunas instituciones por acudir siempre a los mismos referentes, curadores o fotógrafos “famosos” que terminan contaminando todo esfuerzo, en una radiografía pública de sus filias o fobias. En fin, no se la pierda, vale la pena y está en la Ciudadela.