El próximo mes de diciembre se cumplirán 18 años del inicio de la guerra contra las drogas en México, declarada por un presidente ávido de legitimidad. Tres sexenios al hilo de crecientes gastos públicos, saldos humanos, inseguridad y deterioro institucional, sin que logremos detener la sangría de muertos, desapariciones ni el crecimiento de organizaciones. Hemos estudiado y aprendido mucho, ciertamente, sobre el fenómeno de la macro criminalidad y de sus vínculos económicos y políticos, así como de su incrustación en la vida de cientos de comunidades.
Sabemos que diariamente tienen que reclutar a más de tres mil jóvenes para reponer a los muertos (Reinserta, 2023). Cerca de 175 mil mexicanos forman parte de estas organizaciones delictivas, entre ellas los cárteles del narcotráfico. Según INFOBAE, los que más reclutan son el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) con el 17.5% de este total; el Cártel de Sinaloa con el 8.9%; la Nueva Familia Michoacana con el 6.2%; el Noreste con el 4.5%; y la Unión Tepito con el 3.5 por ciento. El 59% restante se lo reparten los demás cárteles y células que oscilan en 200 grupos.
Sufrimos y conocemos la amplia cadena de valor de los negocios criminales: drogas, armas, trata, control de territorios. Con su cauda de extorsiones, cobros de piso y de comercio de mercancía, secuestros, violaciones, homicidios, esclavización de mano de obra, reclutamiento forzado, tráfico de órganos, especies, etc. Sabemos cómo se apoderan de la economía de regiones enteras y también cómo han logrado colarse y penetrar en los gobiernos, el poder legislativo, el poder ejecutivo en gran cantidad de municipios y entidades.
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Los modus operandi del Crimen Organizado (CO) para irse apoderando de los territorios y las operaciones más redituables se repiten y manifestan en una y otra parte del mundo. En todos los lugares que colonializan generan adicciones, proliferación de trata, tráfico de armas, precarización por despojo, encarecimiento de mercancías. No se sabe aún cuánto del incremento de los precios de alimentos y otros servicios se les puede abonar, aunque sí conocemos en qué proporción encarecen el aseguramiento de mercancías, equipos, establecimientos y, seguros de vida. Ya también se ha podido estimar el impacto en la salud en términos de días de vida saludable, decesos, padecimientos, costo de atención médica y, en general, esperanza de vida, sobre todo para las generaciones jóvenes.
En América Latina, en diversas regiones de los países están muy bien establecidos y en otras se les ve creciendo y avanzando, mientras los gobiernos locales, estaduales o nacionales parecen tener muy poca oportunidad para combatirlos, en el caso de que realmente estén comprometidos a hacerlo. En todo caso las proporciones del monstruo nos hacen ver que el problema es no solo macrosocial, sino incluso diríase planetario. Es decir, el crimen organizado está presente, vivo y actuante en todos los países del mundo. Afecta el desempeño de los gobiernos locales y nacionales, y son un actor internacional a gran escala. Según el Informe de The Global Initiative Against Transnational Organized Crime, para 2020 se estimaba que casi 80% de la poblacio´n mundial vivía en pai´ses con altos niveles de criminalidad.
Pero a diferencia de las muertes de todos los días, de su efecto en vidas, robos, secuestros, contrabando, etc., etc., poco sabemos de sus operaciones financieras, de sus ligas y asociaciones con empresas y bancos, de su presencia en la actividades económicas: las actividades inmobiliarias, el turismo y espectáculos, la minería, por mencionar solo algunas.
Tampoco tenemos conocimiento del grado de penetración de los intereses y la actuación de las organizaciones del crimen organizado en las élites políticas y altos funcionarios, el poder judicial, parlamentario, fiscales federales, notarios públicos, etc. que son agentes claves para facilitar sus operaciones, por lo que sin su intervención no podrían operar eficientemente. Generalmente el foco de atención se va hacia operadores coadyuvantes como policías locales, alcaldes, personal de aduanas, la mayoría eslabones menores en sus operaciones.
Geoeconómicamente están muy ubicados en zonas donde el extractivismo de recursos clave para la producción son estratégicos: agua, bosques, minerales (África y América Latina), claramente en las zonas de alta productividad en estupefacientes (Asia). La riqueza generada por la depredación criminal de estas organizaciones se estima alrededor del 25% del PIB mundial. Y si bien la mayor parte de los 25 paraísos fiscales del mundo se ubican en islas de países del mundo en desarrollo, algunos de ellos son jurisdicciones de países Europeos (Islas Vírgenes Británicas, Jersey, Seychelles) sin descontar a la impoluta Suiza. Estados Unidos tiene a las Islas Vírgenes entre los paraísos fiscales. Además de que en muchas de las firmas financieras que operan en ellos, participan inversionistas de los grandes países civilizados y desarrollados del mundo.
En suma el crimen organizado no es un actor desligado del proceso actual de generación de la economía mundial, sino parte consustancial de su arquitectura. También de su política y geopolítica. El crimen organizado genera adición masiva de población joven que es deshabilitada para participar, organizarse y demandar sus derechos. Genera miedo e inseguridad en el resto de la población, lo cual es muy útil para inyectar desconfianza, prohijar corrupción y desinstitucionalización. El miedo y la inseguridad son muy propicios para el crecimiento de ideologías radicales de derecha y palancas para el arribo de trumps, mileis o bolsonaros al poder. En suma, el crimen organizado es parte central en la desdemocratización y vuelta al estado de naturaleza, donde el más fuerte despoja a los más débiles, y que cada quien se salve como pueda.
Ante ese monstruo de mil cabezas, la reconstrucción de la paz y de la seguridad de todos y todas solo puede ser posible con un nuevo diálogo social, un nuevo proyecto político incluyente, equitativo, igualitario, amoroso. Construido de abajo hacia arriba pero también acompañado por un estado abierto a la transformación social, en el marco de un nuevo consenso civilizatorio entre naciones. No se ve muy cerca en el horizonte, porque estamos en un momento muy oscuro. Pero también dicen que nunca está más oscuro que cuando va a amanecer.